Ediciones en inglés de novelas políticas

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Filosofía

Adiós a la filosofía, bienvenidos a la novela

La ausencia de certezas y la instauración del relativismo posmoderno hacen que los ciudadanos prefieran una ‘narrativa de la realidad’ a una filosofía global del mundo

30 mayo, 2021 00:10

El conocimiento es hijo del asombro y de la voluntad de superarlo. El hombre primitivo percibió la relación entre el rayo y el trueno, pero la primera explicación que dio no era científica. Dijo que así se expresaban los dioses. El presente vuelve al pensamiento mágico, aunque prescindiendo de los dioses. Después de todo, como viera Edgar Morin, la cultura de masas es un sustituto de la religión: proporciona al hombre las explicaciones que necesita para sobrevivir y proyectarse, aunque sea a corto plazo. Tras el declinar de los grandes relatos religiosos, se produce hoy el declive de los grandes relatos filosóficos. No pocos filósofos sostienen que es imposible una visión general del mundo, salvo que sea narrativa. Quizás ése sea uno de los motivos por los que el lector contemporáneo, que busca si no verdades al menos certezas, se refugia en la novela.

Quien quiera comprender la evolución de la política puede, por supuesto, leer a sus teóricos, autorebautizados como politólogos. Los hay buenos, sin embargo no todos comparten la claridad que, decía Ortega, es la cortesía del filósofo. Quien se canse del lenguaje, a veces árido, de la filosofía política, quizás pueda entender lo que pasa a través de las novelas, no necesariamente en las de corte filosófico. La trilogía de Stieg Larsson sirve para comprender la Suecia del presente, igual que las narraciones de Henning Mankell; las obras de Petros Markaris cuentan las turbulencias griegas, incluido el sometimiento de la política al poder económico; Lejos del corazón, de Lorenzo Silva, explica perfectamente los incidentes de La Línea de la Concepción en relación con el narcotráfico, del mismo modo que Margarida Aritzeta ofrece en las investigaciones de la mossa Mina Fuster una panorámica de la corrupción en el sur de Cataluña. 

Stieg Larsson

Stieg Larsson

Ella misma señala: “La novela negra usa la ficción para denunciar la corrupción y la injusticia del sistema, a menudo con tanta o más eficacia que la foto real”. Por eso, en parte, la narrativa sustituye al pensamiento como fuente de información sobre el presente y sobre el hombre. Otro asunto son las consecuencias de este hecho. En un texto de 1962 (Modernidad y sociedad de masas: variedad de la experiencia cultural) el sociólogo Daniel Bell anotaba: “En el reino de las ideas el mundo de la cultura se ha fraccionado en innumerables partes. Ya no existe un filón central que recoja el saber esencial del mundo”. 

La afirmación es hoy un lugar común. Buena parte de los pensadores contemporáneos pregonan que no es posible elaborar un sistema global que, como hicieron los filósofos antiguos, integre todos los saberes para ofrecer una perspectiva de la realidad que resulte omnicomprensiva. Para superar el problema, hay quien recurre a la metáfora, pero a medida que ésta va engordando acaba en un relato más fantasioso que las propias novelas. Así descubrió Baudrillard que la guerra del Golfo nunca existió. A pesar de los muertos.

Juan Baudrillard

Juan Baudrillard

A principios del siglo pasado aún hubo un intento de unificar el conocimiento, el fisicalismo del Círculo de Viena, que prometía la reducción de todos los saberes a la física. A pesar de los esfuerzos de Otto Neurath o Rudolf Carnap, el proyecto no cuajó, aunque no ha decaído por completo. El principal obstáculo surge ante la dificultad, cada vez mayor, de que una sola mente domine todos los ámbitos de las ciencias, las blandas y las duras. Así, la función de la filosofía como cosmovisión –también como consolación–, ha ido declinando hasta llegar el llamado pensamiento débil, que niega no sólo la posibilidad de una visión global ajustada a los hechos, sino también la idea misma de verdad como correlato entre una proposición y un hecho, que ni siquiera es seguro que exista. Pese a las dudas, la mayoría de estos pensadores tiene por costumbre no cruzar la calle si percibe la presencia de un coche que no crean  real.

Otros filósofos han preferido recluirse en un academicismo cada vez más alejado de la mayoría de los lectores incluso en el lenguaje utilizado. Esta segunda corriente, convencida de que el análisis del lenguaje era el camino hacia la comprensión (o disolución) de los problemas filosóficos tradicionales, se dividió entre los que decidieron centrarse en el lenguaje ordinario y quienes optaron por dirigir sus averiguaciones al lenguaje más preciso de la lógica y a la filosofía de la ciencia, distanciándose aún más del lector medio que encontraba la comprensión de sus textos una tarea tan ardua como la lectura de Ser y tiempo, de Martin Heidegger o La fenomenología del espíritu, de Hegel, apodado por Adorno “el oscuro”. Si Sartre escapaba a esta consideración era, sobre todo, por sus obras de creación. La náusea o A puerta cerrada explicaban mejor la moral existencialista que El ser y la nada, reservada a los interesados en la ontología. Y algunos (Victoria Camps, Adela Cortina) piensan al hombre desde los límites de la ética.

El filósofo Martin Heidegger

El filósofo Martin Heidegger

El principal inconveniente para seguir acudiendo a Hegel, Heidegger o sus herederos no es la dificultad de comprender sus textos, sino que sus versiones posmodernas (con frecuencia reelaboradas a través de Foucault) niegan la existencia de la verdad para dar paso a tantas verdades como puntos de vista. Ante la promesa de vaciedad, ante la afirmación de que todo es, después de todo, narración, reconstrucción, interpretación, los lectores han dejado de buscar el sentido en los textos filosóficos para acudir directamente a la nueva síntesis: la narratividad, para decirlo parafraseando un título de Manuel Cruz en el que puede leerse: “El discurso científico natural es registro, libro de actas, estado de cuentas, mientras que la historia –el discurso de lo humano por excelencia– es narración, relato de los acontecimientos y sujeto es el protagonista alrededor del cual gira el relato de las cosas humanas”.

Las relaciones entre filosofía y ficción no han sido siempre fluidas. Un autor de ficciones, los mitos, como Platón, no duda en censurar la poesía. En La República, Sócrates afirma: “Solicitaremos a Homero y a los demás poetas que no se encolericen” si se suprimen los versos que critican a los dioses y a la moral dominante “no porque estimemos que no son poéticos, sino al contrario, porque cuanto más lo sean menos conviene que los escuchen niños y hombres que tienen que ser libres”. Pepe Carvalho, famoso por utilizar libros para encender la chimenea, no hacía distingos. También quemaba narrativa, pero prefería el pensamiento: “Suelo encender la chimenea con libros trascendentales. Cuanto más trascendentalidad, más culpabilidad. Seguro que han conseguido engañar a alguien”, dice al prender la Crítica del programa de Gotha, de Karl Marx

Detalle de la cubierta de 'Independencia', la segunda novela de Javier Cercas del ciclo 'Terra Alta'

Aunque para el detective todos los libros son sospechosos porque no enseñan nada útil para la vida, que es, a fin de cuentas, lo que verdaderamente importa. Más aún: los libros son una suplantación de la vida: “¿Cómo amaríamos si no hubiéramos aprendido en los libros cómo se ama? ¿Cómo sufriríamos? Sin duda sufriríamos menos”. Eso sólo puede decirlo un filósofo. Es exactamente lo contrario de lo que opina Melchor Marín, el Mosso d’Esquadra protagonista de las dos últimas novelas de Javier Cercas (Terra alta e Independencia). “Las novelas no sirven para nada. Ni siquiera cuentan las cosas como son, si no como hubieran podido ser, o como nos gustaría que fueran. Por eso nos salvan la vida (...) Las novelas no sirven para nada, excepto para salvar vidas”. 

Lo dice alguien a quien la lectura de Los miserables, de Víctor Hugo, le cambió la trayectoria vital. Pero la lectura tiene un problema añadido: despierta las ansias de saber. De ahí que la ficción acabe compitiendo con otras formas textuales como expresión del mundo: “A los que hemos leído nos pica la curiosidad, queremos saber qué es verdad y qué es mentira”. Y da la impresión de que hoy buena parte de los lectores creen que la verdad, desdeñada por los posmodernos, se refugia en la novela. Así lo expresa Vargas Llosa hablando de García Márquez: “Toda novela es un testimonio cifrado: constituye una representación del mundo, pero de un mundo al que el novelista ha añadido algo: su resentimiento, su nostalgia, su crítica. Este elemento añadido es lo que hace que una novela sea una obra de creación y no de información, lo que llamamos con justicia la originalidad del novelista”.

George Orwell

George Orwell

El novelista crea un mundo que modifica y cuenta el mundo presente. No importa que escriba sobre otros tiempos pasados o por venir. 1984, de Orwell, es una descripción de los totalitarismos que conoció y una advertencia sobre su universalización. En Un mundo feliz, de Huxley, el consumo ritual de soma (palabra griega que significa cuerpo) es un trasunto de la comunión cristiana donde los fieles ingieren el cuerpo de Cristo, igual que exclaman “My Ford”, en vez de “My Lord”. La realidad es la materia prima de la novela que el escritor transforma. Juan Marsé lo explicaba así: “En mis ficciones, la vivencia real se somete a la imaginación, que es más racional y creíble. En la parte inventada está mi autobiografía más veraz”.

Ya lo había visto Gilles Deleuze hablando de Proust, “En busca del tiempo perdido es de hecho una búsqueda de la verdad. Si se denomina búsqueda del tiempo perdido es sólo en la medida que la verdad tiene una relación esencial con el tiempo”, escribe. Y añade: “La equivocación de la filosofía consiste en presuponer en nosotros una buena voluntad del pensar, un deseo, un amor natural de lo verdadero. Por esto la filosofía sólo llega a verdades abstractas que no comprometen a nadie y no trastornan nada”. En cambio, la ficción es transformadora e incluso creadora de una realidad real por imaginada. Lo explica Denny Crane, abogado en la serie Boston Legal: “Contaremos su historia, No toda. Sólo la que queremos contar, porque somos los creadores de la narrativa”. Y es que la ficción “crea personajes, historias, hace sentir lo que haya que sentir” porque “ya no hay hechos, sólo buena o mala ficción”.