El Emperador de Austria-Hungría, Francisco José

El Emperador de Austria-Hungría, Francisco José

Ficción

Muy bonito, me ha gustado mucho

El ordenador Hal, en '2001, una odisea del espacio', dice una frase que le gustaba repetir al Emperador Francisco José para agradar y no provocar malos entendidos

26 diciembre, 2021 00:00

Se visita en el Círculo de Bellas Artes de Madrid la exposición sobre Kubrick que pudimos ver en el CCCB, en 2018. Aunque la verdad en casos como éste las exposiciones son puro fetichismo, pues lo único verdaderamente adulto y provechoso que puede hacerse con el legado de aquel enorme talento es ver sus películas, todas obras maestras, salvo la última, Eyes wide shut, en la que lo único conmovedor es Tom Cruise caminando por una calle al anochecer, vestido con un traje que no le sienta bien: las mangas de la americana le vienen grandes, cubriéndole la mano hasta los nudillos (es un actor bajito) y no podemos saber si fue un descuido en la producción o algo deliberado por parte de Kubrick, para contribuir a la idea del desvalimiento del personaje…

Escribí sobre Kubrick entonces en Letra Global, y ya había escrito antes, en 2014, en EPS, con motivo de la publicación de un álbum de Taschen lleno de información y de fotos impresionantes, y ahora quiero volver a escribir por tercera vez (¿o será la cuarta?);  y no para repetirme, sino para insistir, en la comprensión de un fenómeno, igual que aquellos pintores orientales que se pasan la vida pintando una y otra vez la misma rama de bambú, en afortunado símil cuya autoría no recuerdo.

Todas las películas de Kubrick son magistrales, y entre esas obras maestras la que ocupa el centro de la exposición, como es natural, es 2001, una odisea del espacio, que es la más magistral de todas por muchos motivos, entre los cuales su radiación, su influencia. Y en esa obra maestra vamos ahora a destacar dos secuencias, una muy famosa y propiamente inolvidable gracias a su poder de suspense cinematográfico; y la otra, en cambio, pasó más bien desapercibida.

'2001. Una odisea del espacio', una de sus obras maestras / STANLEY KUBRICK. THE EXHIBITION

'2001. Una odisea del espacio', una de sus obras maestras / STANLEY KUBRICK. THE EXHIBITION

La primera, la famosa, es aquella en que el astronauta Dave Bowman, que ha salido de la nave espacial Discovery, a bordo de una pequeña cápsula para recoger el cadáver a la deriva en el espacio de su compañero Franl Poole, sin saber que ha sido asesinado por el averiado e insurrecto computador de a bordo, Hal 9000, cuando quiere regresar a la nave se encuentra la escotilla cerrada. Sigue el célebre diálogo, con una de las frases más recordadas de la historia del cine: Open the pod bay doors, please, Hal, y con largos silencios entre cada pregunta y su respuesta:

--¿Me oyes, Hal? Hal, ¿me oyes? Abre la puerta del muelle de cápsulas.

Con voz sedante y monótona, responde el computador:

--Lo siento, Dave, temo que no puedo hacer eso.

--¿Qué problema hay?

--Creo que sabes cuál es el problema tan bien como yo.

--¿De qué me estás hablando, Hal?  

--Sé que tú y Frank estabais pensando desconectarme y me temo que eso es algo que no puedo permitir que pase.

--Abre la puerta, Hal.

--Dave, esta conversación ya no tiene sentido. Adiós.

--¿Hal?

De manera que Bowman (que significa “Arquero”) tiene que dominar su estupor, sobreponerse al pánico y recurrir a todas las habilidades de sus conocimientos técnicos y de su inteligencia para encontrar una solución alternativa, abrirse brutalmente paso al interior de la nave, y entonces desactivar a Hal. 

Entre tantos otros aciertos de Kubrick --y de Clarke, coautor del guion-- destaca la escueta configuración de la personalidad del astronauta, el imperturbable hombre del futuro, que tendrá que tener nervios de acero y una racionalidad extrema, glacial, capaz de enfrentar, entender y superar desafíos colosales, concentrando todas las facultades de su imaginación en resolverlos; lo cual, naturalmente, significa también la renuncia a determinadas potencialidades humanas, como se ve en la otra y menos famosa secuencia, muy breve, que parece poco más que un apunte de tipo ambiental.

Stanley Kubrick

Stanley Kubrick

Tiene lugar en la nave Discovery mucho rato antes de la insurrección de Hal, cuando éste todavía es, o parece, un sumiso ordenador y se interesa amablemente por los dibujos que Bowman acaba de hacer, para combatir la monotonía del largo periplo espacial. Éste los sitúa ante el “ojo” del computador, y vemos lo que ha estado dibujando: los sarcófagos de metacrilato, en las que viajan, hibernados, tres de los tripulantes de la nave. El diálogo también me parece fenomenal:

 --¿Te gusta, Hal?

--Sí, Dave, muy bonito.

Eso es todo: lo único que a Bowman se le ocurre dibujar son esos sarcófagos que tiene todo el día ante sus ojos.

Y por cierto que la respuesta de Hal aquí recuerda a la que solía dar el emperador Francisco José cada vez que le pedían su opinión. En cierta ocasión en que le habían llevado a ver un nuevo hotel en Viena se le ocurrió decir que parecía una estación de ferrocarril, los dos arquitectos se suicidaron. A partir de entonces, habiendo comprendido las consecuencias que podía tener cualquier opinión sincera, el emperador, cada vez que le enseñaban alguna obra de arte o de ingeniería o arquitectura, se limitaba a decir, mecánicamente:

--Muy bonito. Me ha gustado mucho.

Frase que, no diciendo nada, dice casi todo, y que merece pasar a la historia en pie de igualdad con la frase con la que Dave Bowman inicia el peor cuarto de hora de su vida: “Abre la puerta del muelle de cápsulas, por favor, Hal”.