'Batalla de Rocroi', un lienzo de Augusto Ferrer Dalmau

'Batalla de Rocroi', un lienzo de Augusto Ferrer Dalmau

Ensayo

El síndrome Trastámara

Carlos Arenas Posadas publica ‘Por el bien de la patria’, un ensayo histórico donde se profundiza en el papel político del Ejército en la construcción de España

21 abril, 2020 00:00

Lo dicen la mayoría de los expertos, desde los politólogos hasta los especialistas de lo obvio: los ejércitos del mundo occidental deberán cambiar sus armas por herramientas antivirus porque el enemigo empieza a ser tan minúsculo como letal. En medio de la conmoción internacional que ha supuesto el COVID-19, el mundo, sobre todo aquel que más tiene y, por tanto, más ha de defender, se prepara para cambiar de enemigo. Tal vez se trate de la famosa distopía que venía anunciándose hace tiempo, pero hemos estado ocupados en buscar chivos expiatorios, jalonados por las religiones y los nacionalismos, valga la redundancia. 

Para los científicos de todo el mundo, desde la NASA a Bombay, pasando por Wuhan o Dublín, los esfuerzos de investigación se centran, tras el colapso, en encontrar una vacuna, una cura e incluso una explicación a una pandemia que creíamos propia de tiempos pasados, al menos en un mundo occidental libre de sarampiones y malarias. Y los ejércitos, símbolos de la defensa nacional, tal y como en el caso del español aparece en la Constitución, garantes de la soberanía e independencia nacionales, han venido cumpliendo en esta crisis inédita labores de asistencia en la línea de las misiones de paz de los cascos azules. La amenaza, en este caso, se combate sin armas.  

En esta situación inédita, y dadas las incertidumbres sobre el futuro, es bueno que nos preguntemos si tal como solemos pensar en otros asuntos también el ejército es diferente: si tiene una idiosincrasia hija de su historia o, por el contrario, se ha ido acercando al modelo de los países a cuyo ámbito España pertenece. Si ha sabido afrontar los cambios. Uno de los argumentos que más utilizó el gobierno socialista cuando impulsó el referéndum de la OTAN (a la que pertenecíamos desde la época de Calvo Sotelo) fue precisamente que era una oportunidad para modernizar un Ejército identificado con el régimen anterior, la dictadura, y lastrado por vicios que, al margen de identificaciones ideológicas, lo convertía en un instrumento obsoleto.  

El general Prim en la batalla de Tetuán, por Francisco Sans Cabot

El general Prim en la batalla de Tetuán (1865), por Francisco Sans Cabot

Esta imagen no nace con la victoria de Franco aunque la milicia fuera un sostén fundamental de la dictadura. Arranca siglos antes, fruto de una historia que, tras la pérdida del imperio, y los sucesivos fracasos en las colonias, hicieron de las fuerzas armadas españolas una institución más ocupada en la política que en la estrategia y capacidad real de defensa. Hoy, más de cuarenta años después, integrados los efectivos militares en misiones internacionales, profesionalizado el oficio con criterios de excelencia y plenamente homologada la carrera profesional, las Fuerzas Armadas no difieren de sus homónimas europeas, lejos de tentaciones políticas. Porque si algo ha distinguido al ejército desde el siglo XVIII en nuestro país es su vocación política. 

Valgan estas reflexiones para subrayar una de las conclusiones a la que llega Carlos Arenas Posadas, profesor de Historia Económica y reconocido estudioso del capitalismo y del movimiento obrero, que ha dedicado una amplísima investigación a descubrir el papel de las guerras y los ejércitos en la construcción de España. En Por el bien de la Patria (Pasado & Presente) Arenas estudia el devenir de las Fuerzas Armadas desde la constitución de España, si no como nación –un concepto moderno– sí desde la Reconquista, la alianza de los diferentes reinos y, a partir de los Austrias, el sostenimiento de un Imperio donde no se ponía el sol, y cuya imagen aún sigue viva en algunos discursos tan nostálgicos como poco ajustados a la verdad histórica

No es una excepción que España se edificara mediante las guerras y su botín, que nuestra historia sea generosa en batallas, conquistas, derrotas y en élites que basaban su prosperidad en estas victorias, bajo incuestionables banderías de señores y reyes, un orden social que nadie osaba cuestionar. Estamos hablando de la Península antes y durante la Edad Media, porque en este ensayo el autor se retrotrae a los orígenes de nuestra historia en común. Precisamente –señala Arenas– tanto la idea de patria como de nación no abarcaban entonces más allá del lugar de nacimiento, la vecindad, el patrimonio familiar o la tierra donde se trabajaba y donde reposaban los restos de los antepasados.

La Rendición de Bailén (Casado del Alisal)

La rendición de Bailén (1864) pintada por José Casado del Alisal.

El concepto de patria como nación no aflora hasta la llamada Reconquista, sustentada en la religión católica como seña de identidad, una marca que prevalecería durante siglos, sobreviviendo a las revoluciones y transformaciones del resto del mundo. Esa simbiosis entre Dios y las armas auspician la creación de una alianza de guerreros y clérigos y el nacimiento de una nueva casta con la bendición del papado, que incluyó a la tropas españolas como parte esencial de las cruzadas. La iconografía pictórica lo refleja: está plagada de santos belicosos y guerreros beatíficos, antesala del mito de Santiago Matamoros y cierra España. Un símbolo que, y eso sí es una peculiaridad, prevalece como sinónimo de grandeza. De él se nutre la parafernalia patriótica con las ensoñaciones de un pueblo invencible con la cruz al lado de la espada. 

La singularidad de las armas en España arranca en el siglo XVIII y, más exactamente, a comienzos del XIX, cuando, a pesar de la Constitución de 1812, se perdió el tren de la modernidad. Hasta entonces, como sucedía en todo el mundo, la cúpula de los ejércitos no es que sirviera a la nobleza, los terratenientes y los propietarios, es que eran el poder mismo. Los grados más altos del escalafón militar eran cargos potestativos de la aristocracia o bien eran concedidos por el monarca de turno sin que existiera la posibilidad de ascenso social por los méritos contraídos en el campo de batalla.

Todo eso cambia a partir de la lenta pérdida del imperio, por un lado; y de aquella primera constitución gaditana, reflejo y eco de la Revolución francesa.Entonces es cuando, desde esta reivindicación del ascenso, del deseo de movilidad social en contra de los privilegios privativos de la aristocracia, el ejército español descubre su vocación y su protagonismo político, conocido como síndrome Trastámara, del que no se desprenderá hasta la Constitución de 1978. Los momentos más significativos de la historia moderna y contemporánea en nuestro país han estado protagonizados por miembros de la milicia, de signos y pretensiones diferentes, pero siempre con el caudillaje como seña de identidad.

Por el bien de la patria, carlos arenas

Arenas, que se detiene morosamente en el uso de las armas por parte de todos los monarcas, desde los Austrias y los Borbones, pone el foco en el papel de Fernando VII y en la herencia política del absolutismo, un lastre para la modernización de las instituciones. A su muerte, las guerras de sucesión (las carlistas que han marcado una impronta esencial en las tensiones territoriales, especialmente en Cataluña y el País Vasco) y el periodo de la regencia dieron el sitio exacto a militares que, apoyando a un rey u otro, e incluso con marcadas convicciones republicanas, protagonizaron la vida política del país.

Todos ellos, incluso el celebrado Juan Prim, a quien se le debe el penúltimo intento fallido de homologar la monarquía española con las europeas, lucharon por subir en el escalafón y ganar puestos en la nomenclatura militar por méritos propios pero también con una clara voluntad de intervención política. También aparece en la historia del ejército la aspiración de nobleza. No en vano, el mismo Prim fue nombrado Conde de Reus, marqués de los Castillejos y vizconde de Bruc. Ni el más osado de los militares de nuestra historia escapa a la ambición social, el deseo de pertenecer a la aristocracia y practicar la acción política desde el ejército y para el ejército. Tanto es así, que no fue una boutade aquella frase de Sánchez Ferlosio que Arenas recuerda: “Las fuerzas armadas tienen la misión de defender a las fuerzas armadas”. 

Soldados del Quinto regimiento

Soldados republicanos del Quinto Regimiento marchando en Madrid en 1936 / MIKHAIL KOLTSOV

La tradicional vocación política de los militares obtuvo su recompensa con la victoria de las tropas franquistas en 1939. El resultado fue un Estado en el que el ejército y la Iglesia eran los pilares ideológicos preminentes. Una situación  que  comenzó a declinar a finales de los años sesenta con la integración de los tecnócratas en los gobiernos de la dictadura. Después, se verá legalmente limitada con la Constitución del 78, no sin respuesta por parte de los sectores conservadores, como quedó demostrado en conatos de golpes de Estado, incluido el 23F. El franquismo había consolidado un modelo de milicia jerarquizado y endogámico, alimentado con prebendas y ventajas, y mal pagado en los escalafones inferiores. Según Carlos Arenas, la modernización de las fuerzas armadas, antiguas, poco profesionalizadas y mal pagadas a excepción de la cúpula dirigente, comenzó en 1982 gracias a los primeros gobiernos socialistas. 

Por el bien de la patria, gracias a su esfuerzo de contextualización histórica, incide también en el corpus moral –por llamarlo de alguna manera– del Ejército español y en el ideario de la institución. Desde su conocimiento del capitalismo y el movimiento obrero de España, a partir del estudio de los capitalismos diversos, como él los llama, Arenas argumenta que las armas han estado constantemente al servicio de intereses distintos, y a veces contrapuestos, pero siempre en favor las clases altas y el statu quo. Esta diversidad de intereses económicos justifica, o al menos explica, la existencia de los nacionalismos periféricos que, bajo supuestos presupuestos históricos y emocionales, fragmentan y enfrentan unas regiones con otras. En este asunto el ejército ha jugado también un papel en el pasado que algunos querrían que siguiera haciendo. 

La división azul

Reemplazos para la División Azul (1942) / SCHRÖTER

“Todo nacionalismo busca un enemigo”, escribe Arenas Posadas. El deber de velar por la integridad del Estado implica resistirse a cualquier idea de federación. La unidad de la patria por encima de la voluntad de los patriotas. Porque, y esa es otra característica de la historia reciente de las fuerzas armadas, al ejército se le pediría, agotadas las colonias y abandonado el Sáhara de manera vergonzante, que buscara el enemigo no ya fuera, sino dentro. Un ejército contra los antipatriotas, como ocurrió tras la victoria de Franco como justificación de la feroz represión desde el final de la guerra.

Por el bien de la patria permite a los lectores conocer la historia de los militares en España y su función como herramientas del poder. No faltan en el libro referencias a personajes singulares y a la intrahistoria de las guerras de clanes. Aparece también la huella que el mito del imperio conquistador, rico y victorioso, ha dejado en el imaginario de quienes viven aún con sensación de haber sido despojados de la gloria. La idealización del pasado como dique ante cualquier intento de renovación, modernización y cambio. Algo de eso pervive, según Arenas, en la parafernalia que acompaña a las fuerzas armadas, su dependencia directa de la Corona y el ruido de sables que, según Arenas, acompañó a los constituyentes del 78. 

Carlos Arenas Posadas

Carlos Arenas Posadas.

Tal vez por esa razón, y no precisamente desde el Ejército, los partidos nostálgicos de regímenes totalitarios y autárquicos reivindican otra vez el protagonismo a unas fuerzas armadas idealizadas, en contraste con el modelo profesional actual, sujetas al poder civil e integradas en organizaciones internacionales en acciones conjuntas y con mandos compartidos. Revisar la historia del ejército español permite conocer las interrelaciones sociológicas entre las fortunas y las armas, y reconocer como una ensoñación la resurrección de aquellas primitivas fuerzas armadas. Los militares españoles hoy tienen carrera profesional y están integrados en las instituciones internacionales. Tal vez lo que nos traiga el futuro inmediato sea una conjunción entre armas y ciencias, con nuevos militares diestros en inteligencia artificial y medicamentos antibacterias.