Ensayo

Salvar la lengua, perder el país

19 diciembre, 2020 00:20

El léxico no es abundante, tampoco muy concreto, pero la lengua fluye, y todos los acentos están bien colocados. Todas las peculiaridades del catalán se reflejan con naturalidad, y da gusto escuchar a Pere Aragonès y Meritxell Budó en sus comparecencias. El catalán, si atendemos a cómo comunican el vicepresidente de la Generalitat y la portavoz del Govern, está salvado, a pesar de esas campañas de distintas asociaciones que alertan de que todo está perdido si la ciudadanía no hace un esfuerzo. Otra cosa es el país, un país que, con el inicio del proceso independentista, aunque los problemas se arrastraban desde hacía un tiempo, no ha hecho otra cosa que experimentar una decadencia cada vez más notable.

Oponer esas dos cuestiones, lengua y país, puede ser tramposo. Somos conscientes. Pero el caso es que los gobernantes de la Generalitat, en el último decenio, no se han preocupado de otra cosa que no fuera el elemento identitario. Y, aunque siempre se puede rectificar, no parece que con la lengua catalana se desee cambiar de rumbo. En las memorias de Jordi Pujol, a cargo del estimado y añorado Manuel Cuyàs, se señalaba una cuestión que pasó desapercibida. Pujol expresa sus dudas, tal vez sólo por unos segundos, acerca del énfasis en la lengua, por encima de una soberanía política más determinante que pudiera hacer frente, por ejemplo, a los aspectos más económicos. Pujol duda en que, tal vez, la vía irlandesa pudiera haber tenido más sentido: los irlandeses hablan inglés, aunque en los últimos años hayan querido potenciar, tímidamente, el gaélico. Es cierto que Irlanda se ha definido por su condición de país católico, frente a los protestantes del Reino Unido, incluida, claro, Irlanda del Norte. Pero se puede ser perfectamente irlandés con el inglés como bandera, y, además, siendo cada vez menos católico, con una ley ya aprobada sobre el aborto, que era uno de los grandes temas que no se podía ni plantear.

La reflexión se deberá asumir con valentía en Cataluña en algún momento, justo después de que una sentencia del TSJC haya dictado que, al menos, en las escuelas se debe garantizar el 25% de las clases en castellano. Se deberá plantear, porque todo el conjunto de la sociedad catalana debe decidir cómo quiere organizarse, con qué herramientas, y evaluar si lo que se ha hecho hasta ahora merece un cambio, un refuerzo, o se prefiere dejarlo todo como está.

La realidad es tozuda. No hay política de ningún tipo, no se ha planificado nada. Y, lo que es más preocupante, los buenos profesionales en todos los ámbitos no quieren saber nada de la administración pública. La Generalitat no atrae a los mejores, y los que están, los que han gobernado y gobiernan desde hace diez años, se han refugiado en sus pequeñas tretas, en luchas de poder, y en vender y tratar de poner en marcha un plan que sólo buscaba un choque con el Gobierno español para mantener y reforzar esas mismas áreas de poder. ¿Gestión, mejoras, cambios? Connais pas. Además, eso exige trabajo, negociación, ideas y una actitud que busque la complicidad, con empatía y buena voluntad. Y resulta muy cansado. Mejor hacer otra cosa.

La lengua catalana se salvará en función de la voluntad de los ciudadanos, si la ven útil, si la quieren no sólo como ornamento, si sirve para elaborar planes industriales, para convencer a los diferentes sectores de que deben acometer reformas. Pero no se salvará si se ve como algo oficial, propio de unos gobernantes ineficaces, ásperos, que no saben ordenar medidas para paliar la pandemia.

Los historiadores Ricardo García Cárcel y María Ángeles Pérez Samper han coordinado un libro excepcional, Catalanes en la Historia de España (Ariel). Los dos, en una entrevista en Crónica Global, que se podrá leer este domingo, señalan que la vía pragmática siempre ha dado mejores resultados, que España es el resultado del esfuerzo de catalanes y de todos los ciudadanos de muchos otros territorios. En el libro se recogen textos que se difundieron tras el desastre de 1714. Leer algún fragmento nos puede ilustrar, para aprender lecciones del pasado:

En cas en ningún temps hi hagués algunes guerres, que en ninguna de les maneres no s’afeccionin amb un rei ni amb un altre, si no que facin com les mates, que són per los rius, que quan ve molta aigua s’aclaten i la deixen passar, i després a alçar quan l’aigua és pasada; i així obeir-los tots qualsevol que vingui, però no afeccionar-se amb cap, que altrament los succeiria molt mal i se posarien en contingència de perdre’s ells i tots sos béns”.