Jaime Balmes y el racionalismo católico

Jaime Balmes y el racionalismo católico

Ensayo

Jaime Balmes y el racionalismo católico

El teólogo y político fue un postulador permanente de la concordia, formulador de terceras vías políticas, el hombre de los consensos imposibles en tiempos de disenso

18 marzo, 2018 00:00

Jaime Balmes i Urpià nació en Vic en 1810 y murió en su ciudad de nacimiento treinta y ocho años más tarde. Una vida breve con dos etapas bien definidas: la de su formación cultural hasta 1841, fecha en la que se traslada a Barcelona, y la de su proyección política y mediática en la España convulsa después de la Primera Guerra Carlista. Estudió en el Seminario de Vic y en la Universidad de Cervera. Se licenció en Teología en 1833 y su primera dedicación profesional fue como profesor de Matemáticas en el ayuntamiento de Vic durante cuatro años. La muerte de su madre condicionó su traslado a Barcelona, donde colaboraría en varios periódicos con especial profusión en la revista quincenal La Sociedad y el semanario El Pensamiento de la Nación del que sería director.

Balmes se va a convertir en el postulador permanente de la concordia, formulador de terceras vías políticas, el hombre de los consensos imposibles en tiempos de disenso. Por lo pronto, postuló inútilmente el enlace matrimonial entre Isabel II y Carlos Luis de Borbón, el hijo del pretendiente carlista Carlos María Isidro, que hubiera podido frenar la confrontación carlista. Pero sus sueños de interrelaciones superadoras de conflicto los proyectó en todos los campos. En el escenario socioeconómico, él, un vigatano, intentó armonizar la modernidad del industrialismo, que le fascinaba, a través de su pasión por la física y la química, con la tradición rural de la que procedía. Le inquietó, ciertamente, la civilización-vapor y le preocuparon las miserias de la clase trabajadora, a lo que siempre contrapuso la filantropía y el deber moral de la beneficencia.

Pragmático religioso

De la religión tuvo una visión pragmática. Luchó ciertamente contra la admiración que suscitó el protestantismo en los años treinta en algunos liberales españoles (en 1837 se editó la célebre colección de textos protestantes conocida como la Biblioteca de Reformistas Antiguos Españoles dirigida por los cuáqueros Benjamin Wiffen y Luis Usoz del Río) y escribió su polémico libro en 1842: El protestantismo comparado con el catolicismo, que reeditaría en francés y en inglés tras sendos viajes suyos a París y Londres. Contaba con cobertura de apoyo intelectual fuera de España. Referente suyo fundamental fue François Guizot, un liberal conservador, hombre fuerte de la Francia de Luis Felipe de Borbón. Con Guizot Balmes compartió su rechazo del fanatismo religioso. Su mayor crítica del protestantismo radicaba en la presunta serie de fracturas que habría generado. Su voluntad fue siempre integradora. La apologética católica que desarrolló estuvo marcada por el afán racional, el respeto a la diferencia, por el reconocimiento de la alteridad. Las ventajas del catolicismo en España radicaban, según él, en la propia autoridad que implicaba el seguimiento de la tradición. Tuvo presente siempre las connotaciones políticas de la religión, aunque defendió la independencia de la Iglesia respecto al Estado. Nunca fue partidario de la imposición por la fuerza. Criticó ásperamente a Napoleón por despótico: “No, no es verdadera esa doctrina degradante, esa doctrina que decide de la legitimidad por el resultado de la usurpación. Esa doctrina que a un pueblo vencido y sojuzgado por cualquier usurpador le dice: 'Obedece a tu tirano, sus derechos se fundan en su fuerza, tu obligación en tu flaqueza'. No, no es verdadera esa doctrina que borraría de nuestra historia una de sus más hermosas páginas, cuando, levantándose contra las intrusas autoridades del usurpador, luchó por espacio de seis años en pro de la independencia y venció, por fin, al vencedor de Europa. Si Napoleón se hubiese establecido entre nosotros, el pueblo español hubiese tenido después el mismo derecho de sublevarse que tuvo en 1808; la victoria no habría legitimado la usurpación”.

Pero al mismo tiempo no simpatizaba con la monarquía de Carlos IV y Fernando VII: “Desgraciadamente, la flojedad, el desconcierto, los malos hábitos que se habían arraigado en España en los años anteriores a 1808, lejos de disminuir el mal, contribuyeron a su aumento. No tuvimos un monarca que supiese levantarse a la altura de las circunstancias, que comprendiese a la nación que le estaba encomendada, ni a la Europa de la cual formábamos parte. ¿Qué sucedió? ¡Triste es decirlo! Ningún pensamiento grande, ninguna medida nacional, una política pequeña a merced de las intrigas, nunca delante, siempre a remolque de los acontecimientos. De aquí el desgobierno que tuvimos desde 1814 a 1820. De aquí la anarquía desde 1820 a 1823. De aquí las exageraciones, el exclusivismo, la imprevisión, hasta 1832; de aquí por fin el triste legado de una guerra civil, de una revolución, de un profundo desquiciamiento que nos aflige todavía y que nos afligirá muchos años”.

La relación Cataluña-España

Respecto a la relación Cataluña-España, como ha demostrado Josep María Fradera, el sacerdote de Vic defendió siempre el papel intervencionista activo que Cataluña debía tener en España. Quizás tuvo presente en su cabeza el papel de los vigatans en la génesis del austracismo catalán en la Guerra de Sucesión. Sus sueños de liberal-conservador nunca llegaron a cuajar. La Barcelona de las bullangas nunca aceptó las propuestas conservadoras de Balmes. Su coqueteo político con el marqués de Viluma tampoco progresó. Y su hombre en Madrid acabó fagocitado en las filas más reaccionarias de Narváez. Sus propuestas urbanísticas para Barcelona sí acabaron, de alguna manera, consolidándose con el plan Cerdà unos años después de su muerte. El Criterio de Balmes sería una obra de obligada lectura en Bachillerato durante el franquismo. Los democristianos franquistas valoraron de esta obra clásica de Balmes la capacidad de hacer doctrina del sentido común, la utilización como eje de conducta del criterio, una mezcla de razón pura y razón práctica, el seguimiento del instinto como fundamento de la praxis política. La doctrina convertida en puro pragmatismo.

La figura de Balmes ha pasado por muy diferentes visiones. Algunos como el padre Casanovas la elevó hasta la hagiografía. Fontana lo despreció desde el marxismo ideológico. Fradera, en cambio, lo comprendió en el marco de su estudio sobre los fundamentos racionales de una política católica, en el escenario de un catalanismo previo al despegue del nacionalismo catalán.