Ensayo

Europa y el volcán

21 noviembre, 2018 00:00

Un servidor retorna este año de sus pequeñas vacaciones familiares desde una tierra muy querida y respetada por los hispanos, la cuna del Imperio Romano. Es mi tercera visita a este país tan cercano y la segunda a las ruinas de la imperial Pompeya. Créanme lo espectacular que resulta observar el panorama de las pequeñas poblaciones desde la boca del Vesubio. Es una perspectiva inusual, algo grandioso que provoca una sensación de impotencia que nos hace insignificantes ante el poderío del Dios Vulcano.

Europa sufre de nuevo la más grave crisis en este siglo que a pueblos, naciones, culturas, caben padecer. Esta crisis ha sobrevenido mas de una vez en la historia. Durante siglos Europa mandó en el mundo, y ahora Europa no está segura de mandar ni de seguir mandando. Y todo esto agravado por un nuevo ciclo migratorio cada vez más agresivo en su intensidad que trae como consecuencia el resurgir de los nacionalismos excluyentes con su componente racista.

Sin duda, esta explosión de radicalismo ideológico y moral no está siendo valorado en su justo término por los actuales dirigentes europeos salvo raras excepciones como el compañero Josep Borrell. Esta falta de interés, si alguien no lo remedia, podría provocar un camino sin retorno de impredecibles consecuencias. El Brexit, los movimientos políticos y sociales de índole fascista, el separatismo, y el resurgir de los nacionalismos excluyentes en nuestro entorno más próximo, cunden a sus anchas, teniendo como única respuesta el apaciguamiento absurdo ante estos movimientos reaccionarios, contemplando solo un objetivo cortoplacista sin saber hoy en día cual es nuestro destino.

No teman si piensan que voy a repetir la “cansina” información que, bajo diferentes enfoques y dependiendo de quien lo escriba, nos llega a diario sobre los temas políticos y sociales de nuestro entorno. En esta ocasión pretendo cambiar el enfoque y buscar una respuesta sobre quienes son en realidad los que dirigen nuestra sociedad, que influencia tienen sobre nuestras decisiones, y que responsabilidad tienen sobre nosotros.

Nuestra civilización, a medida que avanza, se encuentra con problemas de más difícil solución y los riesgos son cada vez más elevados. Sin embargo, lo bueno de todo esto es que, junto al avance tecnológico y cultural, nos avala paralelamente un pasado extenso que nos permite tener más experiencia a la hora de plantearnos cualquier respuesta por arriesgada que fuere, por eso, el saber histórico es una habilidad de primer nivel para conservar y hacer progresar nuestra civilización. No porque dé soluciones prácticas a posibles conflictos que debemos superar, sino porque puede alertarnos de cualquier error parecido cometido anteriormente. En definitiva, si perdemos la memoria del pasado, entonces, la experiencia desaparece y nos encontramos en desventaja cara al futuro.

Según el escritor medieval Jorge Manrique “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Craso error, pues no creo que ninguna de las edades transcurridas en el pasado se haya sentido inferior a la anterior, tampoco esta; por eso el pasado no nos dirá lo que vamos a hacer, pero si lo que podemos evitar. Sin embargo, hoy en día vamos por el mismo camino que antaño, de nuevo estamos en manos de dirigentes que no quieren dar razones ni quieren tener razón. Solo quieren imponer su opinión. Son esos líderes políticos, de opinión, etc., los que ejercen en realidad el poder social. Son en su mayoría técnicos, ingenieros, médicos, profesores, abogados, etc. En definitiva, hombres y mujeres de ciencia que acorde al tiempo en que vivimos ejercen ese liderazgo. Son los denominados especialistas de los que habla Ortega, los sabios ignorantes. Aquellos que no llegan a ser ni sabios ni ignorantes porque, aunque formalmente ignoran lo que no compete a su especialidad, también son hombres de ciencia y tienen que responder a todo dando a entender que conocen la generalidad de su entorno.

Ahora podemos comprender el peligro al que nos enfrentamos con personajes que lideran en la actualidad gobiernos nacionales como el italiano, USA, etc., o regionales como el catalán. Líderes que se comportan en cuestiones que ignoran, no como un ignorante, sino como sabios. El escritor Anatole France nos ilustra adecuadamente sobre esta cuestión: “Un necio es mucho más funesto que un malvado porque el malvado descansa algunas veces; el necio jamás”.

Son personajes que con la ayuda de la tecnología actual dominan la opinión pública, que es la fuerza radical que controla la sociedad humana y que les da el poder de mandar. Decía el filósofo Hume al respecto que “el tema de la historia consiste en demostrar como la soberanía de la opinión pública, lejos de ser una aspiración utópica, es lo que ha pesado siempre y a toda hora en las sociedades humanas”. Esperemos, queridos compañeros/as, que no tengamos que vernos en la tesitura de tener que apoyar algún “sabio-ignorante” que contemple el uso de la fuerza y el engaño para su objetivo final. Si llega el caso habrá que recomendarle lo que el ministro Tayllerand aconsejó a Napoleón, el señor de Europa, con el uso de la fuerza: “Con las bayonetas, sire, se puede hacer todo menos una cosa. Sentarse sobre ellas”. Mandar no es el hecho de arrebatar el poder por la fuerza, sino el tranquilo ejercicio de él. En suma, mandar es sentarse.