Cataluña, capital Toledo: El rey visigodo Suintila

Cataluña, capital Toledo: El rey visigodo Suintila

Ensayo

Cataluña, capital Toledo

Aunque Cataluña no existía como tal, desde mediados del siglo VI los habitantes de aquellas tierras del noreste peninsular tuvieron como referente del poder regio a la capital toledana

27 enero, 2019 00:00

Joan Margarit, cardenal y obispo de Gerona, escribió en 1482 Paralipomenon Hispaniae, con un objetivo claro: legitimar la unión dinástica de Fernando e Isabel. En la dedicatoria a los nuevos reyes reivindicaba sin complejo alguno la unidad hispánica: “Al subir al trono de sus padres y progenitores ha vuelto con su lazo matrimonial en las Españas Citerior y Ulterior aquella unidad que desde tiempo de los romanos y los visigodos había perdido”. Aunque en su obra destacaba, por encima de todo, las raíces latinas de lo hispánico también asumía que los godos habían marcado el devenir de los territorios peninsulares. Según Margarit, el nombre de Cataluña derivaba de Gotolonia y destacaba que Barcelona había sido la primera capital visigoda, antes incluso que Toledo.

En 415 los visigodos, originarios de la isla sueca de Gotland, atravesaron los Pirineos y ocuparon la Tarraconense. Encabezados por Ataúlfo --casado con su rehén, Gala Placidia, hermana del emperador Honorio-- se instalaron en Barcino. Durante un año la ciudad fue la capital efímera del reino deudor y ambulante de los godos, hasta que Ataúlfo fue asesinado y Gala devuelta a Roma. Sin duda, ese rango capitalino debió ser un proyecto acariciado por las élites hispanas de una ciudad tan dinámica y mestiza que, además, empezaba a controlar los territorios más próximos, desplazando ya a Tarraco.

Los acontecimientos bélicos derivaron hacia ocupaciones alternas de ejércitos imperiales y de godos que, primero, se desplazaron hasta la Bética con la intención de eludir los bloqueos que les imponía Roma para, más tarde, regresar y ocupar de nuevo la ciudad. Las negociaciones con el Imperio los convirtió en un ejército al servicio del emperador Constancio en tierras de la Aquitania, coexistiendo a un tiempo con la población galo-romana. De este pacto nació el reino visigodo de Tolosa (418-507) que siguió colaborando con los romanos en el control de los territorios a un lado y otro de los Pirineos, como sucedió en la represión del movimiento de los bagaudas (campesinos pobres y esclavos prófugos) en la Tarraconense, o enfrentándose a las tropas imperiales como hizo Eurico cuando recuperó Barcino en 472.

Tras la caída del Imperio romano de Occidente en 476 buena parte de Hispania quedó bajo el control de los reyes visigodos asentados en Tolosa. Sus derrotas ante los francos les hará retroceder hacia tierras peninsulares. Durante el siglo VI Barcino fue sede de la corte real visigoda en momentos puntuales, como en los años de enfrentamientos internos entre reyes duplicados. Esas estancias serán determinantes para que la ciudad sea renombrada como Barcinona y se consolide como lugar de residencia de los dos poderes más importantes: los obispos y el comes civitatis, representante del Estado.

Las recurrentes tensiones en el seno de la monarquía goda no impidieron que Barcinona fuese un referente de poder regio y episcopal, donde cohabitaban sin conflictos destacables la minoría partidaria del arrianismo y la mayoría católica de origen hispanorromano. No fue casualidad que en 540 el rey Teudis, arriano, autorizase celebrar el I Concilio de Barcelona de los obispos católicos de la provincia eclesiástica tarraconense, que se repitió en 599 bajo el reinado de Recaredo, convertido diez años antes al catolicismo.

Durante el dominio visigodo de Hispania fueron habituales las divisiones y resistencias internas y las invasiones eternas. Ni siquiera con Leovigildo (569-586), como a menudo se afirma, se puede hablar de un reino visigodo unido y con autoridad sobre la mayoría de los territorios hispanos. Aunque, eso sí, la capital ya había quedado fijada en Toledo en 567. Buena parte de lo que se conoce sobre los triunfos militares de Leovigildo se debe al obispo católico de Girona, Joan de Blicar, autor de una breve crónica. Habrá que esperar al reinado de Suintila (621) para que tenga lugar la unidad territorial, al expulsar a los ejércitos bizantinos del sur y someter a los vascones en el norte.

Así, hasta la invasión árabe en 711 existió un regnum gothorum hispano. Aunque Cataluña no existía como tal, desde mediados del siglo VI los habitantes de aquellas tierras del noreste peninsular tuvieron como referente del poder regio a la capital toledana. Sin embargo, ni unos ni otros tuvieron conciencia nacional alguna. Ni la lengua, ni la capital, ni la centralización, ni la aristocracia guerrera, ni la burocracia, ni la fiscalidad articulaba el Estado visigodo. Lo esencial, afirma Javier Arce, era la Iglesia y los obispos, en tanto que el rey se debía someter a las decisiones que el clero acordaba reunido en los concilios. Sólo cuando “la Iglesia abandona o entra en conflicto con el rey, el regnum desaparece, que fue lo que sucedió en 711. Esa sería la razón de su rápida desintegración y no una batalla puntual”. Pese a todo, el mestizaje de los pueblos continuó y fue el preludio de la futura y milenaria Cataluña, hispánica en origen, musulmana por un tiempo y cristiana en expansión.