Retrato de Catalina de Erauso, la 'monja alférez'

Retrato de Catalina de Erauso, la 'monja alférez'

Ensayo

Catalina de Erauso, la mujer-hombre

El prestigioso historiador Ricardo García Cárcel publica un nuevo capítulo de la serie dedicada a descifrar la influencia de las emociones de las mujeres en la conducta humana a lo largo del tiempo

28 octubre, 2018 00:00

Catalina de Erauso, vasca de San Sebastián (1592-1650?), fue popularmente conocida como la monja alférez. Hija ilegítima de militar, comandante de la Plaza de San Sebastián al servicio de Felipe III, a los pocos años fue internada en un convento dominico junto a sus dos hermanas. La priora era prima de su madre. Las dos hermanas profesaron, pero Catalina tuvo no pocos conflictos por su carácter explosivo y su nula vocación religiosa, que le llevó a enfrentamientos físicos con una novicia. Se fugó a los quince años, vistiendo ropa de hombre, con el cabello cortado; anduvo a pie hasta Vitoria donde la protegió y explotó un pariente lejano suyo. Se escapó, huyendo a Valladolid, donde sirvió en la corte como paje del secretario Idiáquez, siempre disfrazada de hombre. Tras una larga itinerancia (Bilbao-Estella-San Sebastián-Pasajes-Sevilla-Sanlúcar) se embarcaría a América. Usó distintos nombres masculinos a lo largo del tiempo (Francisco Loyola y más tarde Alonso Díaz Ramírez de Guzmán y Antonio de Erauso).

En sus primeros años en América, vivió en Cartagena de Indias, Panamá y Perú, ejerciendo todo tipo de oficios al servicio de los comerciantes españoles. Latrocinios diversos y hasta algún asesinato, acompañaron sus idas y venidas por América. En sus mejores momentos, llegó a tener tres esclavos a su servicio. Se alistó en el ejército en 1619, marchando a Chile y luchando contra los araucanos. En la batalla de Valdivia recibió el grado de alférez. Destacó por su vandalismo y violencia. Asesinó al auditor general de la ciudad de Concepción y a su propio hermano en un duelo de honor, sin saber quién era el uno y la otra. Fue condenada a muerte varias veces, siendo protegida por la Iglesia en varias situaciones-límite.

En 1623, condenada por matar a un soldado en una pelea en Perú, reveló su identidad de mujer y de monja. El obispo Agustín de Carvajal llamó a tres matronas para que comprobaran su identidad (además acompañada de su virginidad) y se pospuso su ejecución ya que decidió, dado que había sido monja, que su caso era propio de jurisdicción eclesiástica. Fue enviada a España, donde la recibió Felipe IV, que le mantuvo su graduación militar y la apodó como alférez. El relato de sus aventuras se extendió por Europa y Catalina visitó en Roma al papa Urbano VIII que le autorizó a vestir de hombre. Por el camino fue detenida en Francia, acusada de espía. Volvió a México en 1630, donde moriría unos años después. No se sabe con precisión cuándo. En 1645 el capuchino Nicolás de Rentería declaró haberla conocido en Veracruz como Antonio de Erauso, dedicado a la profesión de carretero.

Cuando estuvo en Roma, dictó un libro de memorias al clérigo Pedro del Valle Peregrino que escribió el relato en 1626: "Su cabello es negro, el aspecto de hombre, y lleva un poco de melena, parece en efecto más eunuco que mujer. Sólo en las manos se le puede conocer que es mujer, porque las tiene abultadas y carnosas y robustas y fuertes, bien que las mueve algo como mujer".

En vida de ella, Juan Pérez de Montalbán escribió la Comedia famosa de la monja alférez, obra en la que subrayaba su gran atractivo para las mujeres. En 1630, Francisco Pacheco pintó su retrato. El manuscrito con el relato de su vida circuló mucho con diversas ediciones apócrifas hasta su primera edición en París en 1829 con gran éxito. La primera edición en España se hizo en Barcelona en 1838. Thomas de Quincey hizo una versión en inglés, The Ensign Nun.

¿Qué hay de cierto y de imaginario en la biografía de Catalina? Nunca lo sabremos. Se conservan fuentes documentales seguras (su partida bautismal, su ingreso en el convento, algunas de sus actividades americanas documentadas en el Archivo de Indias) pero en el relato de Pedro del Valle hay mucha imaginación. Hay en el personaje una impostada declaración de vocación militar que justificaría su presunto cambio de sexo.

Catalina responde a la larga tradición de mujeres varoniles que desde luego tuvieron notable éxito en el teatro barroco, con actrices especializadas en el disfraz masculino (María de Navas, Francisca Baltasar, Jusepa Vaca) y no pocas obras que tienen como gran tema el travestismo, eso sí, coyuntural, de las mujeres-hombres. Tal es el caso de Don Gil de las Calzas Verdes de Tirso de Molina. Pero el teatro ofrece situaciones forzadas muchas veces por la necesidad de seguir las mujeres a sus amados varones. La Erauso es, en cambio, un caso de voluntad decidida de convertirse en varón con el morbo añadido de su origen conventual. En la obra basada en su vida se precisa que moriría antes que dejar ver a los demás que era una mujer. Lo trascendente de ella es que niega su cuerpo, repudia el convento y la sumisión y se construye una personalidad masculina, especialmente violenta para responder plenamente a las expectativas que se suponían a los varones. América le sirve como frontera para consolidar su cambio de identidad. Lo singular es que la proscrita se convertiría en heroína, quizás porque a la postre, ella legitimaba la superioridad masculina y reforzaba los valores de la sociedad patriarcal. Su vida, convulsa, quedaba justificada por una comprensible aspiración: era una mujer que quiso por encima de todo ser un varón.