Pintura sobre el asedio de Barcelona en 1714, durante la Guerra de Sucesión

Pintura sobre el asedio de Barcelona en 1714, durante la Guerra de Sucesión

Ensayo

Los 'botiflers': traidores a la patria

Durante la Guerra de Sucesión hubo un cruce de reprobaciones falsas entre los dos bandos enfrentados en Cataluña

21 enero, 2018 00:00

Se suele denominar a los dos bandos en la Guerra de Sucesión como botifler por ser favorable a Felipe V frente a vigatà partidario del archiduque Carlos, siendo esta segunda opción la mayoritaria después de 1705. Son conocidas las diversas interpretaciones sobre la etimología de botifler. Es posible que aluda a la flor de lis de los borbónicos (beauté fleur), a los seguidores del mariscal francés Boufflers o derive de botir (hincharse) y botirós, adjetivo despectivo con el que calificaban a los soldados del rey que reprimieron la revuelta de los barretinas de 1687-1689.

Tenga un origen u otro, un botifler es según el diccionario de IEC una persona presumida o arrogante, un partidario de Felipe V o, la más común, el que colabora con los enemigos de su tierra. Pero ¿cómo identificar históricamente a un botifler? Martí de Riquer ofreció un dato imprescindible para poder conocer quiénes lo son y quiénes no. Los botiflers serían aquellos catalanes que “han abrazado y defendido la tendencia contraria a aquella que es vista con más simpatía en la Historia de Catalunya de Ferran Soldevila”.

Soldevila escribió una Historia de Cataluña (1928), por encargo de Cambó, en la que fijó como verdad absoluta que los únicos héroes de 1714 habían sido los austracistas, genuinos representantes del pactismo histórico. Le fascinaba tanto la Cataluña anterior al 11 de septiembre que pensaba que si no pudo ser sí podría volver a ser. La división entre buenos y malos catalanes quedó definitivamente fijada. Pero ¿fueron los botiflers enemigos de Cataluña?

Uno de los ensayos fundamentales para entender quiénes fueron los botiflers lo publicó en 1981 Núria Sales. Son conocidas las filias y las fobias ideológicas de esta historiadora, de ahí el valor de sus afirmaciones: “Los catalanes que continuaron fieles al primer Borbón (recordemos que Cataluña lo había jurado por rey en cortes solemnísimas) no necesariamente lo hacían por menosprecio a aquellas libertades [leyes y constituciones catalanas]”.

Entre las quejas que se difundieron contras los botiflers en plena guerra, Sales no encontró ninguna en la que se les acusase de absolutismo ni de ir contra Cataluña ni de tener intención alguna de destruir las leyes catalanas. Mientras que sí halló ejemplos del más servil absolutismo y una mezcla de maniqueísmo antifrancés (no anticastellano) entre los austracistas o vigatans. Tampoco fue casual que la elite intelectual catalana partidaria del archiduque escribiese y recitase sus poemas en castellano, mientras que la elite botifler se cartease siempre en catalán. Resulta entrañable que Josep Aparici, conocido botifler, geógrafo, comerciante y funcionario real, dejase escrito su epitafio en catalán: “Qué miras = Yo era com tú = Y tú seràs com jo = Digasme = Déu te perdó”.

Cruce de acusaciones falsas

En esta guerra civil catalana circularon reprobaciones falsas de unos contra otros, de las que algunas han quedado fijadas como verdaderas en la historia oficial y otras han sido interesadamente olvidadas. Por ejemplo, una de las acusaciones más graves que los botiflers hicieron en plena guerra contra los vigatans es que éstos, por su alianza con los ingleses, habían abolido la Inquisición: “Que hay libertad de conciencia --Y que no hay Inquisición --Miserables carolistas --Peores que el diablo son”. Se equivocaban, porque “la patriótica resistencia catalana” no abolió el Santo Oficio. Las prisiones fueron abiertas en 1705 tras romper con Felipe V, excepto las de la Inquisición por “la atención de los barceloneses al Santo Tribunal”. Entre el patriotismo y el colaboracionismo existió un ancho campo de afinidades y desafecciones que cuestiona una historia maniquea de héroes frente a botiflers.

Según Virginia León, el modelo absolutista de Felipe y de Carlos fue homologable, como también lo fue el constitucionalismo de ambos. Felipe V no destruyó los fueros --libertades y constituciones-- de navarros y vascos, porque fueron borbónicos, no se cambiaron de bando ni se levantaron contra él. Es decir, si hubo “traidores” fueron entre aquellos catalanes que incumplieron los acuerdos de sus propias Cortes de 1701-1702, dejando al Borbón y apostando por el Austria a partir de 1705. No es extraño que incluso algunos historiadores hayan afirmado que el 11 de septiembre de 1714 fuese la inevitable consecuencia de una traición ejecutada por aquellos que, paradójicamente, hicieron después responsables de su derrota a los botiflers. En las simplistas historias de buenos y malos la culpa siempre es del otro.