Reproducción de la Barcino romana / AYUNTAMIENTO DE BARCELONA

Reproducción de la Barcino romana / AYUNTAMIENTO DE BARCELONA

Ensayo

Barcino, una colonia mestiza

En la ciudad romana residían habitantes originarios de lugares tan distantes como Panonia (Hungría), Tolosa (Francia), Lixus (Marruecos), Cartago (Túnez) y otras urbes helénicas, itálicas o hispanas

11 noviembre, 2018 00:00

En un catálogo sobre los restos arqueológicos de la plaza del Rey, el alcalde Joan Clos firmaba que uno de los orgullos de Barcelona era su origen romano, y concluía: “Barcelona es una ciudad milenaria que ama su pasado y lo considera clave para conocernos mejor y garantizar un presente y un futuro brillantes”. Y como si previera lo que iba a suceder tres lustros más tarde, el concejal de Cultura --el camaleónico Ferran Mascarell-- matizaba en la página siguiente: “Una ciudad no debe caer nunca en la trampa de convertirse en prisionera de su historia”. Sorprende esta aparente discrepancia en una obra publicada en 2001 que (re)ponía en valor los restos más antiguos de la ciudad.

Como sucede con otras urbes, los orígenes de Barcelona han sido mitificados. Una de las leyendas que se difundió con éxito desde el siglo XV fue que Hércules llegó a Cataluña en busca de una de sus barcas. Había partido de Italia con nueve naves para realizar unos de sus trabajos hercúleos, y una de ellas se perdió. Felizmente la halló en una playa y allí mismo decidió fundar un lugar con el nombre de Barcanova o Barcinona. Otra interpretación menos literaria fue la que atribuyó la creación de la ciudad a los cartagineses de la familia Barca (Amílcar, Aníbal y Asdrúbal), pero no existe ningún dato que pueda respaldar esta tesis púnica. En fin, todo apunta a que la primera Barcelona fue una colonia de veteranos del ejército romano que habían participado en las guerras cántabras.

La Colonia Iulia Augusta Faventia Paterna Barcino fue fundada por Augusto entre el 15 y el 13 a. C. y desde sus inicios los habitantes de esta parva oppida o pequeña ciudad amurallada conocieron la prosperidad. Isabel Rodà ha señalado que Barcino fue un territorio no cerrado intramuros: “Territorio, puerto y núcleo urbano constituyen una trilogía que no se puede desmembrar”. Esta historiadora afirma también que la comunidad barcinonense fue asimismo una sociedad abierta e integradora, un foco de atracción para elementos foráneos en la que promocionaron los libertos, antiguos esclavos que una vez libres ejercían como representantes de sus intereses económicos y de los sus antiguos amos, hasta convertirse en poderes fácticos.

Respecto a otras ciudades hispanas, otro rasgo peculiar de Barcino fue su afirmación como capital administrativa de un entorno en permanente expansión económica. Uno de los signos más distintivos fue la precoz proliferación de inscripciones (más de trescientas), un número muy superior a lo habitual en ciudades de su tamaño, apenas diez hectáreas. Rodà ha constatado que los gentilicios de los primeros colonos (Ratumedius, Herennuleius o Lucceius) eran itálicos, aunque se desconoce si llegaron procedentes de la Italia central o de la ciudad gala de Narbona. Se han identificado los nomina más habituales de aquella Barcelona de los primeros siglos de nuestra era: Corneli, Pedanii, Valerii, Aemilii, Domitii, Fabii, Porcii, Rufidii, etc. Alberto Balil recordó que muchos de estos individuos eran de origen helénico, un indicio de su condición de libertos de procedencia forastera. En tiempos de Trajano el liberto más famoso, rico y poderoso fue Lucio Licinio Segundo, en cuyo honor se levantaron en el foro más de veintiún pedestales con su estatua.

El mestizaje fue el signo de identidad de Barcino. En la ciudad residían habitantes originarios de lugares tan diversos y distantes como Panonia (actual Hungría), Cominges o Tolosa (Francia), Lixus (Marruecos), Cartago (Túnez) o de otras ciudades helénicas, itálicas o hispanas. Sin olvidar a Tarraco y las cercanas Iluro (Mataró) o Baetulo (Badalona), con las que los contactos fueron frecuentes en todos los sentidos y ámbitos.

A diferencia de otras ciudades romanas que decayeron desde mediados del siglo III a medida que se tambaleaba el Imperio, Barcino se consolidó como referencia militar y estratégica. La transformación y el crecimiento urbanos son perceptibles en la continuidad del foro o en la construcción de la nueva y gran muralla durante el siglo IV, un potente circuito que la protegió a la ciudad durante más de nueve siglos.

El corazón de aquella Barcelona latía alrededor del monte Táber. Es ahí, en el carrer del Paradís número 10 donde se esconden los restos romanos más monumentales: las columnas y podio del templo de Augusto. No deja de ser una paradoja que la sede del nacionalista Centre Excursionista de Catalunya esté en ese lugar, símbolo de una Barcelona abierta y mestiza en tiempos de la Hispania romana.