Ensayo

Adoctrinar, aleccionar, enseñar y educar

4 mayo, 2018 00:00

Es difícil encontrar un país en el que no se utilice la educación para inocular el concepto de identidad nacional en los niños. Los españoles que tienen cierta edad recuerdan la FEN, una asignatura obligatoria con la que el régimen explicaba qué era la patria: siempre a la defensiva, siempre mejor que las demás, siempre envidiada. Para que no hubiera errores de enfoque, la mayor parte de los profesores que impartían esta maría debían acreditar adhesión falangista sin tacha.

En países democráticos, los estados transmiten a los niños la visión de la patria del establishment, que no suele ser cuestionada porque exalta los valores positivos, sin aristas, aunque siempre destilan cierto chovinismo, claro.

¿Qué ocurre en Cataluña? Algo parecido, aunque con algunos matices notables. La Generalitat ha actuado estos años como si fuera un Estado: intentando insuflar conciencia nacional a los estudiantes con elementos identitarios comunes, pero también por oposición y exclusión, en continua comparación con España.

Así se puede comprobar en los libros de texto. Uno de ellos, el de historia de segundo de bachillerato --Història 2 batxillerat, editado por Grup Promotor/Santillana-- es muy ilustrativo.

El planteamiento del libro es curioso porque en teoría es historia de España, pero dedica más del 80% de sus páginas a Cataluña

De hecho, el planteamiento del volumen ya es algo curioso porque debería abordar la historia de España, palabra que no cita en su portada. Además, el 80% del texto se dedica a Cataluña y, por supuesto, a explicarla como víctima de un Estado ajeno.

Es difícil decir si adoctrina, pero desde luego no educa; y tampoco enseña. Por ejemplo, cuando habla de la guerra civil y la presenta como algo que vino de fuera: “Algunos historiadores catalanes han destacado que las tensiones que llevaron a la guerra (civil) tenían raíces específicamente españolas. [...] Así, estos historiadores vienen a decir que en julio de 1936 Cataluña se vio implicada en un conflicto que le venía impuesto desde fuera”.

Sin embargo, unas páginas después explica que “la huelga declarada el 5 de octubre de 1934 y la entrada de tres ministros de la CEDA en el Gobierno de Lerroux un día después provocaron la reacción del presidente Companys, que proclamó el Estado catalán dentro de la República Federal Española. Su llamamiento no fue seguido por nadie y al día siguiente Companys y su Gobierno se rindieron a las fuerzas del Ejército. El Estatuto fue suspendido y el Gobierno de la Generalitat encarcelado”.

¿Cómo pueden avalar los tres historiadores que firman el libro la tesis de la importación del conflicto bélico, si ellos mismos explican que dos años antes de que estallase la Generalitat intentó derrocar la República?

El texto también alude al general Goded, que encabezó el alzamiento del 18 de julio en Barcelona y que fue fusilado en agosto. Los autores quieren evitar confusiones con sus apellidos --Manuel Goded Llopis-- y recuerdan que era de origen portorriqueño. Unas páginas más adelante se acuerdan de Laureano López Rodó a propósito de los planes de desarrollo, pero olvidan citar que era catalán: solo detallan su adscripción al Opus Dei.

Cuando aborda la etapa del desarrollismo y la migración interna, el libro precisa que “los únicos que se beneficiaron de esta situación fueron los especuladores, que se hicieron ricos gracias al gran aumento de la demanda de viviendas. Además, Cataluña no disponía de instituciones propias para difundir entre los que llegaban la enseñanza de la lengua y la cultura catalanas”. Mensaje doblemente sesgado: la llegada de extranjeros no benefició a la población; al contrario, perjudicó su identidad.

La superioridad de Cataluña frente al resto de España, constante y poco sutil en todo el volumen, se evidencia también en el desarrollo industrial de la posguerra.

"La superioridad inglesa en precios obligó a la industria catalana a proteger su producción", dicen los historiadores, pero no lo hizo la industria sino Franco

“En Cataluña, en cambio, no se daban ninguna de estas dos condiciones: el algodón y el carbón se tenían que importar y el mercado español tenía poca capacidad de compra. Pese a todo, se consiguió crear una importante industria textil, algodonera sobre todo. [...] La superioridad inglesa en los precios y en el control del mercado obligó a la industria catalana a proteger su producción. Por eso se evitó la importación de tejidos ingleses, tanto a la Península como a las colonias americanas (Cuba, Felipinas, Puerto Rico)”.

Como es bien conocido, no fue la industria catalana sino Franco el que protegió su producción, más cara y de peor calidad, de la competencia exterior, y le dejó expedito todo el mercado que el régimen controlaba.

Pero la visión de España y su hostigamiento constante a Cataluña no admiten matices para estos historiadores. “El régimen demostró desde el principio una de sus características principales: la represión contra los movimientos democráticos y de izquierda, contra todos los valores que representó la República y contra cualquier expresión nacionalista (Cataluña sobre todo)".

El afán por diferenciar --a mejor-- todo lo catalán llega a situaciones grotescas. “La oposición política al franqusimo vivía enmedio de una gran fragmentación organitzativa”, dice para referirse a los partidos clandestinos españoles en la época del tardofranquismo.

Luego, asegura que “este proceso tenía en Cataluña una intensidad --al margen del País Vasco-- que no se daba en el resto de España [...]. Por eso, en 1969 fue posible la creación de una Coordinadora de Fuerzas Políticas de Cataluña, donde se sentaban los principales grupos de la oposición, sin exclusiones ideológicas”.

Esta forma de explicar la historia de Cataluña en relación a España se parece más a adoctrinar o aleccionar que a enseñar o a educar. Y los protagonistas del sistema rechazan cualquier crítica porque, dicen, lo que se pretende es acabar con un “modelo de éxito”. Y tienen parte de razón porque ha sido un éxito, aunque no precisamente para la convivencia.