Democracias

Somos santos y (todavía) somos de izquierdas

12 julio, 2021 00:00

En la vida, igual que en el arte de la música, hay que tener oído para la melodía y, al mismo tiempo, ser capaces de distinguirla del contrapunto. Si España fuera una sinfonía diríamos que mientras suena el motivo principal de la pieza, el entramado de fondo, lo que vendría a ser una subtrama o un argumento secundario, discurre en sentido catastróficamente opuesto. El resultado es una falta de armonía general que se traduce en un malestar social creciente y problemas económicos que, antes o después, tendrán consecuencias políticas serias para la coalición que nos gobierna. 

Tras el episodio de los indultos, que sólo eran una prioridad para los independentistas y la Moncloa –el resto del universo tiene otras preocupaciones más urgentes, entre ellas sobrevivir– el sainete catalán ha vuelto a programar sus momentos estelares: el aval (con dinero público) que Jaume Giró, Il figlio diseredato, ha diseñado para que con el patrimonio de todos se cuide el de los condenados o la reunión –las crónicas dicen que fría– entre Sor Junqueras y Puigdemont, el Napoleocito (sin imperio) en Waterloo. Por supuesto, ambos víctimas.

No cabía esperar otra cosa. Por muy estupendo que se ponga Sánchez I, aficionado a los chuletones al punto, el revival nacionalista no abandona su condición cómica, aunque en el camino haya evidenciado que en España la ley no se aplica igual para todos –cosa que ya sospechábamos– y demostrase que los terceristas, cuando invocan las virtudes de la bondad y el diálogo, lo que buscan es que nos dejemos birlar la cartera sin protestar. “Somos diferentes, absténgase de aplicarnos la ley y, le guste o no, denos todo el dinero que lleve encima: lo necesitamos para la Nostra Repubblica”. Y todo en este plan. 

Como en la Moncloa no son tontos, aunque a veces lo parezca, su maquinaria populista ha sacado del cajón un par de proyectos legislativos cuya función es simular que tenemos un Gobierno muy social, muy de izquierdas, solidario y sensible. Primero han aprobado la Ley Trans, con cabreo de parte del feminismo pensionado, que tendrá que compartir su cuota de ayudas con aquellos que defienden la elección voluntaria de sexo. Acto seguido activaron la normativa del Sólo Sí es Sí, donde se invierte la carga de la prueba, de forma que los jueces presupongan de partida la culpabilidad del varón. El último acto es la crisis de Gobierno, vendida como un retorno del PSOE de siempre.

¿Casualidad? En absoluto. Con independencia del contenido de estos proyectos legislativos, salta a la vista que PSOE e UP pretenden insistir en la misma imagen de bondad (impostada) con la que presentaron los indultos. Por si la operación somos santos y (todavía) somos de izquierdas se quedase corta, Iceta, Il grande, anuncia antes de que lo pongan en Cultura que va a regalar la plaza de funcionario a los interinos mediante un examen en el que el 40% de la puntuación premiará una condición –la temporalidad–, a la que no podrán aspirar los demás ciudadanos. Una oposición a la carta y con premio de consolación. En el caso de suspender (y ser despedido de un cargo no conseguido ni en igualdad, ni por méritos, ni por capacidad) te pagarán el quebranto a precio de despido procedente –20 días por año–. Extraordinario. Igual que la rebaja fiscal en la subida de la luz, acometida no por convicción social, sino para que el cabreo del personal sea un poco menor cuando llegue la factura. Será pronto.

Cabe preguntarse por los motivos que mueven al Gobierno a estos gestos de santidad insistente. No tenemos la respuesta, pero todo indica que los estudios de opinión de los spin doctors (ahora caídos en desgracia) empiezan a recoger –¿acaso en modo pánico?– un deterioro de la imagen del inquilino de la Moncloa. Su desgaste ha crecido tras las elecciones de Madrid y a pesar del movimiento de contención que supusieron las primarias del PSOE en Andalucía. El impacto (moral) de los indultos, incluso con las payasadas de los afortunados por el medio, puede que se vaya diluyendo con el tiempo. Lo que no lo hará es la nula credibilidad del presidente del Gobierno, del que se ríe hasta Rufián. Por eso convenía soltar lastre. Por eso tenemos nuevo Gobierno.

La credibilidad, como es sabido, exige tener principios claros y coherencia a lo largo del tiempo, pero puede perderse en cinco minutos. Mucho más si no se ha tenido nunca y se concibe la política como la veleta de un campanario. El problema del PSOE, y también de lo que queda de Podemos, es que el contrapunto a su populismo no suena bien. Las disonancias van a durar en el tiempo. Por ejemplo, si se cumple el augurio de catástrofe en la temporada turística del verano, ahora que nuestros principales mercados europeos aconsejan no venir a España.

Súmenle a este cuadro la quinta ola del coronavirus (de perfil juvenil), una vacunación más lenta de lo aceptable –y que muta según autonomías–, el recorte de las pensiones –que va a sufrir la generación de los baby boom–, la reforma laboral –que no encarecerá el despido ni reducirá la temporalidad–, la guerra de las autonomías por el dinero de sus virreinatos, la subida de impuestos y cotizaciones sociales, el fin de los ERTE y las calamidades del plan de ajuste que exige Bruselas. Todas son medidas con un notable quebranto social que van a quedar en la memoria. No puede decirse que sean de izquierdas. Más bien, son regresivas. España no saldrá mejor de esta crisis. Y Sánchez & Cía, tampoco. Cambiar el Gobierno no va a salvarle de sí mismo.