Retrato de un joven de la ciudad egipcia de Faiyum de estilo copto, grabado del siglo II. d.C

Retrato de un joven de la ciudad egipcia de Faiyum de estilo copto, grabado del siglo II. d.C

Democracias

Mundo antiguo, pavor presente

Taurus reedita el ensayo del historiador Peter Brown que hace medio siglo inauguró una mirada distinta a la Antigüedad tardía, ese tránsito entre Roma y la Edad Media

7 febrero, 2021 00:10

Los historiadores estudian sucesos irrepetibles que, sin embargo, tienen la extraña costumbre de rimar igual que un poema de versos encadenados. Muchos se pasan media vida construyendo mitos culturales que, a medida que el tiempo los alcanza y las épocas se suceden, deben desmontar con la paciencia de un artesano. Merced a este movimiento, que es una suerte de revisionismo honrado, avanzamos en el conocimiento del pretérito, que es una de las formas más perfectas de augurio del presente. Un sortilegio mediante el cual descubrimos cómo el universo mental de los difuntos y los ancestros condiciona nuestra existencia. 

Por estar encajonada entre las poderosas construcciones mentales del Imperio Romano y la Edad Media, las dos caras de un mismo proceso –el devenir de Occidente–, una de sus historias más fascinantes es la de la Antigüedad tardía, el periodo de tránsito y zozobra que tiene lugar entre los siglos III y VII d. C. Entre las Meditaciones de Marco Aurelio y la teocracia de Mahoma. Entre estos dos instantes se producen en el mundo antiguo una serie de transformaciones culturales que explican las actuales diferencias culturales de Europa y la relación de Occidente con las civilizaciones vecinas. De cierto modo, anticipan nuestros días.

Cabeza colosal del emperador de Constantino, Peter Brown y la Antigüedad tardía

Restos de una estatua colosal del emperador Constantino, en Roma

La Edad Media comienza con el imperio carlongio (siglo VIII) y la irrupción del Islam en un Mediterráneo que para entonces había dejado de ser un mar comunal para convertirse en una frontera. La Cristiandad, instalada sobre las estructuras de poder de una Roma escindida, se divide en dos universos y se encierra en sí misma. Del mundo previo a estos hechos escribió de forma ejemplar hace medio siglo el historiador irlandés Peter Brown, formado en el All Souls College de Oxford bajo el magisterio del mítico Arnaldo Momigliano. Con cuarenta años de edad y un domino asombroso de los idiomas –la leyenda sostiene que domina quince lenguas– Brown se había especializado en estudiar la vida de los santos antiguos –es autor de una biografía de Agustín de Hipona– gracias a las incursiones (a fondo) que fue haciendo en ese extraño momento del tiempo en el que Roma deja de ser Roma –la clásica– para convertirse en la Iglesia

De estos viajes al pasado nacería un ensayo –The World of Late Antiquity (1971)– que lo cambiaría todo, al apartarse del eje establecido en el siglo XVIII por el británico Edward Gibbon, el primer historiador moderno, en su célebre The History Of The Decline And Fall Of The Roman Empire (1779). Donde el patriarca británico hablaba de decadencia, el historiador irlandés veía cambio y adaptación a las circunstancias; donde Gibbon hacía una severa lectura moral del despeñamiento de toda una civilización, Brown introducía un relato de mestizajes, contrarios que se funden, promiscuidad cultural y aggiornamiento

Gibbon, Peter Brown y la Antigüedad tardía

Edición en inglés de The History Of The Decline And Fall Of The Roman Empire, de Gibbon

La publicación de El mundo de la Antigüedad tardía fue un acontecimiento académico y cultural porque no narraba el salto entre la era romana y los siglos del Medievo como una suerte de pérdida de un Paraíso similar al del Génesis. Lo contaba mediante una transformación social, visible en las costumbres y en el arte. Y como un vendaval: lo que hasta entonces era considerado como contaminación, aparecía ante nuestros ojos a la manera de una metamorfosis en la que el cambio se impone a la tradición –modificándola–, la pax augusta deviene en militarización social, la brecha entre ricos y pobres crece y el paganismo es sustituido por el cristianismo, que ancló sus nuevos valores sobre una estructura imperial mucho más aparente que lo que otros nos han contado. 

El libro de Brown es una historia de las mentalidades que desemboca, tras una navegación apasionante por un océano de contradicciones y simulacros, entre el relato oficial y el mundo vulgar, en la descomposición de Roma en tres legados: Bizancio, Occidente y el Islam. En paralelo, describe cómo la antigua filosofía griega, salvada del cáncer del tiempo por el helenismo, se diluye dentro de la teología y la doctrina cristiana. De estos hechos capitales, que van del año 200 al 700 de nuestra era, trata el excepcional ensayo de Brown, que ahora vuelve a las librerías gracia a la oportuna reedición de Taurus dentro de su colección de Clásicos Radicales, con un prefacio de José Enrique Ruiz Domènec. 

Los favoritos del emperador Honorio (1883), John William Waterhouse, Peter Brown y la Antigüedad tardía

Los favoritos del emperador Honorio (1883), un cuadro de John William Waterhouse que expresa el cambio de la figura del emperador: de todopoderoso a humano

Roma, según el consenso historiográfico previo, se hundió debido a tres factores: la pérdida de los valores clásicos, contradictorios con la conducta de una oligarquía corrompida, una crisis económica descomunal y la fragmentación acelerada por las invasiones bárbaras desde las remotas fronteras del imperio. Sin dejar de ser cierto, el relato que vincula estos argumentos aparece condicionado por los valores (elitistas) de unos historiadores que proyectan su particular concepción de la civilización sobre los hechos. ¿Sucedieron realmente así las cosas? 

Brown se fija en elementos simbólicos y manifestaciones artísticas para contar su opinión. Nos habla, por ejemplo, de la importancia del culto al cuerpo, del realismo del arte copto, que muestra a personajes con ojos inmensos en cuyo fondo podemos atisbar por primera vez el alma de una persona, glosa las primera manifestaciones individualistas frente a la dictadura de las tribus y nos ilustra sobre el nacimiento del patronus, antecedente del señor feudal, que mediaba –ejerciendo la intermediación y la influencia– entre la plebe y unos emperadores que ya no procedían del endogámico círcylo de la aristocracia de los patricios. Césares que habían dejado de ser inmortales y dependían de la milicia a la que pertenecían, y en la que ahora convivían hijos de antiguos esclavos libertos con bárbaros de los confines del imperium

Criato junto a San Menas en una tabla del siglo VI en Bawit (Egipto), Peter Brown y la Antigüedad tardía

Grabado que muestra a Cristo junto a la figura de San Menas en una tabla del siglo VI en Bawit (Egipto)

Estas señales, más que decadencia, anuncian profundas alteraciones culturales y rasgan la falsa idea de uniformidad a partir de la cual había sido enunciada la grandísima epopeya romana. Brown, en cambio, se sumerge en el ámbito más prosaico de la historia –la vida cotidiana– y demuestra que la romanización, más que un edificio bien asentado, era una mera epidermis. Descubre también que la fragmentación de Roma es el desmentido de un espejismo: nunca existió un mismo mundo uniforme; dentro de lo que llamamos Roma cohabitaban tiempos y valores culturales contradictorios que, ante el colapso económico –malas cosechas, impuestos demenciales, mayor militarización– terminarían por resurgir bajo la forma de localismos, sincretismos y una sensibilidad religiosa que deja atrás el paganismo –su último defensor fue Juliano, bautizado como emperador apóstata por los cristianos a mediados del siglo III– por motivos mucho más materialistas que espirituales.

En este imperio virtual, cuyas fronteras carecían de protección, enfrentado a una Persia resurrecta, en cada comarca donde no gobernaba un vicario del emperador había un obispo. Los bárbaros, más que invasores, son los inmigrantes de la época; gente que desde sus territorios de origen iban en busca de la opulencia del Mediterráneo central del mismo modo que ahora hacen los africanos que cruzan el Estrecho en patera. La Antigüedad tardía es así una anticipación del mundo posmoderno antes del relativismo intelectual: las jerarquías clásicas, presentes todavía durante un cierto tiempo en el imaginario de las élites, dejaron de regir en el ámbito práctico, donde se había instalado un hombre nuevo.

Peter Brown, el mundo de la Antigüedad tardía

La Roma clásica, una urbe que según la leyenda Augusto recibió hecha de ladrillo y barro y transformó en un templo de mármol a cielo abierto, había perdido su simbolismo en favor de Constantinopla, capital de un imperio oriental (Bizancio) donde el comercio y el lujo hicieron olvidar muy pronto que los primitivos reyes romanos eran monarcas aldeanos y agrarios. Ni siquiera el ejército estaba formado por romanos naturales, sino por una soldadesca mercenaria y de amalgama. Los emperadores sustituyeron la toga por la armadura. En su mayoría, procedían de las provincias, donde resurgían los nacionalismos. El imperio oficial podía seguir anclado en el mito del antiguo Mediterráneo, pero su realidad era la de una constelación de territorios diversos, mal protegidos y alejados del mar, la autopista comercial del mundo antiguo. 

Primero fueron grietas; después, abismos. Por estas fallas penetraron los nuevos poderes: en primer lugar, el cristianiamo, que se instaló dentro de la civilización romana como un alien y terminó por devorar y sustituir a sus élites; después, el Islam, cuya expansión en tan escaso tiempo, especialmente en el caso de Hispania, resulta imposible de entender si se sigue confundiendo a la Roma crepuscular con la clásica. El libro de Brown se detiene en esta metamorfosis, no exenta de resistencias y retrocesos, que comienza con los Antoninos y se prolonga hasta la entronización del cristianismo, una vez platonizado y universalizado, en la cima imperial. 

brown 1971 pp 42

Un mismo modelo, dos significados. A la izquierda, un filósofo sentado en un atrio. A la derecha, un santo, sentado en una cátedra con un Evangelio. 

El absolutismo del Palatino, expresión política de un único cuerpo social, había pasado a la historia. Sus herederos, los césares tardíos, son otra cosa. Representantes de una hegemonía militar convulsa y cambiante –25 césares en 47 años; todos, salvo uno, muertos de forma violenta– y condicionada por una sensación de fin de época que hace que los patricios romanos abandonen sus villas en los confines del imperio ante la desaparición del Estado

La lógica imperial original –Norte/Sur– se había convertido en una dialéctica Oeste/Este. La Roma del Tíber es sustituida por la del Bósforo. El imperio ofensivo se vuelve defensivo. Bizancio contempla atónito el avance del Islam por el Mediterráneo, el dominio de África y su entrada, sin resistencia, en Hispania. Ante esta inmensa concatenación de catástrofes, Brown enuncia su tesis: los imperios, representados con los símbolos de las armas y las riquezas, nacen y mueren cuando las ideas que los sustentaron dejan de ser útiles a los hombres. Los miedos del mundo antiguo están hechos exactamente con el mismo material que los pavores del presente.