Manifestación independentista en Barcelona con motivo del segundo aniversario del 1-O / EFE

Manifestación independentista en Barcelona con motivo del segundo aniversario del 1-O / EFE

Democracias

Cuando Cataluña dejó de pensar

Jordi Ibáñez Fanés plasma en ‘Infierno, purgatorio, paraíso’ la destrucción moral de un país siguiendo los pasos de Pujol, Quintà y del independentismo

19 diciembre, 2021 00:10

Podía haber sido distinto. O tal vez ya estaba todo preparado, la base existía y se trataba de que alguien fuera capaz de aplicar un resorte para organizar una sociedad que ahora se mira a sí misma de reojo, que es consciente de que ha llegado a un camino sin salida, aunque no tenga el valor de admitirlo. Sí, hubo un instante en el que Cataluña dejó de pensar, con la complicidad de muchos estamentos, pese a las quejas de algunas minorías. Y la sociedad de vanguardia, la que mantenía una gran autoestima, la que se vanagloriaba de representar la modernidad tras las luchas de los años setenta, se dio de bruces frente a un proyecto comunitarista basado en un clientelismo atroz. ¿Es posible que sucediera con el buen ánimo de todos?

Jordi Ibañez Fanés (Barcelona, 1962), profesor en el Departamento de Humanidades de la Universidad Pompeu Fabra, autor de novelas como Una vida en la calle (2004) o Un quartet (2019), o de ensayos como La lupa de Beckett (2004); Antígona y el duelo (2009) o Un dilema moderno (2019), se ha adentrado en el denso bosque catalán con la narración Infierno, Purgatorio, Paraíso (Tusquests). Se trata de un “artilugio”, como señalaba en estas páginas de Letra Global el periodista Ramón de España, que supone un auténtico puñetazo al lector.

Ibañez narra, a través de tres largos capítulos, la destrucción moral de una sociedad que no ha sabido ni pensar que todo, efectivamente, se podía haber construido de otra forma. El centro del relato, con diálogos con otros personajes y al lado de una figura que explica en gran medida la historia contemporánea de Cataluña –Alfons Quintà, el impulsor de TV3 que acabó asesinando a su mujer para suicidarse él justo después—no es otro que Jordi Pujol, bautizado en la novela como Capgràs.

Portada del libro de Ibañez Fanés

Portada del libro de Ibañez Fanés

Uno de los personajes centrales, Clotas, que aparece como interlocutor de Capgràs, en un duelo memorable en el que los dos se dicen las verdades del barquero, menciona a Raimon Obiols en un encuentro de líderes socialistas catalanes con el primer ministro sueco, Olof Palme, que sería asesinado. Obiols señalaba que para Palme “el poder no era un simple objetivo de poder personal, sino un instrumento democrático, y por tanto un objetivo colectivo”. La realidad fue otra. Si bien Jordi Pujol se decía inspirado en la socialdemocracia sueca, el narrador, --que Ibáñez desea de forma consciente confundir—señala que el expresidente catalán acabó aplicando otra cosa muy distinta: “Capgràs tuvo una fase de hechizo sueco y socialdemócrata antes de convertirse en un cóctel populista a base de nacionalismo, personalismo y neodesarrollismo”.

Capavall, tildado de borracho

Ante ese proyecto y su deriva, con el proceso independentista, ante lo sucedido en una sociedad que ahora se pregunta si no ha perdido el tiempo con políticas como la inmersión linguïstica cuando las nuevas tecnologías han arrinconado la lengua catalana y todos aquellos esfuerzos podrían resultar estériles, cuando la confusión es enorme sobre cómo se deben financiar determinados servicios públicos y cuando surge la pregunta angustiosa de por qué la Comunidad de Madrid ejerce con tanto descaro el propio autogobierno que se defendía en el Principado –todo eso está latente en la novela de Ibañez, teñida de complejas referencias intelectuales—aparece la gran cuestión que, de nuevo, plantea Clotas en referencia a la figura de Obiols:

“La discreta y digna figura de Obiols –decía—es la auténtica oposición a la voracidad de Capgràs. No Capavall –el nombre que identifica a Pasqual Maragall--, que con su gesticulación y energía complementaba según él el capgrasismo, como si fuesen dos caras de la misma moneda. Pero si piensas en Obiols, decía, entonces te das cuenta de que ni siquiera somos capaces ya de imaginar un país diferente del que hemos tenido, como si Capgràs se hubiese convertido en algo parecido a la ley de la gravitación universal, de modo que durante la década de los ochenta cualquiera que osase enfrentarse a él parecía condenado a hacer el ridículo, y se lo podía denigrar y acosar como los capgrasistas hicieron con Obiols, y como por otra parte hicieron después con Capavall, al que no dudaron en tratar de borrracho. Y así estamos donde estamos. Y así llegamos a caer tan bajo”.

Quintà, padre e hijo, ¿informadores de la policía?

Se trata de una reflexión que hiela la sangre. Porque lo que expone la narración, a modo de novela, con las peripecias personales de Clotas, que decide vivir en París durante esos años, al verse perjudicado por Capgràs, apela a la conciencia de todos. ¿Es la Cataluña que se había deseado tras la recuperación del autogobierno? ¿No se ha creado una atmósfera insorpotable entre los que han deseado más y lo creían posible y los que ya se daban por satisfechos después de recuperar la democracia junto con el resto de familiares y conciudadanos españoles?

Alfons Quintà, exdirector de TV3 / CG

Alfons Quintà, exdirector de TV3 / CG

Ibáñez va mucho más allá, al plantear una complicidad que realmente existió, pero ante la que se quiso cerrar los ojos. Tras el libro de Jordi Amat, El hijo del chófer, sobre la figura de Alfons Quintà, se plantea un debate que recoge Ibáñez. Si Quintà fue un personaje malvado, que dejó una larga lista de personas humilladas y vejadas, y fue capaz de seguir en primera línea durante años –en TV3 y posteriormente con la fundación del diario El Observador-- ¿quién le protegió? ¿Y por qué tantos mantuvieron un silencio tan cobarde? El profesor de la Pompeu Fabra, en boca de Capgràs, sugiere el pacto casi de sangre entre Pujol y Quintà, al que deja “sus huellas dactilares”. Y con quien juega, en su vida privada, con sendas máscaras de los dos personajes, que se intercambian sin saber realmente quién es cada uno.

Constata, por tanto, la perversidad de un sistema que toleró situaciones que –es cierto que la época es otra—ahora no podrían permanecer en el tiempo más de un minuto. Sugiere también Ibañez que el joven Quintà que había chantajeado a Josep Pla, alardeando de sus conexiones con la policía franquista, podía haber sido, en realidad, un bulo, consciente de que su padre sí podía haber estado en contacto con esos miembros policiales, como el comisario Creix, además de estar bien relacionado con el mundo intelectual que rodeaba a Pla, incluida la figura del siempre respetado Vicens Vives. Uno de los personajes de la novela, Blasi, que investiga la muerte de Quintà, señala que llega a la conclusión, tras el libro de Amat, de que “tanto el padre como el hijo podían haber sido informadores de la policía o de algunos servicios de inteligencia. Bastaba con recordar el ansia de las altas jerarquías del franquismo por comprender un mundo que giraba cada vez más deprisa y se les iba quedando fuera de control, o el interés norteamericano por anticipar los movimientos ligados al final de Franco”.

Quintà y Pujol, inseparables

El mismo Blasi –con el control siempre férreo de la pluma de Ibáñez—da cuenta, a través de lo que le dicen viejos periodistas sobre Quintà, de lo que ha sido la historia reciente de Cataluña, la que ha explicado Jordi Pujol. Ibáñez Fanés, hijo del que fuera subdirector de El Correo Catalán, periodista de La Vanguardia y asesor de los presidentes Tarradellas y Pujol, Manuel Ibánez Escofet—no se muerde la lengua: “¿Quieres saber quién da la imagen exacta de la naturaleza del poder de Capgràs? –le dice un veterano periodista a Blasi--. Pues mira a Quintà, asómate al pozo negro y profundo de todo lo que puedas llegar a saber de ese grandísimo cabrón, y obtendrás la imagen real y exacta del poder de Capgràs. Revelarás la fotografía. Y lo que verás te horrorizará. Quintà no era una excrecencia accidental del poder capsagrista. No era un apaño, tampoco una ocurrencia recurrente. Era consustancial, estructural. Es decir: el poder de Capgràs ha sido inseparable de la maldad de Quintà”.

El expresidente de la Generalitat Jordi Pujol en un acto del 2018 / EUROPA PRESS

El expresidente de la Generalitat Jordi Pujol en un acto del 2018 / EUROPA PRESS

La aseveración es contundente. Pero Ibáñez también toma distancia. Al final, pese al control de una sociedad que quería ser conducida, también se formulaban críticas. Los años en los que gobierna con comodidad Pujol coinciden con los que gobierna Felipe González, muy aceptado también en Cataluña. Y eso produce una cierta conllevancia, sin que se puedan vislumbrar los peligros que encerraba, el de dejar a una sociedad agotada, contrariada consigo misma y enfrentada a lo español, a través de muchas consignas, directas e implícitas a través de los medios de comunicación de la Generalitat.

La solución pasa por un 'apaño'

El hecho es que en la novela de Ibáñez el humor también es constante, aunque es un humor tirando a oscuro, con imágenes sorprendentes, como una en la que aparecen jugando a cartas, como si ya estuvieran todos muertos, los cuatro presidentes: Capgràs, Capavall, Puntilla y Gas. Sobre Gas, --Artur Mas—hay frases hilarantes, que, curiosamente, o no tanto, las pronuncia el propio Capgràs.

Y es que hay una cierta rectificación, o asunción de culpas, que enlaza con la posición del último Pujol, partidario de un “apaño” con el gobierno español que permita salvar los muebles, el del autogobierno catalán, y los muebles de los propios protagonistas del desastre del proceso independentista.

Jordi Amat, escritor y periodista, con su libro 'El hijo del chófer' / LENA PRIETO

Jordi Amat, escritor y periodista, con su libro 'El hijo del chófer' / LENA PRIETO

En un diálogo asombroso, entre Clotas –en la novela, un hombre de una edad similar a la de Pujol, no hostil en su momento, aunque perjudicado al inicio del autogobierno, que decide irse a París—y Capgràs, en el tercer capítulo, el que corresponde al ‘paraíso’, aparece al Pujol más consciente de su poder. Al señalar que miembros del Gobierno del PP se pusieron en contacto con él para que desmontara el proceso independentista, Capgràs exhibe un cierto humor: “El ministro de Interior (Jorge Fernández Díaz). Teníamos cierta relación. Antes, claro. Un hombre tan católico…me dijo que solamente yo podía detenerlo todo. Que yo tenía la llave para desactivar toda esa locura, según él. Y que por lo tanto le enfriara la cabeza al Astuto (Artur Mas). Pobre Astuto, si le enfrías aún más la cabeza ya tienes a un muerto. Su problema no es de falta de frialdad, sino de inteligencia confundida consigo misma”.

Tres platos de macarrones

Capgràs continua y da pie a algo mucho más grave, que ha comenzado a vislumbrarse, y que Ibañez dibuja a través de su personaje-real. En esa conversación con Clotas, que se produce el día en el que Pujol confesó que había defraudado durante décadas a Hacienda, el 25 de julio de 2014, --decide ir a ver a Capgràs a su domicilio, y aprovecha para comerse casi toda la bandeja de macarrarones --hasta tres platos-- que se había dispuesto para la comida—Capgràs da cuenta del problema de fondo, tras reflexionar sobre los acuerdos que lograba con los gobiernos españoles, como el último con Aznar: “Hubo una negociación. Y es cierto que conseguimos cosas, en política lingüística, con la implantación general de los Mossos. Pero visto en perspectiva, nos equivocamos. Creamos las bases para un resentimiento, para una desconfianza, te diría incluso que para un odio”.

El escritor Jordi Ibáñez Fanés / TUSQUETS

El escritor Jordi Ibáñez Fanés / TUSQUETS

Las novelas permiten lo que ha realizado Ibánez, con personajes bien reales, con aproximaciones dolorosas a la evolución de una sociedad, la catalana, que ha descubierto en los últimos años como todo se desmorona. Ningún pilar podría seguir en pie a medio plazo. Porque han comenzado a hablar, todavía tímidamente, los propios intelectuales que estaban en silencio, aunque tratan de esconder las vergüenzas. El mismo Ibáñez lo apunta, al referirse a “aquel economista de la Pompeu Fabra”, para aludir a la complicidad que ha tenido el proceso independentista por parte de instituciones académicas y de supuestos sabios, a pesar de que sabían que no tenía ninguna salida plausible.

La degradación moral es total. Jordi Ibañez Fanés tenía ganas de mostrarlo, y lo ha plasmado con una novela torrencial que deja un mal sabor de boca, para contrarios y defensores de un pograma político personal y colectivo que ha marcado la Cataluña actual.