Nikola Tesla frente a la bobina espiral de su transformador en su laboratorio (1896)

Nikola Tesla frente a la bobina espiral de su transformador en su laboratorio (1896)

Ciencia

Nikola Tesla, el sueño y la realidad

El científico europeo, inventor de la corriente alterna y pionero de la radio, tuvo una vida marcada por las dificultades pero fue un adelantado de la innovación social

30 noviembre, 2021 00:00

Como la gente va a lo suyo, no tiene interés en aprender de los mejores ni, menos aún, en mostrarles cierta gratitud. Este hecho cierra el paso a la necesaria regeneración, a la reforma permanente. Hablemos de Nikola Tesla, alguien que ha dado nombre al aeropuerto de Belgrado y a una marca de coches eléctricos. Pero, sobre todo, a quien se debe la llegada de la electricidad a las casas. Nació el año 1856, en el Imperio Austrohúngaro; en Lika, una zona rural de Croacia, si bien toda su familia era serbia. Fue el cuarto hijo de los cinco que tuvo un pope ortodoxo; una familia muy clerical. Con diecisiete años enfermó del cólera, pudo haber muerto, pero se recuperó nueve meses después.

En 1875 comenzó sus estudios de ingeniería eléctrica en la Politécnica de Graz (Austria). Tuvo un comienzo brillantísimo, pero acabó dejando los estudios. Cayó en la ludopatía con los naipes, de la que parece que le rescató su madre, a la que estaba muy unido. En 1881 trabajó como delineante en la telefónica de Budapest, configurada por los hermanos Puskás (ingenieros de nombre Tivadar y Ferenc). Tras introducir mejoras en los equipos e instalaciones, llegó a jefe eléctrico. Al año siguiente, un exceso de trabajo le descompensó y experimentó una importante crisis nerviosa de la que tardó meses en recuperarse.

Inspirado por unos versos del Fausto de Goethe, alcanzó la idea de campo magnético rotativo, fundamento de los motores eléctricos de corriente alterna o de inducción trifásica. No consiguió ayuda financiera al ser considerados inviables. Decepcionado, buscó aproximarse a los pragmático e ilusionantes Estados Unidos y con 28 años de edad se embarcó hacia América; era 1884, aún no hacía veinte años que había acabado la terrible guerra de secesión.

Nikola Tesla

Nikola Tesla

Ya en Nueva York, trabajó al servicio de Edison y mejoró la red de alumbrado de la ciudad. El trato desdeñoso del famoso empresario inventor le llevaría a establecerse por su cuenta, pero le fue mal y pasó serias penalidades económicas. Volvió a organizar su empresa y, en 1888, una conferencia suya dada en la universidad de Columbia despertó vivo interés entre la élite ingenieril. Así, Westinghouse le compró a muy bajo precio sus diversas patentes; a cambio, Tesla obtuvo medios suficientes para desarrollar su nuevo sistema y se trasladó a vivir a un hotel; nunca más tuvo casa propia, sólo habitaciones.

La guerra de las corrientes se desató entonces entre Edison (continua) y Westinghouse y Tesla (alterna). Duró cinco años de juego sucio publicitario. Edison atizó miedo contra la corriente alterna, alegando peligro de electrocución y escenificando la muerte de gatos y perros, también la de un caballo, por el paso de la corriente alterna. El influyente Edison logró que el primer ejecutado en la silla eléctrica, en 1890, lo fuera por corriente alterna y no continua. Al año siguiente, ya trasladados sus laboratorios a la Quinta Avenida Sur, inventó la bobina Tesla (muy empleada en dispositivos electrónicos) y obtuvo la nacionalidad estadounidense.

Su objetivo no era hacer dinero, sino, simplemente, desarrollar la transmisión inalámbrica de energía e información; su meta: hacer posible un mundo de energía a bajo coste producida en cualquier parte del mundo y transmitida sin cables. Su gran éxito llegó con la Exposición Universal Colombina, celebrada en Chicago el año 1893 (iluminada con rótulos gracias a su tecnología), donde asombró con su sistema de corriente alterna polifásico (un patrón sinusoidal que disminuye de forma incomparable el coste de la transmisión a largas distancias). La empresa de Westinghouse se hizo con el contrato de la futura central hidroeléctrica del Niágara. Y desde allí se pudo servir electricidad a la ciudad de Búfalo.

En 1894, en presencia de su admirado amigo Mark Twain, hizo una sesión de fotos a la luz de sus lámparas fosforescentes, unos tubos de descarga, y observó una radiación invisible que dañaba la película; fantasmagóricas imágenes. Al acabar 1895, Wilhelm Röntgen descubrió los rayos X (por lo que se le concedió el premio Nobel de Física en 1901) y reconoció la calidad del sistema de rayos X que luego siguió Tesla, sus sombragrafías. A mediados de aquel año se produjo un desastroso incendio en su laboratorio de la Quinta Avenida Sur, que supuso incalculables pérdidas de equipos (no tenía nada asegurado), planos y papeles, en especial, su trabajo de la transmisión inalámbrica de energía. Él había dicho que lo mismo le daba manejar su turbina en el pensamiento que probarla de veras en su taller; “no hay diferencia alguna”, concluía. Pero aquellas pérdidas fueron irreparables.

Se le retiraron, en 1900, los fondos para transmitir sin hilos mensajes y energía eléctrica a distancias trasatlánticas. Aquel mismo año una sentencia judicial le reconocía como inventor del sistema de corriente alterna e inventor del motor polifásico. Enseguida inició la construcción de la torre Wardenclyffe, para telecomunicaciones inalámbricas. Un proyecto fallido por falta de fondos. Otra sentencia judicial le dio la razón cuando Tesla acababa de morir hacía medio año: el Tribunal Supremo dictaminó que él era el inventor de la radio y no Marconi, fallecido en 1937, seis años antes, quien había pirateado sus patentes.

Marconi (premio Nobel de Física en 1909) logró en 1901 la primera transmisión inalámbrica trasatlántica. Este asunto le afectó mucho y entró en una etapa de crisis nerviosa y de encierro. Unos años antes, Tesla experimentó con alternadores de alta frecuencia para generar ondas de radio, pero nunca hizo una demostración pública. Sí la hizo de un telemando para el control remoto de un bote en el Madison Square Garden. En 1899 construyó en Colorado Springs una bobina capaz de producir chispas de más de 40 metros. Treinta años después, se utilizó una bobina de Tesla de cinco millones de voltios, un antecedente de los modernos aceleradores de partículas.

Lleno de deudas, quedó en la bancarrota en 1916. Al año siguiente se le concedió la Medalla Edison; el Nobel nunca le llegó, aunque sí recibió innumerables doctorados honoris causa. No logró financiación tampoco para su idea de un avión de despegue vertical, precursor del Harrier. En 1926 había anunciado aviones sin tripulación, dirigidos por radio. También que los terremotos serían cada vez más frecuentes y que las zonas templadas se tornarían glaciales o tórridas. Anunció máquinas mucho más simples que las que había y que se podrían llevar “en el bolsillo del chaleco”. Le comunicó por carta al banquero Morgan, su mecenas intermitente: “Cuando la gente descubra que se pueden enviar mensajes a cualquier distancia por, digamos, cinco centavos, nada detendrá la demanda del medio más barato y más rápido de comunicación”.

La innovación social deseada por Tesla no era snob ni perseguía poder económico, se centraba en combatir el hambre, la ignorancia y la enfermedad. En 1956, ya muerto hacía trece años, se adoptó su nombre para designar la unidad de inducción magnética. CosmoCaixa ha abierto una interesante exposición sobre la obra de este inventor, convertido en ícono pop: El genio de la electricidad moderna. Me he guiado en los escritos y cartas suyas que Miguel Ángel Delgado editó en el libro Firmado: Nikola Tesla. Pocos años antes de morir, Tesla, quien daba de comer a palomas en su habitación de hotel, rememoraba el cariño de un gato de su infancia, su inseparable amigo Macak, “vivíamos el uno para el otro”. Acaso éste fue uno de los motores de su vida: saberse querido.