Ciencia

Las gallinas también son dinosaurios

8 noviembre, 2019 00:00

Por circunstancias que ahora no vienen a cuento, hace medio año contacté por email con un señor catalán muy erudito que vive el extranjero y con quien ahora mantengo una bonita relación epistolar. A través de largos mensajes nos contamos nuestro día a día, los libros que leemos, los platos que comemos, nuestras aficiones… Vamos conociéndonos mejor, aunque admito que él me gana por goleada a la hora de hacerse el interesante. Me ha explicado, por ejemplo, que tiene su propia teoría numerológica, lo que le lleva a tener fobia a los números pares; que no puede salir de casa sin echar el cerrojo unas diez veces, y que su “última” afición es la paleontología: “Muchos fines de semana agarro el petate y me voy de excursión a hincar el pico”, me escribió. “¿Y qué buscas, restos de dinosaurios?”, le respondí, delatando mis escasos conocimientos sobre el tema. “Que va, a mí me interesan formas de vida muy anteriores, como las amonitas” --en el mail había adjuntado, varias fotos de su colección particular de este tipo de fósiles en forma de caracola-- “¿Sabes de dónde viene la palabra amonita? Del dios egipcio Amón, que representa una cabeza de carnero, con los cuernos retorcidos”.

Ese día decidí que debía saber algo más de paleontología. Y lo primero que hice fue recuperar en mi archivo de lecturas pendientes un reportaje del New Yorker sobre cuándo se extinguieron los dinosaurios. ¿Desaparecieron como consecuencia de que hace 66 millones de años un asteroide de unos diez kilómetros de largo impactara contra la península de Yucatán, convirtiendo el planeta Tierra en un mar de lava, o ya estaban en vías de extinción?

La verdad es que nunca había leído nada sobre el llamado “impacto K/T” (acrónimo de "Cretácico" / "Terciario"), la hipótesis de que el impacto de un meteorito provocase la desaparición de más del 70% de las especies de la Tierra, incluidos los dinosaurios. Durante los millones de años siguientes, nuestro planeta fue siendo “reocupado” por otras especies, entre ellas, los mamíferos, y de ahí la posterior aparición del ser humano. Un dato impactante, pensé, pues implicaría que el ser humano debe su existencia al impacto de un meteorito.

“Bueno, al meteorito y a muchos otros fenómenos posteriores”, me aclara David Alba, el joven paleontólogo catalán al mando del Institut Català de Paleontologia Miquel Crusafont (ICP), en Sabadell.  “Además, tampoco es cierto que con el asteroide se extinguieran todos los dinosaurios. Los pájaros son dinosaurios”.

Tampoco lo sabía. “Entonces, ¿las gallinas son dinosaurios?”, titubeo, sin ni siquiera estar segura de que una gallina sea una ave o un mamífero. O los dos a la vez. 

“Sí, las gallinas son dinosaurios”. 

Alba, un tipo campechano, con melena rizada hasta los hombros y sonrisa afable, parece acostumbrado a no perder la paciencia. “La paleontología no es para todos”, admite, pero está claro que para él es una pasión. La misma pasión que hace 50 años empujó al científico y naturalista Miquel Crusafont i Pairó (Sabadell, 1910-1983) a abrir el centro de investigación de fósiles de vertebrados que hoy dirige. “Crusafont fue un pionero de la paleontología en nuestro país, porque siempre la defendió como un instrumento para estudiar la evolución, y no los fósiles en sí”, explica Alba. Este enfoque más biológico --y menos centrado en la pura datación de fósiles-- fue el que se impuso en los años 70 y 80 en EE.UU, “pero que él lo hiciera en la España postfranquista fue muy innovador”.

La figura carismática de Crusafont --que empezó a aficionarse a los fósiles durante sus salidas a la naturaleza que rodea Sabadell--, queda muy bien retratada en la biografía escrita por su propio hijo, que acaba de publicar Comanegra. Una lectura interesante y amena que además de destacar la enorme labor de investigación y divulgación internacional llevada a cabo por el conocido paleontólogo catalán, es también un interesante documento histórico de la España de posguerra (explica, por ejemplo, el encarcelamiento de Crusafont en 1939 por “propagar ideas catalanistas” y publicar textos científicos en catalán, y su posterior liberación gracias a la intervención del alcalde de Sabadell, Josep Maria Marcet, y otras personas influyentes de la ciudad “adictos al régimen”).

Otro gran mérito de Crusafont “fueron sus esfuerzos por ser reconocido profesionalmente, aquí y en el exterior”, apunta Alba. En una España aislada internacionalmente, convirtió Sabadell en la sede de varios Cursillos Internacionales de Paleontología, y consiguió que vinieran paleontólgos reconocidos, como el norteamericano George Gaylord Simpson. También destacó por su labor académica --publicó numerosos textos científicos y logró la cátedra de Paleontología en un tiempo récord-- pero, sobre todo, según Alba, porque desde el primer momento concibió este centro, llamado entonces Instituto Provincial de Paleontología, como un centro de investigación, no como un museo para su colección de fósiles. “Él no veía los fósiles como sellos, sino como un instrumento para estudiar la evolución, y eso también era innovador en una España ultracatólica”.

Apasionado por su trabajo, Alba supo que quería ser paleontólogo a los 12 años, y recuerda el momento exacto: cuando en la escuela le explicaron la teoría de la deriva continental y en el libro de texto leyó que una de las pruebas para demostrar que los continentes estuvieron enganchados en el pasado fue el hallazgo de fósiles de vertebrados originarios de América del Sur en América del Norte. “Ese dato me impactó, no sé muy bien por qué” --permanece unos segundos callado, y concluye--: “Quizás entendí que los fósiles servían para entender la historia de la Tierra”.