Segundo Congreso Internacional de Eugenesia (1921) representado como un árbol que unifica una diversidad de campos diferentes

Segundo Congreso Internacional de Eugenesia (1921) representado como un árbol que unifica una diversidad de campos diferentes

Ciencia

Ciencia y conciencia

La investigación ha sido a lo largo de la historia utilizada como justificación para la práctica de la eugenesia y la discriminación de los discapacitados, que suponen el 10% de la población global

28 noviembre, 2022 19:40

Catedrático de Matemáticas en la Universidad de Cambridge, Stephen Hawking fue uno de los físicos más conocidos del siglo XX. Su imagen sigue siendo popular hoy día, sentado en una silla de ruedas a causa de los efectos de la esclerosis lateral amiotrófica (ELA), enfermedad que le fue diagnosticada cuando tenía 22 años. Divulgador científico de primera magnitud, tuvo un éxito espectacular de ventas con su libro Breve historia del tiempo. Sus aportaciones a la teoría de los agujeros negros, en particular, causaron admiración. Intentó conciliar la Teoría de la Relatividad de Einstein con la Teoría Cuántica.

Hay un par de curiosidades en torno a Hawking: nació el 8 de enero de 1942, el mismo día en que se cumplía el tercer centenario de la muerte de Galileo. Y vino al mundo en Oxford y no en Londres, donde vivían sus padres. La razón es que alemanes e ingleses habían pactado que Oxford y Cambridge, ciudades universitarias, no serían bombardeadas, al igual que tampoco lo serían Heidelberg y Gotinga, ciudades universitarias alemanas.

Imagen de archivo de Stephen Hawking / CREATIVE COMMONS

Imagen de archivo de Stephen Hawking / CREATIVE COMMONS

Stephen Hawking creía que los discapacitados deben concentrarse en las cosas que su discapacidad no les impida hacer, y no lamentarse por las que no puedan hacer. Hablemos de la lucha de los discapacitados para cambiar la historia. El escritor Gian Antonio Stella, célebre periodista del diario italiano Corriere della Sera, ha publicado hace poco un libro de verdadero interés: Distintos (Libros de Vanguardia), que denuncia y combate la ley del más fuerte y del descarte. En 2009, cifras oficiales aproximaban el número de discapacitados en la Tierra, en unos 650 millones; un 10% del total de habitantes. Juntos constituirían la tercera nación, después de China y la India. El rechazo a estas personas ha sido muy general, en todo el planeta y en todo tiempo. Marco Polo, contemporáneo de Dante Alighieri, relató la práctica común que había visto en China de suprimir a niños inútiles’ y a monstruos. También era habitual la poda japonesa de los desiguales.

Entre nosotros es frecuente fantasear que las peores maldades y barbaridades de los nazis, que organizaron con método científico el asesinato en masa de millones de seres humanos para exterminar todo aquello que odiaban o no soportaban. Pero hay que guardar memoria del grado de deshumanización alcanzado antes. No me voy a fijar aquí en guerras o invasiones antiguas, ni en el repugnante negocio de la esclavitud, sino en la crueldad como espectáculo que se dio en el siglo XIX. Por ejemplo, conocido como el Hombre Elefante –por las deformaciones de su cráneo y de su cuerpo en general– el británico Joseph Merrick vivió entre 1862 y 1890. Fue objeto de toda clase de humillaciones y escarnios, y expuesto en feria para envilecimiento del público. O qué decir del joven congoleño Ota Benga, exhibido en la Exposición Universal de San Luis, de 1904. Poco después, The New York Times ofrecería este titular como si tal cosa: “Bosquimano comparte jaula con los monos en el zoológico del Bronx”. Seres cosificados y tratados como bestias.

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Nacido en el Imperio Austrohúngaro, el médico criminólogo Cesare Lambroso (1835-1909) fue uno de los tres italianos más famosos del siglo XIX, junto a Verdi y Garibaldi. Intérprete biológico de los rasgos distintivos de los criminales, escribió en 1876 El hombre delincuente, donde planteaba la forma hereditaria del delito y la necesidad de “dar a los jueces y a los expertos forenses los medios para prevenir los delitos, identificando los posibles sujetos de riesgo y las circunstancias que desencadenan su animosidad”. La infamia de los marcados.

Siendo ya expresidente de los Estados Unidos, Theodore Roosevelt le escribió en 1913, a Charles Davenport, biólogo impulsor de la eugenesia, que “no debemos permitir que persistan ciudadanos de clase equivocada”. Un buen número de estados de aquella nación establecieron leyes depuradoras. La Asamblea General de Virginia prohibió en 1924 matrimonios mixtos interraciales y promulgó una ley de esterilización eugenésica de los deficientes mentales: “la experiencia humana ha demostrado que la herencia desempeña un papel importante en la transmisión de la cordura, la idiotez, la imbecilidad, la epilepsia y la criminalidad”. Es atroz cuando se veja la dignidad de los seres humanos, al amparo de conocimientos científicos.

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Asimismo, los países escandinavos aplicaron políticas destinadas a purificar a la población de elementos retardados a nivel racial o hereditario’ Y las regulaciones eugenésicas implantadas por los socialdemócratas suecos en 1935, no fueron abolidas hasta 1976, por el gobierno de Olof Palme. En 1935, el Premio Nobel de Medicina francés Alexis Carrel escribió en La incógnita del hombre: “Los criminales y los enfermos mentales deben ser eliminados humana y económicamente en pequeños institutos de eutanasia, equipados con gases adecuados. (…) La eugenesia puede ejercer una gran influencia en el destino de las razas civilizadas; la expansión de los locos y los débiles mentales debe ser impedida porque es peor que cualquier factor criminal. La eugenesia exige el sacrificio de muchos seres individuales”. En Egipto, el escritor Nagib Mahfuz, árabe premiado con el Nobel de Literatura, denunció la existencia de fabricantes de mendigos discapacitados y mutilados por mafias de la mendicidad. Malhechores que comercian con niños y los torturan para inspirar mayor piedad y recaudar más dinero.

En cualquier modalidad, siempre el racismo decreta “vidas indignas de ser vividas”, por ser una carga para el cuerpo sano del pueblo. Gian Antonio Stella destaca también la homofobia reflejada en expedientes médicos de principios del siglo XX, donde se catalogaba a un homosexual como “imbécil moral con instinto sexual pervertido”; y no eran casos aislados. Se podía encerrar por periodos no inferiores a dos años tanto a enfermos mentales como a intoxicados crónicos por alcohol o drogas, o a los sordomudos, todos juntos y destruidos como alimañas. 

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De esta doble moral, no quedaron exentas personalidades brillantes como Einstein, quien dejó encerrado a su hijo Eduard, tenido con Mileva, en un psiquiátrico de Zúrich con diagnóstico de esquizofrenia. O Arthur Miller, que en 1966 tuvo con la fotógrafa Inge Morath un hijo, Daniel, a quien nunca quiso ver ni tratar por mongoloide. Por el contrario, el genial matemático alemán David Hilbert tuvo un hijo disminuido psíquico, Frank, a quien siempre llevó consigo a todas partes, con cariño y con orgullo. Y el general Charles De Gaulle, padre de Anne, con síndrome de Down, que rompió toda clase de vergüenza con las tiernas fotos que se hizo con su hija en brazos, en las que reflejaba dicha y una serenidad absoluta. Otro ejemplo de superación de los estigmas sociales contra los discapacitados mentales fue el de Eunice Kennedy y su marido Robert Sargent Shriver. Hermana suya y de John F. Kennedy fue Rosemary, a quien se le practicó una lobotomía y a quien sus padres la internaron de por vida. Socióloga y trabajadora social, Eunice se convirtió en una defensora acérrima de la condición personal de los millones de discapacitados mentales y fundó los Juegos Olímpicos Especiales, cuya primera edición se celebró en Chicago, el año 1968.