'Homenot' Alma Guillermoprieto / FARRUQO

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Letras

Alma Guillermoprieto: el silencio y el caos

La escritora mexicana recopila en 'La vida toda' una selección de los quince mejores escritores de crónicas de Estados Unidos, herederos culturales de la generación del 'Nuevo Periodismo'

2 agosto, 2022 20:30

La crónica periodística es un género literario que, al no ser ficción, se rige por los principios de veracidad y exactitud, sin apartarse de las bellas letras. La escritora y periodista mexicana Alma Guillermoprieto, partidaria de “conocer el mundo antes de que se acabe”, reúne en su libro La vida toda (Debate) quince piezas de cronistas norteamericanos actuales –Robert Caro, Richard Kaadzi, Mark Browden, Susan Dominus, Sam Quinones, o David Remmick, entre otros– que resumen la alternativa actual a lo que fueron los mitificados Wolfe, Mailer, Thompson o Capote a lo largo del novecientos. En sus idas y venidas por el continente americano, Guillermoprieto mantuvo un punto de apoyo neoyorkino, un pied-à-terre para regresar a casa rodeada de colegas cuando las servidumbres de los conflictos y el narco se hacían insoportables. El periodismo había convencido al mundo de que la realidad puede ser más interesante que la ficción. Juan Villoro encontró esta definición exacta: “toda crónica lograda es literatura bajo presión”.

El primer relato lo firma Robert A. Caro el escritor que lleva varias décadas preparando la biografía de Lindon B. Johnson, el presidente número 36 de EEUU, reunida de momento en cinco tomos -The years of Lyndon Johnson- de más de quinientas páginas cada uno. Caro  resumió este trabajo faraónico en un librito breve titulado Working, de donde sale su fragmento en la antología de Guillermoprieto. Emily Witt, en su relato titulado Diario de Burning Man se pierde en medio de una fascinación de las sustancias prohibidas como puerta de entrada en otros mundos habitables a fuerza de dolorosa imaginación: el Festival semiclandestino de Nevada donde se facilitan el futurismo, la psicodelia desenfrenada y el sexo como experimentación frente al Templo de la Totalidad. El relato de Michel Paterniti, La última cena, nos muestra la cara del humor con la última cita gastronómica de Françoise Mitterrrand, presentada como un festín orgiástico.

La vida toda (Debate)

Todo el mundo sabe que Mitterrand no fue precisamente un ángel; pues bien, Paterniti nos cuenta la última cena real del expresidente francés, marcado por la exageración. No se trata de un pleonasmo, porque en el fondo, aquel hombre, con una glotonería ingobernable, era incapaz de avergonzarse de sus excesos. Peterniti vive en Porland y escribe con frecuencia para Harper’s; ganó el Nacional Book Award con un libro sobre el cerebro de Einstein en el que humor, siempre presente en Paterniti, es una pieza psicológicamente central para entender al gran mago intuitivo de la moderna astrofísica. Otra cronista de postín, Susan Dominus, vinculada a la revista Times, fue la inspiradora inconsciente de esta antología de quince autores. Dominus, que está especializada en tenas científicos, expone en su relato, Los mellizos revueltos de Bogotá, la disyuntiva fascinante entre herencia genética e influencia cultural: ¿Nos moldea el medio en el que vivimos o nos determinan las inclinaciones con las que nacemos?

Ginger Thompson, una mujer de piel morena, es una enorme periodista ganadora de un Pulitzer y valiente “a morir”. La autora de Anatomía de una masacre creció en el seno de una familia de militares y aprendió a “llegar en paracaídas a mil lugares nuevos y diferentes”. Entre sus destinos destacan Tegucigalpa, Caracas o Ciudad de México. En una ocasión, concretamente en la Cátedra Latinoamericana Julio Cortázar, Guillermoprieto habló de Ginger en este tono, casi heroico: “un periodista no puede tener un domingo tranquilo con barbacoa y piscina inflable; debe estar pensando siempre en la próxima historia”.

David Remnick, en Leonard Cohen wants it darker, nos regala un perfil del mítico cantante escrito apenas unas semanas antes de la muerte del artista.  Remnik recuerda que el primer profesor de música de Cohen fue un guitarrista de flamenco que tras darle tres lecciones no se presentó a la cuarta porque se suicidó. Dijo que nunca supo quién era ese hombre, pero afirmó contundente que “los acordes que me enseñó aquel guitarrista representan la base de toda mi música”. Con la muerte del cantante y poeta, de origen judío, en 2016, centenares de personas desfilaron en peregrinaron a su casa de Montreal, un modesto domicilio situado en el barrio portugués de la capital canadiense. Cohen nacido en la zona oeste de Montreal y compró su casa en la calle Marie-Anne,  poco después de que publicara su primer álbum musical, Songs of Leonard Cohen.

'Leonard Cohen, el fauno zen' / DANIEL ROSELL

'Leonard Cohen, el fauno zen' / DANIEL ROSELL

Remick es el editor jefe del New Yoker que levantó la publicación tras un sonoro desfalco y la situó en la plataforma internacional de la mejor prensa. Ha escrito perfiles de gran calado -sobre Obama o Mohamed Alí por ejemplo- entre los que se encuentra este de Leonard Cohen, el músico que murió el mismo día en que Trump asumió el poder. En su historia no hay cipreses con tumba helénica a los pies, como los que le gustaban a Cohen; tampoco algarrobos centenarios que permiten comer, dormir y escribir a su sombra, como los que el poeta, músico y también novelista encontró hace mucho en la lejana Hydra, en medio del Egeo, para instalarse junto a un grupo de artistas expatriados que habían decidido vivir con la misma intensidad con la que defendías sus obras.

El Sol y la retsina de los mares antiguos son el mezcal y la piel curtida de las Américas. Guillermoprieto, nacida en México y convertida en bailarina y profesora de ballet en Cuba, llegó al mundo de las letras impulsada por la curiosidad sin fin. En los segundos setentas fue reportera de la revolución sandinista en Nicaragua, cuando la “montaña era algo más que una inmensa estepa verde” (Omar Cabezas). Años después, en El Salvador, escribió una serie de reportajes que aparecieron en The Washington Post sobre la guerra, un “laboratorio incomprensible de la crueldad humana”. Algunos de estos textos están incluidos en Desde el país de nunca jamás, una antología que el llorado López Lamadrid recopiló y publicó en Random House, como resumen de tres décadas de la escritora dedicadas a Latinoamérica. Se dice que Guillermoprieto escribe mejor en inglés, pero su único libro enteramente escrito en castellano, La Habana en un espejo es un redescubrimiento digo de estudio.

Convencida como Roland Barthes de que “las palabras no refuerzan la escritura”, ella se hizo pública en España al obtener el Premio Princesa de Asturias de la Comunicación (2018); y fue entonces, cuando nos dejó esta breve reflexión sobre la crónica que ha hecho fortuna: “En un mundo en el que todos mienten, quien dice la verdad es un liberador”. No se trata de airear la “verdad os hará libres” ni de ningún otro panfleto sobre la moral que los hechos contrastados entrañan en sí mismos. Ella escribe y punto; se confiesa una obsesa de la técnica narrativa: “Yo busco producir una emoción memorable en mis lectores”.

Practica un realismo caníbal: “Quiero ser leída como un retrato y ver este retrato como un espejo”. Guillermoprieto ha publicado entrevistas con presidentes, como Salinas de Gortari o Anastasio Somoza, el mismísimo Tacho apodado el Chihuín; se adentró en Chiapas en busca del nido del indio donde siempre resuenan a lo lejos las campanas de San Cristóbal de las Casas. También ha sabido tejer con palabras las noches de Mariachi y tequila en la plaza Garibaldi del distrito federal mexicano.

En la antología La vida toda, Guillermoprieto no ha escogido a los quince mejores cronistas, entre otras cosas porque esto sería inviable en la inmensidad del panorama de la crónica contemporánea; tampoco a los quince que le gustan, porque habría muchos más. La escritora mexicana, afincada en Bogotá y autora bilingüe, efectuó la selección buscando temas nuevos o para ser exactos, temas eternos con un enfoque nuevo.Las crónicas de hoy llueven sobre un suelo árido, no sobre los campos generosas del siglo pasado. La pieza de combate tampoco cuenta con la indulgencia del lector ni los medios obtienen hoy los márgenes que les permitían colocar, en su momento, a un escritor en la celda del preso número nueve para que sintiera y escribiera la sensación de un reo.

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Tampoco existe ya el optimismo rupturista que le permitiría a Hunter Thomson pasearse en bolas por Time Square o golpearse el pecho con los puños, como lo hizo King Kong en el cine. El escritor y aventurero Richard Halliburton, que convirtió en ciclo romántico el trayecto entre Persia y el Machu Pichu, hoy sería a lo sumo un autor de libros de viaje, criticado por su descarado subjetivismo. Guillermoprieto quiso ser reportera antes que editora, escritora o profesora; desdeñó cargos, se alejó de los triunfales periodistas de aparato en que se convirtieron los Jean Daniel, Eugenio Scalfari o Bred Bradslee, para seguir contando historias e imágenes hechas de letras. 

En algunos de los libros de Guillermoprieto, como Los años en que no fuimos felices o Al pie del volcán te escribo, se perciben fuerzas que no se escriben; una de ellas puede ser el límite imposible de los desmanes del Narco y de las revoluciones perdidas como la forma de violencia invisible que se dio en países como Colombia. Decir lo no dicho era una de las pruebas que le ponía Gertrud Stein a un libro para franquearle su entrada en la cofradía del cubismo. Al compás de nuestro siglo, el fin del impresionismo literario mató a la crónica del pasado; puso en marcha la hegemonía del sustantivo para abrir un continente más fornido y complejo en el que la emoción del abismo y el dato de lo desconocido se precian como el oro.