
Retrato de Condorcet
Condorcet y el significado de la Ilustración francesa
Laetoli publica, con una traducción de Adrián Ratto, Los progresos del espíritu humano, una obra que defiende la igualdad de la mujer y la abolición de la esclavitud, y que es la apoteosis de la mentalidad ilustrada y, a la vez, su testamento
Hay historiadores que piensan que la ideología ilustrada desembocó inexorablemente en la Revolución Francesa; otros creen que precisamente el momento más radical de la Revolución venció y anuló de algún modo los ideales y visiones de hombres como Montesquieu, Voltaire, Hume o D’Alembert. Sabemos que Kant no renegó nunca de su entusiasmo por lo que había sucedido en Francia, y también podemos afirmar que sin enciclopedismo y sin racionalismo filosófico no hubiera habido Revolución Francesa ni estallido del Liberalismo. Lo que también sabemos, sobre todo ahora que la incansable editorial Laetoli nos lo ha proporcionado traducido por Adrián Ratto, que Los progresos del espíritu humano, a veces conocido como el Bosquejo de Condorcet es, a la vez, la apoteosis de la mentalidad ilustrada y, a la vez, su testamento.
Efectivamente, se trata de un texto que funciona como un balance y como un canto del cisne. Lo escribió su autor en circunstancias especialmente angustiosas. Condorcet simpatizó con los Girondinos, y se negó a votar a favor de la ejecución del rey Luis XVI porque era un detractor furibundo de la pena de muerte. Eso lo colocó en el punto de mira de los montañeses y de Robespierre, que en aquel momento dominaban la Convención.
El 8 de julio de 1793, se votó una orden de arresto contra Condorcet, calificado ya abiertamente de traidor, porque había publicado un folleto que criticaba la nueva Constitución. Un año antes, se había votado en contra de un proyecto de Constitución redactada por Condorcet mismo, quien, amenazado de muerte, tuvo que esconderse en el domicilio de una amiga, Marie-Rose Boucher, viuda del artista Louis-François Vernet. Desencantado del mundo y de la política, encerrado en una habitación sin sus libros, nuestro autor intentó escribir una obra autojustificativa, pero le pudo la depresión anímica, y aquí el papel de su esposa, Sophie de Grouchy, que logró sobrevivir hasta 1822, se hizo trascendental.

'Los progresos del espíritu humano'
Sophie recomendó a su marido que se dedicara a redactar alguna obra de tipo más espiritual o universal, una obra que consiguiera alejar su mente atormentada de las miserias políticas y las congojas que estaba viviendo. También consiguió traerle muchos libros de tapadillo. Por lo tanto, podemos considerar que Los progresos del espíritu humano es una obra clandestina o una especie de grito animoso que alguien lanza al futuro para vencer un naufragio personal y social.
Y también es verdad que este texto, publicado póstumamente en 1795, parecido a una historia de la filosofía o a La historia natural de la religión que Hume había publicado en 1757, queda un poco fuera de su tiempo natural, porque en media Europa ya todo eran nieblas, absolutos, vorágines trenzadas y laberintos emocionales.
Sorprenden la coherencia y la claridad con la que sostiene dos ideales que cruzarán la historia del republicanismo durante el siglo XIX: la fe absoluta en la igualdad de la mujer, educativa y también jurídica, y su apuesta frontal por la abolición de la esclavitud. En cuanto a la interpretación del siglo XVI, para Condorcet, la Reforma protestante depuró el sentimiento cristiano pero supuso luego una nueva caída en el dogmatismo agresivo, y la conquista americana fue una masacre internacional difícilmente disimulable. Llama también la atención el intenso anticlericalismo del que hace gala el autor, que va mucho más allá que Voltaire y Hume en su crítica contra las Iglesias y los sacerdocios, considerados el auténtico motor de la reacción oscurantista.
En cuanto al siglo XVII, su lectura no puede ser más actual, destacando a Bacon, Descartes y Galileo: “Quiso el filósofo [Bacon], arrojado al medio del universo, comience por renunciar a todas las creencias que ha recibido y a todas las ideas que se ha formado, para crearse, en cierto modo, un entendimiento nuevo que no debe permitir más que ideas precisas, nociones exactas y conocimientos cuyo grado de certeza o probabilidad ha sido generosamente establecido”. Abogaba Condorcet por crear una lengua científica común para toda la Humanidad, y por también una Comunidad de mundial de científicos que se coordinara por correspondencia y se repartiera los distintos trayectos o tramos experimentales que necesitaran los progresos científicos, para acelerar el ritmo general de las Luces.
Condorcet nos ayuda a comprender el vínculo entre republicanismo y ciencia: los movimientos retrógrados como el utilitarismo extremo, el competencialismo educativo o el autoritarismo político actual, desligan la teoría de la práctica científica, financiando y promoviendo únicamente los aspectos más superficiales y aprovechables por el cortoplacismo político:
“Su química, reducida a simples procedimientos sin teoría, sin método y sin análisis, no era más que el arte de hacer ciertas preparaciones y el conocimiento de algunos secretos, sea de la medicina, sea de las artes, o de algunas estrategias que permitían con artificio deslumbrar los ojos de una multitud ignorante, sometida a líderes no menos ignorantes que ella. Los progresos de las ciencias no eran para ellos más que un objetivo secundario, un medio para perpetuar o extender su poder”.
Es la clásica batalla entre los científicos y los tecnólogos, que procede de los estadios más remotos de la Humanidad, en los que se enfrentaba la clase sacerdotal con la pública o civil, la clásica distinción entre alquimia medieval y método crítico moderno, que se nos va escapando también entre los dedos a nosotros.
Condorcet dejó su escondrijo el 25 de marzo de 1794 para no poner más en peligro la vida de la amiga que lo había acogido. Vagó dos días por los suburbios de París antes de ser arrestado y confinado en una celda por la policía. El 29 de marzo apareció muerto y no se ha podido saber la causa. Tampoco se sabe dónde fue enterrado, puesto que sus restos fueron a parar a una fosa común. Cuesta pensar que un escritor que acababa de redactar una obra tan trascendente terminara de un modo tan sórdido y miserable.
Hasta es posible, se me ocurre, pensar que la Ilustración, en el fondo, no fue más que eso: un deseo de elevarse intelectualmente sobre las limitaciones y las brutalidades de una época cruzada de injusticias y contradicciones. No está de más recordar alguna de las sentencias rubricadas por este pensador valiente y apasionado, para aplicárnoslas: “Una invasión de bárbaros podía, en un solo día, privar para siempre a todo un país de los medios que necesitaba para instruirse”.