La vida en un chip

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Cine & Teatro

La vida en un chip

'Altered carbon' es una de esas series adictivas, como el tabaco, el alcohol o el chocolate, que, en el fondo, no van a ninguna parte

17 febrero, 2018 00:00

Tomo prestado un viejo programa de TV3 de Joaquim Maria Puyal para titular este artículo porque la nueva propuesta de Netflix, Altered carbon, ambientada en 2384, va precisamente de eso, de cómo la tecnología ha logrado que lo que constituye el ser de los humanos este concentrado en una especie de chip o pila insertado en el cogote, con lo que el cuerpo deviene una carcasa --o funda, como le llaman-- que se puede ir cambiando a voluntad.

Basada en la novela homónima de Richard K. Morgan (publicada en 2002), Altered carbon narra las aventuras de un chip con cuerpo nuevo que, tiempo atrás, combatió a una especie de gobierno interestelar que atiende por el Protectorado. El chip era de Takeshi Kovacs, un oriental con sangre polaca, pero ahora lo lleva un poli asesinado de la imaginaria Bay City. Junto a la compañera de éste, la teniente Ortega, Kovacs deberá descubrir si un millonario se suicidó o fue asesinado.

La peripecia dura diez capítulos que se devoran con ansiedad, pero no alimentan mucho, como pude comprobar el pasado fin de semana, cuando me tragué Altered carbon de principio a fin. Como ya me sucedió con otra serie de Netflix, Stranger things, a menudo me preguntaba por qué me zampaba episodio tras episodio. Y, al igual que en Stranger things, una molesta sensación de pérdida de tiempo se apoderó de mí al final de la experiencia. Parece que hay series adictivas, como el tabaco, el alcohol o el chocolate, que, en el fondo, no van a ninguna parte. Están muy bien hechas, imperan en ellas la pirotecnia y la autoimportancia y te las tragas prácticamente sin darte cuenta, cuando podrías estar haciendo algo más útil. No es que sean malas. Simplemente, prometen más de lo que dan.

Poca originalidad

En el caso de Altered carbon hay algunos problemas más: resulta difícil empatizar con sus protagonistas, el McGuffin de la trama no es de la mejor calidad precisamente y el diseño de producción se lo debe todo a Blade runner, con su lluvia permanente, sus puestos de comida oriental, sus altos edificios y sus coches voladores. ¡Y Blade runner es de 1983! Ya puestos, los guionistas de Altered carbon podrían haber heredado algo del humanismo pesimista de Philip K. Dick, pero han preferido quedarse con la parte espectacular, pirotécnica y de grand guignol futurista.

Eso sí: resulta muy difícil resistirse a echarle un vistazo a esta serie. Y en cuanto te has tragado el primer episodio, ya estás perdido: sin saber cómo, llegarás hasta el final. Y al cabo de un par de días la habrás olvidado.