Una imagen del documental 'El artista y su perversión' / FILMIN

Una imagen del documental 'El artista y su perversión' / FILMIN

Cine & Teatro

Por un sadomasoquismo respetable

El documental 'El artista y su perversión' aborda una relación real que muestra cómo el progresismo buenista ha alcanzado también al colectivo de los degenerados

28 julio, 2021 00:00

Como ya he escrito en alguna ocasión (lamento repetirme), las primeras veces que me topé con Pablo Iglesias en las tertulias de Intereconomía me pareció que se trataba de un actor que interpretaba un papel escrito por un guionista de extrema derecha para reírse de los comunistas, pues las vulgaridades progresistas que soltaba movían a la risa más que a otra cosa. Lo mismo me ocurrió con su compadre Juan Carlos Monedero cuando lo vi en una secuencia de la película de mi amigo Juan Cavestany Gente en sitios: excelente parodia del intelectual de izquierdas cuyo alambicado discurso oculta algo muy parecido a la nada, pensé. Luego ya vi que ambos eran lo que aparentaban ser, dos demagogos oportunistas con ganas de pillar cacho a costa del 11M.

Me ha sucedido algo parecido con los protagonistas del interesante documental El artista y su perversión, que Filmin colgó hace unos días y que se centra en las andanzas de la extraña pareja de sadomasoquistas progresistas y políticamente correctos formada por el músico contemporáneo Georg Friedrich Haas (Graz, Austria, 1953) y la performer feminista Mollena Williams (Nueva York, 1969), hasta el punto de que tuve que entrar en Internet para cerciorarme de que esos dos existían de verdad y no eran los protagonistas de un mockumentary a lo Christopher Guest. Y existir, existen.

Georg es un austríaco blanco que compone unas piezas disonantes, anti melódicas e irritantemente aburridas que, curiosamente, lo han convertido en el músico contemporáneo más respetado del momento. Mollena es una norteamericana negra a la que le gusta hablar por los codos y que ha patentado una especie de masoquismo feminista que la llevó en 2010 a ganar en San Francisco el concurso internacional de Miss Leather. Cuando se conocieron, vieron que por fin habían encontrado a una pareja para toda la vida. Georg, hijo de nazis, ejerce de amo y señor, y Mollena, nacida en el seno de una familia progresista de clase media, disfruta de su papel de esclava. Aunque, creativamente hablando, cada uno va por su lado, han colaborado en una obra de spoken word titulada Hiena en la que Mollena recita un monólogo progre-alternativo sobre el tradicional ñigo ñago de Georg. Se les ve muy felices.

¿Concreción visual?

Personalmente, cuando dos frikis de esta categoría se cruzan y se salvan mutuamente de una vida de sinsabores, acostumbro a aplaudir con las orejas, pues todos sabemos que la existencia de la gente peculiar suele ser asaz achuchada. Mi problema con estos dos es que me cuesta empatizar con ellos: los ruidillos de él me sacan de quicio y las soflamas de ella no me las acabo de creer. Como falso documental, El artista y su perversión podría haber tenido su gracia, pero como reflejo fiel de dos vidas aburridas, la cosa ya no funciona tan bien. Y es que nuestros dos frikis pertenecen a un colectivo muy poco ameno, el de los pervertidos políticamente correctos y de un progresismo sin fisuras: Mollena nunca ha tenido especiales problemas por ser negra --más allá de los que ella misma se buscó con su alcoholismo rampante-- y Georg se gana muy bien la vida con sus ruidos y sus chirridos (enmarcados en un subgénero conocido como “música espectral”). Y el documental revela más ganas de exhibirse y darse pisto alternativo que un genuino deseo de explicarse.

Una imagen del documental 'El artista y su perversión' / FILMIN

Una imagen del documental 'El artista y su perversión' / FILMIN

 

Hay elementos interesantes, sin duda, y que merecen el visionado: que el hijo de un nazi se realice sexualmente infligiendo dolor a la parienta tiene su aquél; que una negra disfrute ejerciendo de esclava de un blanco, también. Se echa a faltar, eso sí, un poco más de concreción visual de sus prácticas: nos tenemos que contentar con ver a Georg atizándole bofetadas en el trasero a Mollena durante un plano fijo larguísimo, lo cual no nos quita la impresión de que ahí la que lleva la voz cantante es la aparente sumisa, pues nunca hemos visto a un amo y señor más pusilánime que Georg.

El artista y su perversión, dirigido por René Gebhardt y Beatrice Behn, sirve para demostrar que la corrección política y el progresismo bonista han alcanzado al colectivo de los degenerados, cosa que yo, particularmente, considero preocupante: la tristeza de Georg al enterarse del triunfo electoral de Donald Trump resulta más bien ridícula, pues pierde un tiempo precioso que podría dedicar a idear nuevas torturas para Mollena; los discursos de ésta, tratando de ofrecer una visión audaz y progresista de sus inocentes manías sexuales, solo constituyen una muestra más de su tendencia habitual a la logorrea.

Los documentales sobre frikis, perturbados, desviados y demás ralea suelen entretenerme mucho, pero de El artista y su perversión salí con la cabeza como un bombo y con la misma sensación de farsa que en su momento me generaron Iglesias y Monedero. Los pervertidos, me temo, ya no son lo que eran.