Una imagen de 'El hombre de castañas', que es el título original de la miniserie de Netflix 'El caso Hartung' / NETFLIX

Una imagen de 'El hombre de castañas', que es el título original de la miniserie de Netflix 'El caso Hartung' / NETFLIX

Cine & Teatro

El hombre de castañas

La miniserie 'El caso Hartung' presenta un ambiente tenebroso y opresivo con muchos asesinatos, en el más puro Nordic Noir

20 noviembre, 2021 00:00

Cuando se acerca la festividad de Todos los Santos, los niños daneses se ponen a fabricar unos muñequitos de aspecto vagamente humano con una castaña gorda para el cuerpo, una más pequeña para la cabeza y palitos o cerillas para las extremidades. Al resultado se le conoce popularmente como El hombre de castañas, que es el título original de la excelente miniserie de Netflix (seis episodios) El caso Hartung (así se tradujo también la novela original de Soren Sveistrup cuando la publicó en España la editorial Roca). Estamos ante un caso en el que la adaptación audiovisual supera a la obra literaria: la novela de Sveistrup estaba bien, pero la serie está mucho mejor.

Todo arranca con el asesinato de dos mujeres que arrastraban la mala fama de no cuidar bien de sus hijos. Junto a cada cadáver aparece un muñequito antropomorfo hecho con castañas. Y las castañas exhiben las huellas dactilares de una niña desaparecida un año atrás y de la que no se ha vuelto a saber nada, la hija pequeña de Rosa Hartung, ministra del gobierno danés, lo cual sugiere la posibilidad de que la cría siga viva. La investigación cae en manos de la inspectora Naia Thulin (Danica Curcic), madre soltera absorbida por el trabajo de campo y que aspira a un cargo de oficina que le permita atender mejor a su retoño, y un miembro de Europol caído en desgracia por alguna metedura de pata en La Haya que no se especifica, Mark Hess (Mikkel Folsgaard), un sujeto reconcentrado, adusto y ocasionalmente violento que carga con su propia cruz: su mujer y su hija de tres años perecieron en el incendio del hogar familiar. Como suele suceder en estos casos --única concesión de la serie al tópico--, Thulin y Hess empiezan como el perro y el gato y acaban entablando una amistad entrañable, pero que no pasa a mayores.

Los crímenes se van sucediendo --incluyen amputaciones y sangre a litros-- y los dos inspectores se obcecan con que todos están relacionados, de una u otra manera, con la extraña desaparición de la hija de la ministra. El ambiente es tenebroso y opresivo, como suele suceder en todos los productos del llamado Nordic Noir, y el final resulta sorprendente y aterrador. Afortunadamente, se me había olvidado quién era el asesino y solo recordaba vagamente la trama de la novela, pero sí les puedo asegurar que he disfrutado mucho más de la versión audiovisual de El caso Hartung que del libro en que se basa. El escritor ha colaborado en la elaboración del guion y es como si hubiese encontrado en las imágenes la mejor manera de explicar su historia: podríamos decir que en el caso Hartung, a la segunda va la vencida.

Pieza mayor del Nordic Noir televisivo, El caso Hartung exhibe la correcta brillantez de las series policiales de la BBC --bien dirigida, bien interpretada, bien escrita--, pero con ese punto de más que ha distinguido a otras producciones escandinavas como El puente o The killing. Se habla de una segunda temporada, lo cual sería muy de agradecer, ya que la pareja formada por Thulin y Hess funciona como un reloj suizo, nos ahorra ese love interest que los americanos siempre intentan endilgarte y, de paso, da una nueva vuelta de tuerca al género policial introduciendo la política, el costumbrismo y lo que podríamos denominar la manera danesa de matar. Ideal para un fin de semana otoñal como los que estamos viviendo, aunque, a diferencia de la mayoría de thrillers escandinavos, aquí no aparece la nieve ni por asomo (aunque basta con fijarse en las narices de los actores para deducir que en Copenhague hace un frío que pela).