Cartel de la última película de la saga 'Star Wars' / DISNEY

Cartel de la última película de la saga 'Star Wars' / DISNEY

Cine & Teatro

'Star Wars', ser y tiempo

Con ‘El ascenso de Skywalker’ se pone fin a la saga más popular de la cinematografía contemporánea, cuyo indudable éxito ¿está respaldado por la excelencia artística?

15 enero, 2020 00:00

De entre todas las tradiciones de nuevo cuño que se han ido instaurando en las Navidades del siglo XXI –colgar en instagram el menú de Navidad, ir a correr la San Silvestre medio dopadito, hacernos gifs con el gorrito de Papa Noel para enviar a los amigos– una de las no menos importantes es acudir en comandita ilusionada –e intergeneracional– a ver las películas del ciclo Star Wars, esquivando spoilers y prejuicios, para luego, una vez instalados en los butacones del multisalas de turno, ahítos de palomitas XL, desilusionarnos durante algo más de dos horas con la película y criticarla después sin tasa ni mesura en barras, amigos y redes sociales con argumentos sesudos o pueriles, inteligentes o no. 

Pero ni siquiera la tradición del vapuleo a los héroes del sable láser es original. Ya en el lejano 1977, cuando George Lucas reunió por primera vez a sus colegas directores para enseñarles su nuevo juguete cinematográfico –una suerte de space-opera, mezcla de western y ciclo artúrico– titulado La Guerra de las Galaxias, Brian de Palma, sinceridicida, inauguró el ciclo de infamias dedicándole el comentario a su amigo: “Pero, George, ¡qué es esta mierda!”. Los mismos estudios creían tan poco en el éxito de la película que le cedieron los royalties sobre la mercadotecnia y un porcentaje muy alto de taquilla al propio director. Tan solo un joven Steven Spielberg parecía creer en la obra de su amigo. También en la comedia de situación The Big Bang Theory encontraron una definición al respecto que ha hecho fortuna: “Me están obligando a ver una maratón de Star Wars en orden cronológico. Prefiero que George Lucas me decepcione en el orden que lo planeó”.  

El resto, ya lo conocen. El éxito sobrecogedor de una historia de aventuras sin pretensiones que no estaba pensada para durar tanto. El origen de unos personajes ya míticos –la estirpe entera de los Skywalker, Leia Organa, Yoda, Chewbacca, los androides y su cuquismo imperecedero– y unos conceptos –la fuerza, el lado oscuro, el hipercitado “Yo soy tu padre”– que han entrado en el lenguaje popular –es decir, en el subconsciente colectivo– de unas cuantas generaciones sin todavía fecha de caducidad. La saga de Star Wars se trasciende a sí misma. Importa poco la calidad intrínseca de su material. Esta última película, a juicio del escritor Igor Goienetxea “Es buena, mala y regular”. Todo a la vez. Y la verdad es que tiene razón. Es una copia de copias, un calco de un pastiche, porque copiar, como bien sabían los romanos, es lo único que se puede hacer cuando uno trata con los mitos. 

Las nuevas generaciones a bordo del Halcón Milenario

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Y a esa tradición y a sus variaciones –más o menos repetitivas– ha ido consagrándose la saga y sus afluentes. El universo aludido no sólo está formado por las seis películas posteriores a la trilogía original, sino también por una inumerable lista de productos transmedia: novelas, cómics, dibujos animados, parques temáticos, que –contra las últimas noticias que dicen que tal vez nuestro universo no sea infinito–  se expande sin más allá de cualquier frontera. Incluso en este presunto final, llamado El ascenso de Skywalker, el bueno de J.J Abrams deja tramas abiertas por si alguien se le ocurre regresar.  Porque la saga ya no pertenece a George Lucas, sino a la franquicia Disney, una fuerza suprahumana de brazos capitalistas y tentaculares, que regala y sustrae los proyectos a guionistas y directores según el Excel previsto de resultados. 

Otros relatos importantes de la historia de la humanidad también suelen ser anónimos. O, si me apuran, de autoría disputada o compartida. Así, algunos afirman que las obras de Shakespeare son de Marlowe o de un conjunto secreto de grandes escritores. Que es imposible que Homero fuera solo un mortal llamado Homero. Tampoco queda claro si El Quijote lo escribió Miguel de Cervantes –o si había un solo Cervantes–, Avellaneda o Cide Hamete Benengeli. Por no hablar de las Escrituras Sagradas y sus autorías divinas. Tal vez la imagen más poderosa de la nueva película aparece cuando el casco de Kylo Ren –el hijo de Han Solo y Leia Organa abducido por el lado oscuro– es reparado mediante un proceso inspirado en la técnica japonesa del kintsugi. Ese arte consiste en reconstruir cerámicas rotas rellenando las grietas con un adhesivo fuerte teñido con polvo de oro. Ren opta también por no ocultar las cicatrices de su máscara. Ya no se trata de ocultar el daño recibido,  sino de reconocerlo y celebrarlo. La herida también es hermosa.

 

En fin, mientras salimos del cine esta última vez –como ya lo hicimos en los ochenta y en el inicio del nuevo siglo– nos da por pensar en qué nos da esta historia de buenos y malos; qué encontramos en esta incesante sucesión repeticiones sobre el original para no darnos nunca por vencidos. Y entonces nos acordarnos del magnífico Cuento de Navidad de Auggie Wren, donde un trasunto de Paul Auster nos explica el proyecto fotográfico de su amigo estanquero. En el cuento, Auggie Wren –en la versión cinematográfica dirigida por Wayne Wang estaba interpretado por Harvey Keytel– se dedica a realizar la misma fotografía a la misma hora durante muchos años seguidos. Al narrador del cuento la obra artística le parece primero una estafa. Pero, a medida que mira las fotos, cada vez con mayor lentitud, se percata de su verdadero cometido: lo que en realidad quiere retratar Auggie es el mismo Tiempo, a través de los pequeños cambios que se observan en las fotografías, a la vez idénticas y únicas. 

“Mañana, mañana, mañana. El tiempo camina con pasos menudos y cautelosos” dice Auggie, y a fe que los perpetradores de las sagas Star Wars lo saben. En la repetición de sus arquetipos clásicos y el eco de sus tramas nos permiten observar también nuestra propia vida que pasa. Tampoco está de más recordar las sabias declaraciones de Guillem Gisbert, el cantante y letrista del grupo Manel, cuando, interrogado por las exóticas sonoridades de su nuevo disco, afirmó que la gente no echa de menos su ukelele del disco del 2009, lo que en realidad extrañan son a ellos mismos en el 2009. En nuestro caso podemos afirmar que si nos aburrirnos o decepcionamos con las nuevas películas de Star Wars no es que sintamos nostalgia por las primeras películas. Lo que nos pasa en realidad es que echamos en falta la mirada limpia de los diez años, aquella capacidad de fascinación incesante.