
El dramaturgo Juan Mayorga
Juan Mayorga: teatro narrativo más allá de la historia
Cátedra reúne en un volumen de sus clásicos hispánicos las piezas Himmelweg y El jardín quemado, donde el dramarturgo madrileño usa la vanguardia para hacer aflorar ante las tablas los problemas más elementales de nuestras
Empecé con buen pie con Juan Mayorga, hace casi tres años, en la plaza del Torico de Teruel. Me había llevado El Gólem en la maleta, la edición de La Uña Rota con prólogo de Santiago Alba Rico (2022), y devoré la obra durante el rato en que me duró una caña de cerveza que se me fue calentando mientras anochecía. Cuando la terminé, me pareció que me había pasado un tsunami metafísico por encima.
Las dos obras de Mayorga que acaba de recuperar Cátedra, con un prólogo generoso de Emilio Peral Vega, Himmelweg (1998) y El jardín quemado (2003) producen el mismo efecto de concentración simbólica y comprensión poética del poder que El gólem. Y he dicho poética cuando, siguiendo a Peral, debería haber dicho narrativa, porque es verdad que este teatro es altamente narrativo, como todo el teatro esencialmente de palabra. Pero narrativo no novelesco, sino nivolesco, y aquí llegamos a un punto en el que me gustaría detenerme, porque el prologuista señala los paralelismos y deudas evidentes de Mayorga con Walter Benjamin, pensador al que Mayorga dedicó su tesis doctoral, y las obras de Buero Vallejo, cuyos recursos recupera el madrileño con gran provecho.

'El Golem'
Pero, ¿qué hay de Unamuno? ¿Qué hay del autor de Medea, La esfinge y La venda? El cultivo del teatro no fue una bagatela para el autor de Niebla, y nivolas como Abel Sánchez o La tía Tula, revisadas y cinceladas hasta el puro diálogo o el puro monólogo, textos totalmente desnudos o desbastados hasta la pureza dramática en cueros, buscan un halo filosófico muy similar al de las piezas de Mayorga, que también son ejemplo de desnudez expresiva, quevedismo contenido y lengua conceptista. También es verdad que las mejores obras de Buero (En la ardiente oscuridad, de 1951,o La Fundación, de 1974) llevaban muy adentro las intuiciones de Unamuno, por lo que podríamos llegar a la conclusión de que podría existir cierta continuidad a la vez ultrasimbólica y ultrarracionalista en la ejecución entre los primeros dramas de Unamuno y los últimos de Mayorga.
En Himmelweg, el asunto no puede ser más sencillo ni más complejo a la vez. Las claves para su comprensión nos las aporta Peral: la farsa pseudohumanitaria que tuvo lugar en el campo de concentración de Terezín, en la República Checa, en 1944. El comandante nazi del campo logró convencer a un delegado de la Cruz Roja enviado desde Berlín que las condiciones de vida en aquel lugar eran óptimas e incluso paradisíacas. Lo que no sabía el suizo Maurice Rossel, el encargado de redactar el informe sobre Terezín, es que unos cinco mil prisioneros habían sido enviados directamente a la cámara de gas para preparar las sórdidas escenificaciones y manipulaciones que motivaron su report positivo.

'Himmelweg' y 'El jardín quemado'
En Himmelweg, esa distancia entre lo que se ve y lo que es se convierte en uno de los motores de la reflexión dramática. El comandante y Gotfried dirigen la obra de teatro con gran eficiencia, convirtiendo un trámite burocrático en un acto de creación teatral forzada, con lo cual también se despliegan ante nuestras retinas dos grandes grupos de pensamientos adicionales relacionados con la naturaleza hipócrita del fascismo y los misterios de la actuación en un mundo calderoniano presidido por las apariencias y los papeles vitales. Por el tema, el escenario compartimentado y por la presencia de los niños judíos que juegan condenados a muerte, Himmelweg también me parece relacionable con una obra capital de Max Aub, San Juan (1943).
Jardín quemado, ambientada en los años 70, en la España inmediatamente posterior a la muerte del dictador Francisco Franco, también tiene mucho que ver con las secuelas de la violencia fascista. Ha llegado a una isla una psiquiatra joven que se propone liberar a doce reclusos de la vida fantasmal que han llevado cuarenta años desde que, en 1939, llegara un militar al psiquiátrico para exigir un sacrificio sangriento.

'Hamelin' y 'La tortuga de Darwin'
La tensión surge entre una facultativa, Benet, empeñada en despertar o curar a los reclusos y la postura de nuevo unamuniana de Garay, el viejo director, partidario de dejar soñar a los locos y respetar la lógica interna de sus existencias ensimismadas. Lo que intenta defender la obra es una memoria a salvo de manipulaciones políticas de todo tipo, y una especie de comprensión ultrahistórica de las cicatrices intolerables.
Tiempos detenidos, escenas multinivel de naturaleza barroca y una economía asombrosa de recursos apuntalan un teatro de gran nivel, a años luz de tonterías oportunistas y coprofilias aburridas que a veces convierten los teatros en nodos de convencionalismo. En Mayorga tenemos a un gran dramaturgo vanguardista que en lugar de buscar la estridencia fácil pule y repule sus dramas como un escultor obsesivo para que afloren, en voz baja, los problemas más elementales de nuestras vidas, a través de un teatro incendiado y helado a la vez, que nos habla directamente a los ojos y al oído, sin un solo tópico.