'El rastro' (2025)

'El rastro' (2025)

Cine & Teatro

Siguiendo un largo rastro

La miniserie sueca de Netflix 'El rastro' es un thriller nórdico que adapta con rigor y  seriedad un caso real que ocurrió en Suecia y que tardó años en resolverse

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La historia del policía obsesionado por un crimen que le cuesta Dios ayuda y años resolver está, reconozcámoslo, más vista que el TBO. Es ya muy difícil que esos relatos de divinas obsesiones capten el interés del público: de ahí el especial mérito que hay que reconocerle a la miniserie sueca El rastro (Netflix, cuatro episodios, la tercera más vista del ranking semanal en el momento de escribir estas líneas), basada en un hecho real que fue convertido en un libro por Anna Bodin y Peter Sjölund, y que ha servido de base a esta serie seria, sin alharacas, casi clínica y de una eficacia admirable.

El crimen en cuestión sucedió en el año 2004 en la población sueca de Linköping. Un doble crimen carente de la más mínima lógica. Un tipo apuñaló por la calle a un niño de ocho años, Adnan Abass, y luego hizo lo propio con una mujer que se interpuso en el ataque, Gunilla, una profesora de sueco para extranjeros. Los crímenes fueron presenciados por una ciclista, Karin, que se quedó pasmada ante el espectáculo, inmóvil y casi ausente, pero luego fue incapaz de recordar el rostro del asesino, quien, en vez de sumarla a su carnicería, pasó corriendo a su lado tras echarle un somero vistazo.

En Kopeling nunca había sucedido nada parecido, y el caso llamó poderosamente la atención de un inspector de policía, John Sundin (Peter Eggers), quien, a partir de entonces, dedicó su vida a ese absurdo doble crimen en el que no había forma humana de encontrar un motivo o algo mínimamente parecido a la lógica. El asesino la tomó con un crío emigrante y una profesora de sueco como podría haber atacado a una pareja de jubilados, de recién casados, de suecos o de extranjeros. ¿Y cómo atrapas a alguien en cuya actividad criminal no atisbas la menor lógica ni el seguimiento de ningún modelo previo?

Obsesión por la justicia

La más elemental prudencia, para el equilibrio mental del inspector Sundin, aconsejaba archivar el caso, darlo por imposible, aceptarlo como otro de esos muchos crímenes inexplicables que suceden en el mundo en general y en la civilizada Suecia en particular. Pero Sundin no era partidario de la prudencia: para él solo contaba la justicia, y la justicia llegaría, aunque tuviesen que pasar, como fue el caso, dieciséis años.

'El rastro' (2025)

'El rastro' (2025)

La obsesión del inspector le acabaría costando el matrimonio. Su mujer lo quería, pero acabó harta de encontrarlo obcecado y ausente durante más de tres lustros.

Sundin tuvo que hacer amigos nuevos para poder seguir cultivando su obsesión justiciera. Y los encontró en una periodista llamada Stina Erikson y un genealogista, Per Skogvist (Mattias Nordkust). La primera mostraba por el crimen un interés a la altura del de Sundin; el segundo sostenía que se podía atrapar a un asesino por medio de la genealogía, relacionando diversos ADN hasta dar con el del perpetrador.

Los superiores de Sundin no se tomaban en serio ni a una ni a otro, pero fue gracias a ellos cómo el caso acabó resolviéndose: el ADN de Stina coincidía con el del asesino hallado en el lugar del crimen, y resultó que éste correspondía a un primo suyo llamado David Nilsson, un perturbado mental que, al ser detenido, aseguró que había llevado sus crímenes tras oír unas voces en su cabeza que lo empujaban en esa dirección. El sistema genealógico de Skogvist, hasta entonces basureado por la policía sueca, se convirtió a partir de entonces en un elemento fundamental en la persecución del crimen.

Frialdad nórdica

El rastro es una serie de una seriedad y una austeridad suicidas, que pueden poner en fuga a espectadores acostumbrados a ficciones criminales endulzadas por suplementos narrativos que aspiren a una cierta comercialidad y que aquí brillan por su ausencia. No hay reconciliación del inspector y su esposa. No hay romance entre John Studin y Stina Erikson. No hay drama humano a costa de las familias del niño y la profesora (solo sabemos que los padres de Adnan bautizaron como Gunilla a su siguiente hija). Es todo de una frialdad impresionante, pero esa frialdad funciona como exageración de una supuesta frialdad nórdica.

Ni siquiera el asesino ofrece algún interés humano y/o psiquiátrico, solo es un zumbado más que no se presta ni a un análisis en profundidad. Lo que ves es lo que hay. Y lo que ves es la historia de una obsesión, de una búsqueda de la justicia reducida a sus elementos fundamentales. Puede que haya quien la encuentre aburrida por su deliberada frialdad, pero a mí me ha parecido uno de los acercamientos más peculiares de los últimos años a la vieja y manida historia del policía que se obsesiona con un crimen y no para hasta resolverlo.

Aunque se le quede la vida a cuadros.