
'La semilla de la higuera sagrada'
'La semilla de la higuera sagrada' o el cine como profesión de riesgo
El cineasta Mohammad Rasoulof recurre al caso de Mahsa Amini para sostener esta valiente película de tres horas de duración donde se denuncia la represión contra la mujer del régimen teocrático iraní a través de un drama familiar
Mientras aquí nuestro presidente combate con gallardía contra un dictador muerto, los micromachismos provocan aquelarres medievales-digitales, un portavoz muy de izquierdas nos dice tan tranquilo que la culpa de que sea un salido y un sobón es del neoliberalismo y cada día surge -más bien se incentiva- una nueva polémica imbécil para mantener al personal entretenido, en otras partes del mundo tienen problemas más graves. Por ejemplo en Irán, donde una chica de veintidós años puede morir de una paliza policial por no llevar el velo bien colocado. Sucedió en 2022: Mahsa Amini falleció en una comisaría después de ser detenida por la Policía de la Moral en Teherán.
La cosa no acabó ahí: las protestas que se generaron después por todo el país -sobre las que nuestra izquierda feminista, siempre tan vocinglera, se mantuvo llamativamente muda- acabaron con miles de detenidos y una cascada de sentencias de muerte. El caso Amini -que mostró al mundo la sistemática represión de las mujeres en la teocracia iraní, poco dada a las sutilezas de los micromachismos- es el telón de fondo de La semilla de la higuera sagrada de Mohammad Rasoulof (Shiraz, 1972). Una película de denuncia, valiente, valiosa e irregular, cuya peripecia sirve para explicar que en algunos países hacer cine -o escribir, o pintar- es una profesión de riesgo. Y seguramente un deber cívico.

'La semilla de la higuera'
Se filmó en Irán, lo cual no deja de ser sorprendente dada su feroz crítica al régimen. Pero es que los regímenes autoritarios también tienen sus resquicios. Recuerden el memorable caso de Viridiana, rodada en España por el exiliado Buñuel y ganadora de la Palma de Oro en el Festival de Cannes. El director de cinematografía de entonces recogió el premio ¡y al día siguiente lo destituyeron por idiota! Aquí ha sucedido algo similar. Solo que, en este caso, el cineasta tuvo que huir del país a pie por las montañas cuando lo condenaron a ocho años de cárcel -ya la había pisado en dos ocasiones anteriores- y a recibir no sé cuantos latigazos. Fue acogido en Alemania, bajo cuya bandera el largometraje está compitiendo por ser seleccionado entre los finalistas al Oscar a mejor película extranjera. Previamente, se presentó en el pasado festival de Cannes, con el realizador y parte del reparto femenino exiliados y el resto retenidos en Irán y afrontando problemas ante la justicia.
El cine iraní se puso de moda en los años noventa del pasado siglo, con las parsimoniosas, poéticas y neorrealistas obras de Abbas Kiarostami (más o menos la misma época en que vivimos también la moda del cine chino, con Zhang Yimou y compañía, ¿se acuerdan?). Como sucede en todo régimen autoritario, el iraní también ha vivido vaivenes entre épocas de mayor aperturismo y otras de censura férrea. El aperturismo incentivó la existencia de un cine muy potente y este sirvió para blanquear a la teocracia, que no parecía tan fiera si permitía que se rodaran películas tan bellas, aclamadas en los festivales.

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Sin embargo, lo de censurar y perseguir a las voces disidentes e incómodas está en el adn de cualquier sistema autocrático y en los últimos tiempos los cineastas iraníes -y no digamos ya las actrices que se atreven a levantar la voz y quitarse el velo- se arriesgan a penas medievales como los latigazos, a castigos intemporales como la cárcel y a tristes realidades como el exilio. Actrices valientes como Golshifteh Farahani (la novia creativa en la preciosa Paterson de Jim Jarmush) se han convertido en activistas por los derechos de las mujeres.
Hay directores como Rafar Panahi que han optado por una suerte de resistencia interior. Él rueda de forma guerrillera -Esto no es una película, Taxi Teherán, Tres caras, Los osos no existen-, en digital y con él mismo como protagonista. Entra y sale de la cárcel y tiene que sacar clandestinamente del país sus largometrajes, que triunfan en los festivales europeos, dispuestos a exhibirlos por su calidad cinematográfica y también como un gesto de solidaridad.

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En Esto no es una película se filmó a sí mismo mientras estaba en arresto domiciliario a la espera de juicio, como un desafiante no me callaréis. En la más reciente, la notable Los osos no existen, que se estrenó el año pasado, provoca a las autoridades, que le tienen prohibido salir del país, situándose justo en la línea de la frontera mientras filma una historia sobre jóvenes que tratan de huir a Turquía… Otros, como Ali Abbasi, optaron hace tiempo por el exilio. Nacionalizado danés, es autor de un thriller extraordinario, demoledor y desgarradoramente sórdido titulado Holy Spider (Araña sagrada). Con producción danesa y rodado e Jordania, cuenta una historia inspirada en hechos reales acontecidos en una ciudad del norte de Irán. La protagonista es una periodista que, de forma clandestina, investiga los asesinatos de mujeres que se prostituyen en manos de un fanático religioso, ante la apatía de las autoridades. Es una película que demuestra que, mientras aquí nos entretenemos con el cozy crime, el género policiaco sigue siendo un eficaz instrumento de denuncia. La tienen disponible en Filmin y les apunto también que Abbasi es el autor de otra cinta muy recomendable y de rabiosa actualidad: The Apprentice. La historia de Trump.

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El cine de Mohammad Rasouluf tiene pocos puntos de contacto con el de los directores iraníes hasta ahora mencionados. A quien más se parece es a Asghar Farhadi, autor de dramas morales de estirpe dostoievskiana como A propósito de Elly, Nader y Simin, una separación, y la monumental El viajante, en la que el montaje de la obra de Arthur Miller Muerte de un viajante sirve de contrapunto a una historia de violencia brutal (las tres están disponibles en Filmin).
La semilla de la higuera sagrada -aviso a navegantes: dura casi tres horas- tiene una diáfana estructura en tres actos. Cuenta la historia de una familia con dos hijas. Al padre lo ascienden de investigador a juez de los tribunales revolucionarios y no tarda en verse obligado a dictar sentencias de muerte a ciegas. A los iniciales escrúpulos morales en seguida se superpone la comodidad: con el cargo va la promesa de una casa más grande y otros parabienes. El régimen cuida de sus verdugos. La madre, que tiene un hermano militar cuyo trabajo es sospechosamente opaco, ejerce de abnegada esposa que disfruta del estatus que les da el cargo de su marido, sin hacerse muchas preguntas. El elemento disruptor son las dos hijas, una en el colegio y la otra universitaria.

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En el arranque de la película al padre le entregan una pistola para protegerse, dado que los tribunales revolucionarios no son precisamente populares. Y el guion cumple escrupulosamente el mandato chejoviano del clavo en la primera línea del cuento: es decir, que la pistola va a tener mucha relevancia al final. Toda la primera parte muestra de modo meticuloso las dinámicas familiares, mientras de fondo -es una realidad que solo conoceremos a través de grabaciones que reciben las hijas en sus móviles- estalla el caso Amini y las protestas. Lo interesante del planteamiento es cómo se cuenta la Historia en mayúsculas a través de la intimidad de unos personajes (como hacía Bertolucci con el mayo parisino del 68 en Soñadores). Durante la primera hora y media el director va cincelando un drama familiar muy solvente, con personajes -el padre, la madre- que tienen claroscuros y van evolucionando.
La desaparición de la pistola -que llega a la hora y media- es el gran punto de giro de la trama. ¿Una de las hijas -solidarias con las manifestantes y que empiezan a cuestionar al padre- la ha sustraído? Las sospechas se adueñan de la familia y esta creciente tensión está bien desarrollada en la película.

'La semilla de la higuera'
Por desgracia, en el tercer acto, a partir del momento en que la familia debe refugiarse en el pueblo natal del padre, porque su nombre y dirección se han filtrado en redes y todos corren peligro, el guion da un desconcertante giro desde el drama intimista hacia lo simbólico. Excesivamente obvio en su mensaje y con situaciones poco verosímiles. El padre, hasta entonces un personaje matizado y creíble, se transforma en un simplón arquetipo del patriarcado y de las maldades del régimen iraní.
El precioso título, La semilla de la higuera sagrada, hace referencia a un árbol que crece a partir de semillas que esparcen los pájaros en sus heces. Al caer sobre otro árbol germinan y el nuevo árbol crece sobre otro y desarrolla unas raíces aéreas que, cuando llegan al suelo, empiezan a estrangular a su anfitrión hasta matarlo. Una evidente metáfora sobre la teocracia que gobierna el país.

'La semilla de la higuera'
El drama intimista del principio y el alegato simbólico del final se complementan a lo largo del metraje con filmaciones que reciben las hijas en sus teléfonos. Son imágenes reales grabadas con teléfonos móviles en las que aparecen manifestantes, mujeres quemando los velos, represión policial sin contemplaciones y cadáveres por las calles… Una verdad que no muestra la televisión oficial iraní que ve la familia. Nos quejamos -con razón- de que por las redes circulan muchas fake news, pero hay que poner en valor que también dan cabida a testimonios valiosos como los que muestra la película, el único modo de denunciar lo que un régimen autoritario intenta silenciar.
La semilla de la higuera sagrada se cierra con una sucesión de estas filmaciones reales grabadas con móviles. La última imagen que vemos es la de una chica de espaldas en una moto que, en una de las manifestaciones, hace el signo de la vitoria. Refuerza el positivo mensaje simbólico del cierre de la cinta, con las mujeres de la familia venciendo al abusivo patriarcado. Por desgracia, es solo una bienintencionada ficción, porque la realidad en Irán sigue siendo otra.