‘El tesorero municipal’ o ‘El cambista y su mujer’ (1538), obra fundamental en el redescubrimiento de Marinus van Reymerswale / MUSEO NACIONAL DEL PRADO

‘El tesorero municipal’ o ‘El cambista y su mujer’ (1538), obra fundamental en el redescubrimiento de Marinus van Reymerswale / MUSEO NACIONAL DEL PRADO

Artes

Marinus, el primer pintor del capitalismo

El Museo del Prado acoge una exposición monográfica del enigmático artista flamenco, interpretado injustamente como censor moral de la codicia y la avaricia

28 mayo, 2021 00:10

Durante muchos siglos, Marinus van Reymerswale ha sido uno de esos artistas a los que la historia de la pintura ha reservado un viaje innecesario por el olvido. Quedó varado en manuales, clavado en el tiempo, frío espectador de la muerte. De él se tienen escasas noticias más allá de sus obras: no están claras las fechas de nacimiento y óbito; tampoco hay huellas de su formación. Fue pintor en esa época abundante del Renacimiento europeo, cuando los artistas salieron al mundo a reconocer su mercancía y su territorio, y descubrieron que la verdad de su momento se podía explicar con escenas que recogieran los valores sociales y morales imperantes, casi a modo de bandera o de nación.  

Marinus irrumpió entonces en el arte con la vibración de los seres inesperados, visionario y distinto. Se alzó como diferente en aquella Amberes que fue capital del mercadeo, trasunto primitivo de un capitalismo que tenía su sede en la lonja del puerto. Entendió que la forma de ser otro era emprender una ruta en solitario, mirar allá donde nadie había puesto aún el ojo. Y centró su obra en los individuos de su presente, los hizo avanzar en la pintura hasta situarlos en barrera, hasta darles sentido propio, jerarquía, desde la insistencia en pocos temas: el tesorero, el recaudador de impuestos y el evangelista o el santo ermitaño refugiado en su celda.   

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Un visitante observa dos de las tres versiones expuestas de San Jerónimo en su celda /  MUSEO NACIONAL DEL PRADO  

Delicado y misterioso, Marinus está, pues, en la órbita de aquellos creadores que, a la manera de Vermeer o Patinir, dejaron de herencia un botín escaso, la exacta medida de lo extraordinario. En el caso del primero, su huella ha quedado fijada en apenas veintiséis cuadros, de los que cinco están custodiados en el Museo del Prado. Ahí ha aguardado la hora de su auxilio, los muchos años de su extravío. Al potente rescate se han lanzado ahora la pinacoteca madrileña y Christine Seidel, conservadora de pintura en la Staatsgalerie Stuttgart, con la primera exposición monográfica dedicada al artista, Marinus: pintor de Reymerswale.  

La escasez de piezas de este pintor flamenco ha hecho de él uno de los más deseados de los centenares que poblaban los Países Bajos. Sin embargo, pocos consiguieron una pieza suya. Junto al importante lote del Museo del Prado, vibrante de color tras pasar por el taller de restauración, ahora comparten sala La vocación de San Mateo (1530), propiedad del Museo Thyssen, y San Jerónimo en su celda (1533), de la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, además de los préstamos procedentes del Hermitage de San Petersburgo (El tesorero municipal, hacia 1530) y del Museo del Louvre (Los recaudadores de impuestos, hacia 1535).

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El lienzo La vocación de San Mateo, propiedad del Museo Thyssen / MUSEO NACIONAL DEL PRADO

La muestra, abierta hasta el 13 de junio, recupera a un creador que quiso darle cuerda al reloj de la pintura e intentó ponerla en hora con una realidad que estaba ahí fuera, en el brillo de las monedas, en las anotaciones de los libros de cuentas. Asomado a las maneras de Alberto Durero y Quentin Massys, este extraño pintor vino a dar forma no a un juicio moral sobre la avaricia y la acumulación de riqueza, sino a una nueva clase social –banqueros, prestamistas, funcionarios, hombres de negocios– que pagaba por verse representada en su contexto profesional o asimilada a figuras como San Jerónimo o San Mateo, ambos escribientes y vinculados al protestantismo. 

La nueva propuesta del Museo del Prado revela, al respecto, cómo incluía en sus cuadros elementos que el mundo financiero de la época utilizaba para presentarse y distinguirse de otros estratos de la burguesía. Así sucede, por ejemplo, cuando incorpora papeles y libros abiertos donde reproduce a pluma una caligrafía cursiva de estilo legal que recoge información sobre personas, negocios e instituciones a los que los investigadores han otorgado una existencia real tras localizarlos en los viejos archivos. Otras veces, transgredía los códigos del realismo al lucir sus retratados trajes y tocados fuera de la moda imperante, como si le impulsara el juego teatral de la ficción y la distancia. 

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El tesorero municipal, también conocido como Recaudadores de impuestos, del Hermitage de San Petersburgo / MUSEO NACIONAL DEL PRADO 

No obstante, la obra de Marinus no sale de la mano del genio, sino del oficio del artista que domina el dibujo y tiene fortuna con la composición, que son lugares habituales a la hora de definir el gusto de la entonces pujante burguesía. Su ejecución, con todo, era demorada y cuidadosa, tal como evidencia que aún hoy puedan identificarse monedas de oro y plata de diferentes partes de Europa en circulación en ese momento, como el Vlieger de Carlos V y los excelentes de los Reyes Católicos, y puedan reconocerse los libros con encuadernaciones de biblioteca que acompañan a las diferentes versiones que realizó del episodio de San Jerónimo en su gabinete.  

A la vista de los datos, fue un pintor de cierto éxito comercial y alguna fama que debió ser reclamado con cierta asiduidad por clientes cargados de oro, aunque sólo ha quedado constancia directa de uno de ellos: Melchior Wintgis, coleccionista de arte y maestro de la moneda de la región de Zelanda, quien poseía uno de los cuadros del pintor en su oficina en Middelburg a tenor de la información ofrecida en 1604 por Karel van Mander, el primer historiador de arte holandés. Otra nota sobre su existencia da cuenta del pago que recibió del tesorero municipal Gillis van Borre por un mapa de Zuid-Beveland, en los actuales Países Bajos, donde vivió el artista. 

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Las dos versiones de El cambista y su mujer, en la exposición Marinus: pintor de Reymerswale /  MUSEO NACIONAL DEL PRADO 

Con ánimo detectivesco, esta exposición pone en claro retazos de la vida del enigmático artista, tarea complicada si se tiene en cuenta que a su ciudad natal, Reymerswale, se la tragó el agua en la inundación del día de San Félix (1530) y que sus archivos se quemaron en la II Guerra Mundial. A la luz de las informaciones recopiladas, tuvo que nacer hacia 1489 y permaneció activo hasta 1546 en la localidad de Goes, donde probablemente falleció. No se inscribió en ninguna escuela, aunque todo indica que estuvo vinculado como copista o como proveedor al taller de Massys. No consta, sin embargo, que se registrara como maestro en el gremio de Amberes.

Su vida es, por tanto, el sueño de una sombra, una incógnita que persevera. El arte, sí, ensanchó con él. Porque sus óleos provocan aún en el espectador una combinación entre pincelada e idea. No perteneció a la casta de los artistas decorativos. Su misión en el arte no era edulcorante, sino indagadora. De ahí que la historia está irremediablemente en deuda con aquel hombre sin rostro que decidió fundar un nuevo espacio en la pintura con una fiebre y un enigma, con ese raro sonido de monedas al caer como único y novedoso idioma de ese balbuceante capitalismo que acabaría por conquistarlo todo.