'Homenot' Henri Matisse / FARRUQO

'Homenot' Henri Matisse / FARRUQO

Artes

Henri Matisse o la luz del Sur

Los cuadros del artista francés sobre las playas de Colliure, sobre todo 'La Moulade', una descomposición en color del puerto de la localidad, evocan las intensas sensaciones del verano

23 agosto, 2022 20:15

Divide la pincelada, irisa el color y busca el resplandor. Todo empieza en la calle, cuando regresa de un viaje a Bel-Île atrapado en la pasión por el arco iris. En 1898, en Ajaccio, Córcega, Henri Matisse recoge un impacto que ya nunca le abandonará: la deslumbrante luz del Sur. Sus viajes serán a partir de aquel momento escapadas de verano. En Toulouse intensifica el uso de los tintes que para él nunca más serán arbitrarios; su paleta busca la concepción pura y se acerca a Paul Cézanne, el maestro de Aix-en-Provence, del que sonsaca recursos de oficio y aprende a valorar lo que llamará a lo largo de su vida “las pequeñas sensaciones”.

Llega a Colliure en 1905; deja constancia de su paso en La Moulade, una descomunal descomposición del color en el puerto de la población del Sur de Francia, marcada por el predominio del rojo. Las playas de Colliure y sus pantanales marineros se convierten en un mero ritmo abstracto; desorden sulfuroso, trazos desordenados, perturbación sísmica; la arena, el agua y las rocas son presas de una convulsión.

Henri Matisse (1913) eb París

Henri Matisse (1913) eb París

Años después, al recordar aquel primer verano en Colliure, el mismo Matisse reconocerá su trabajo “desbaratado por la intuición, al servicio de un único Dios: el color”. La Moulade es un abandono voluntario del oficio; una traición a la ortodoxia aprendida, para atender solo al resplandor del Mediterráneo. Como estudiante de arte, su pintor más admirado es Chardin; en 1896, Matisse se estrena como autor exponiendo lienzos en la Société Nationale des Beaux Arts con notable éxito. Matisse deja tras de sí los luminosos paisajes de Córcega y por un tiempo corto, entra en el llamado divisionismo de Delacroix. Pero en La Moulade renuncia a la línea; no hay separación entre mar y cielo, todo son manchas que hay que ver en perspectiva para distinguir los contornos. Matisse entabla amistad con el japonés Yoshio Aoyama –la referencia del rojo Aoyama–  y se estrena en el arte contemporáneo acompañado por André Derain.

Ha estudiado a Chardin o Rafael y ha estado cientos de horas copiando a los pintores flamencos, en el Louvre. Cuando se instala definitivamente en París, bucea en solitario en un tiempo que postula el anonimato urbano, el universo espacial de los paseantes, el spleen, el encuentro de los extraños que cruzan sus miradas, el placer que mata, la dulzura que fascina. La primera iluminación de gas en las calles, la moda o la fotografía provocan en él la nostalgia tardorromántica común en los pintores de su generación. Para entonces, ya es el líder de los fauves, las fieras, el maestro que decantará a la generación de los Braque, Carnoin, Dufy, Manguin, Puy, Baltat, Chalbauf o el mismo Derain, entre otros.

La Moulade (1905) / HENRI MATISSE

La Moulade (1905) / HENRI MATISSE

Son los pintores que asombraron al mundo una sola vez, en una exposición combinada en el Salón de Otoño, conocida como la jaula de fieras, que paralizó a Paris, la capital de las vanguardias en 1905. Después, los fauvistas desaparecen como grupo, a pesar de los vanos intentos de armar su lanzamiento comercial de la mano del mítico galerista André Volart .Ellos dominan el cruce de sensaciones que acabará encontrando el color original tantas veces buscado infructuosamente. Walter Benjamín relata su fusión en busca en sus ensayos luminosos contenidos en El libro de los pasajes (Akal), el texto inacabado y recuperado en la maleta de Port Bou.

Pero uno de los ensayos del maestro de la Escuela de Frankfurt, titulado La obra de arte en la época de su reproductividad técnica, se convierte en la gran amenaza para los fauvistas e impresionistas tardíos, amantes de lo único e irrepetible. Se sienten mancillados por la filosofía e inician un abismo entre creatividad y pensamiento que durará poco y que jamás volverá a producirse con la misma intensidad. Casi un siglo después, Colliure y Port Bou, las tumbas de Machado y Benjamin sobreviven a los restos del desastre humanitario español. Son un paisaje mítico de alegre resignación, donde conviven un convento benedictino bombardeado, una gigantesca bóveda de cristal y acero, una iglesia neogótica, “la quinta rural Las Cuadras propiedad de los Santos Torroella y un cementerio en el que los niños juegan macabramente a ser enterrados en una fosa común en la que reposan masones y judíos”, en palabras de Manel Martos.

Retrato de Marguerite (1906) / HENRI MATISSE

Retrato de Marguerite (1906) / HENRI MATISSE

Abajo, después de los farallones que protegen la Costa Azul, junto al azul, la sensación, la emoción y el instinto guían la paleta de Matisse. En La Moulade. el pintor encuentra el secreto de su obra, que nunca “ha sido un arte rupturista sino una continuidad”. Después de Colliure viene Niza, el trazo esencial del pintor en sus años maduros y también su última morada. El negro fue su segundo color considerado primordial; hay negro en La Moaulade y en otros cuadros del mejor fauvismo de Matisse –El Árbol, Portrait de Bebilacqua o Marguerite Lisant, por ejemplo– obras desde las que el pintor habla a través de una engañosa simplicidad.

Muchos años después de su adoración del sol y el yodo marino, Matisse abandona la fiereza por el minimalismo. Es un cambio orientado hacia el recogimiento no exento de fe cristiana, como puede verse en los vitrales de la Capilla del Rosario, cercana a Niza, cuando la Riviera se ha convertido ya en la patria natural del artista. Matisse presenta los vitrales y la estructura arquitectónica de la capilla en 1951, casi a las puertas de la muerte, cuando ha cumplido ya 81 años. Dos décadas después de la desaparición de Matisse, el pintor neoyorquino de origen lituano, Marc Rothko, el exponente más brillante del expresionismo abstracto, levanta una capilla octogonal en Houston, al sur de los EEUU, en la que predomina el negro inspirándose en el maestro fauvista. Su Capilla se ofrece todavía hoy como santuario; es un espacio de meditación absolutamente libre.

Retrato de Bevilacqua (1904) / HENRI MATISSE

Retrato de Bevilacqua (1904) / HENRI MATISSE

La fuerza inductora de Matisse a lo largo del último siglo y medio resulta indiscutible. El fauvismo representa un punto de partida, una palanca, no un fin en sí mismo. Sin embargo, sus motivos se mantienen incólumes. En algunas de sus figuras pintadas hacia fin de siglo está presente la influencia de Cézanne, pero a partir de 1907 su estilo se hace más definido, a la manera fauve: supresión de detalles y tendencia a la simplificación. Mediante zonas de color diferenciadas, el Matisse de La Moulade traduce la forma de los objetos y el espacio existente entre ellos; crea un ritmo característico.

Su uso del color expresa la sensualidad controlada por una metódica organización estructural. El mismo pintor lo define así: “Sueño con un arte de equilibrio, de tranquilidad, sin tema que inquiete o preocupe, algo así como un lenitivo, un calmante cerebral parecido a un buen sillón”. Nadie lo diría a la vista de cuadros como Lujo, calma y voluptuosidad o Las alfombras rojas y por supuesto La Moulade, mostrada en los museos como un cuadro solo, pero nacido como una breve colección de instantes sobre fondo portuario. Para él, como para sus colegas Derain o Vlaminck, la arena de Colliure seguiría siendo eternamente roja, de un rojo aún más violento porque no lo atempera mezcla alguna; es una exaltación de su vehemencia.