Hace 11 años Cristina Pitarch decidió dejar su trabajo en una asesoría jurídica de Barcelona para abrir por su cuenta una academia de refuerzo escolar cerca de su casa, en Alella (Barcelona). “Era 2010, en plena crisis económica, pero siempre he creído que las crisis son un buen momento para montar algo, porque empiezas flojito pero luego cualquier mejora es buena”, recuerda esta emprendedora de 55 años, madre de dos hijas. El tiempo le dio la razón: después de encontrar un local y ponerlo a punto, empezaron a llegar los alumnos. “En internet tenía competidores, pero no tantos como ahora, y ofrecían sobretodo clases a domicilio”, explica, convencida de que el actual sistema escolar flojea a la hora de integrar a los niños con dificultades para estudiar, y eso explica la elevada demanda de clases de refuerzo. “Después la gente empezó a pedirme idiomas, sobre todo inglés, así que ampliamos la oferta”, añade.
Durante los últimos años, el día a día de Pitarch consistía en pasarse mañana y tarde en la academia. Se encargaba de buscar nuevos alumnos, organizar las clases y cuadrar los calendarios de los profesores, con la excepción de dos mañanas a la semana, que aprovechaba para ir a clases de pintura. “Era el único momento de la semana que tenía para mí”, recuerda la emprendedora, aficionada a pintar desde pequeña.

La pandemia y el confinamiento total
Y entonces llegó la pandemia. “Al principio entré en una especie de estado de shock”, explica. Recuerda las semanas de incertidumbre tras decretarse el confinamiento total, el 13 de marzo de 2020. Un mes y medio después, ella y su marido, Daniel, con quien dirige la academia desde hace cinco años, decidieron cerrar el local. “El cambio nos asustó un poco: transformar un modelo de negocio elaborado durante años, desapegarnos de un local físico... pero ahora veo que fue la mejor decisión que pudimos tomar. En primer lugar, porque tendríamos que haber invertido mucho dinero en reformar el local para cumplir con las nuevas condiciones sanitarias. Y en segundo lugar, porque fue el empujón que necesitábamos para apostar por las clases online, y eso nos ha permitido abrirnos al mercado internacional”, explica Pitarch, orgullosa.
Ahora, su día a día ha tomado otro ritmo. “Cuando me levanto, me encuentro con el desayuno en la mesa. Me lo prepara Daniel, que ya lleva dos horas levantado para dar clases”, bromea. Pero, lo mejor de todo, es que ahora tiene mucho más tiempo para pintar.

Pintar el mar, su obsesión
“Tengo una habitación en el piso de arriba con todo el tinglado: caballete, pinturas, pinceles, lienzos... ¡y se me pasan las horas volando!”, exclama. A Pitarch le gusta pintar al óleo, una técnica que requiere el uso de aguarrás, un producto tóxico, y por eso cuando nacieron sus hijas dejó de pintar en casa. Ahora sus hijas ya son mayores y disfruta de tener el taller en casa y poder quedarse frente al lienzo todo el tiempo que quiera. “Cuando trabajas en un cuadro no puedes quitártelo de la cabeza”, comenta.
Admiradora de los impresionistas, Pitarch pinta principalmente paisajes, en los que muchas veces aparece el mar, su gran obsesión. “En enero pasado me abrí una cuenta en Instagram para seguir a otros pintores y descubrí que hay varios artistas reconocidos igual de obsesionados con el mar. Y da la casualidad de que también son Piscis”, bromea.

Obras en redes sociales
A Pitarch no le gusta compartir nada de su vida privada en las redes sociales, pero utiliza Instagram y la plataforma Etsy para exponer sus obras. “Hasta ahora solo vendía mis cuadros a familiares y amigos, pero las redes me han abierto nuevas oportunidades”, explica. Recuerda la sorpresa que se llevó el día que vendió una de sus obras en Wallapop. “Era un cuadro que me gustaba mucho, de un chico con un bañador azul nadando en una piscina, y aún me resulta raro no saber quién lo tiene ni dónde está”, comenta.
En los próximos meses, Pitarch se ha propuesto aumentar la producción de cuadros y montar una pequeña galería en el garaje, para que la gente pueda verlos en persona y consultar los precios. “Puedo pasarme mañana y tarde pintando, y cuando Daniel me pregunta ¿qué comemos hoy?” yo le respondo, de cachondeo, “Ay, Daniel, yo soy artista, no me hables de comidas”, explica la emprendedora, convencida de que desde que se dedica a pintar, le ha mejorado el carácter.

Aprender a “soltar”
“Por ejemplo, antes no tenía paciencia, ahora tengo mucha”, explica Pitarch. Pintando también ha aprendido a “soltar”. “Un cuadro no lo acabas, sino que lo abandonas, porque cada vez que vuelves a él con la mirada fresca, cambiarías algo”, aclara.
Y en la vida real, según Pitarch, eso se traduce en aceptar que la perfección no existe. “Todo el mundo debería pintar”, concluye. “Es como una meditación, te ayuda a ser mejor persona”.
