Objetos para un rato de ocio’ (1879), un bodegón William Michael Harnett / MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA

Objetos para un rato de ocio’ (1879), un bodegón William Michael Harnett / MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA

Artes

América, una historia particular

El Museo Thyssen-Bornemisza elabora un relato sobre el nacimiento y la pujanza del país norteamericano a través de su importante colección de arte estadounidense

18 febrero, 2022 00:10

A lo ancho de muchas décadas, América se mantuvo cifrada para Europa en tres o cuatro grandes símbolos. De entrada, la naturaleza. Salvaje. Exuberante. Después, la conquista del paisaje: los colonos y el ferrocarril. Y, al final, el ocio, el consumo y las grandes ciudades. No era exactamente un olvido, sino una forma de existir en paralelo de lo que sucedía a este otro lado del mundo. Estados Unidos era un confín curioso, experimental. Una suerte de tierra prometida. Una utopía en construcción donde estaban en juego la singularidad del hombre y la mecánica original de la democracia

A ese ámbito de revelación se dedica la exposición que Paloma Alarcó y Alba Campo Rosillo han desarrollado para cerrar el centenario del barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, abierta en el museo madrileño hasta el 26 de junio: Arte norteamericano en la colección Thyssen. Una interesante reformulación de los fondos americanos de la institución desde códigos temáticos –la historia, la política, la ciencia, el medio ambiente o la vida urbana, por ejemplo– con el propósito de facilitar un conocimiento más profundo de la complejidad del arte y la cultura estadounidenses

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Vidrio ahumado (1962), de James Rosenquist / MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA

De ahí surge, en primer lugar, una aproximación a la historia misma de la colección, que también es la historia de su promotor. El aristócrata, que leía a corta edad las novelas de aventuras de Karl May –protagonizadas por el jefe apache Winnetou y su hermano, el rostro pálido Scharlih, un alemán apodado Old Shatterhand– adquirió a finales de 1950 uno de los motivos de inspiración de estos relatos: los setenta grabados coloreados que el pintor suizo Karl Bodmer realizó en 1832 al remontar el río Misuri con la expedición del naturalista y etnógrafo Maximilian de Wied-Neuwied.

Con esta compra arrancó la colección americana del barón, quien la amplió animado por el negocio y las influencias. Así, la adquisición en 1972 del conglomerado industrial Indian Head –55 fábricas con más de 18.000 trabajadores– le obligó a pasar largas temporadas en Nueva York y poner el foco en la galerista Edith Gregor Halpert, entregada a la promoción de la creación estadounidense contemporánea. Tras la muerte de la coleccionista, se hizo en subasta o a través de intermediarios, distintas obras de Georgia O’Keeffe, Charles Sheeler, Ben Shahn y Arthur Dove, entre otros.

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Una visitante observa la obra de Richard Estes Cabinas telefónicas (1967) / EFE

Pero, al margen de descubrirnos páginas –todas honorables– de Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza, la exposición plantea, dada su amplitud y su ambición, el relato de una emancipación: la de los creadores americanos frente a sus homólogos europeos. Si el impresionismo y las vanguardias históricas convirtieron a París en la capital mundial del arte durante las primeras décadas del siglo XX, la irrupción del expresionismo abstracto, el minimalismo y el pop (aliñado con la insurgencia del underground) arrastró la capital artística al otro lado del Atlántico: Nueva York.   

“A pesar de los grandes avances del país, los primeros artistas americanos consideraban ineludible viajar al Viejo Mundo para aprender de las musas europeas, como las denominaba Ralph Waldo Emerson, en un primer momento, a Inglaterra y Alemania, y más tarde, a París. Según este planteamiento, desarrollaron un arte que oscilaba entre la invención y la dependencia, buscando el modo de trasladar las viejas convenciones a la experiencia específicamente americana”, explica la comisaria Paloma Alarcó en el estudio América desde Europa, incluido en el catálogo de la exposición. 

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Cruz al atardecer, de Thomas Cole, realizado hacia 1878 / MUSEO NACIONAL THYSSEN-BORNEMISZA

En este punto, la jefa de pintura moderna del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid sitúa el cambio de agujas del arte contemporáneo a la conclusión de la Segunda Guerra Mundial, en el punto más alto de la rivalidad de Estados Unidos con la Unión Soviética. “El gobierno americano no solo ayudó a la reconstrucción de Europa, sino que se propuso difundir su imagen de libertad y prosperidad frente al rígido frente soviético con un activo programa de apoyo y propaganda de la nueva pintura americana, la industria del cine o la música jazz”, afirma. 

“La nueva pintura era expresiva, heroica, pero, sobre todo, era genuinamente americana. Fue precisamente al liberarse de la tradición europea cuando los artistas lograron que la anterior indiferencia se transformara en aceptación, incluso en una progresiva americanización del arte europeo. Si hasta entonces el arte americano se había nutrido de fuentes europeas, era ahora la cultura norteamericana la que ejercía su influencia en el mundo occidental”, señala Alarcó, quien fija este sorpasso artístico en la presentación de Jackson Pollock en el Museo Correr de Venecia en 1950.

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Una persona fotografía el icónico Mujer en el baño (1963) de Roy Lichtenstein / EFE

De este modo, las 140 obras reunidas en Arte norteamericano en la colección Thyssen plantea fructíferos diálogos entre lienzos de distintas épocas y autores, combinando el arte de los siglos XIX y XX para alumbrar, en palabras del crítico e historiador Irving Sandler, “el triunfo de la pintura americana”. Ese hilo invisible une a Frederic Church, un paisajista del siglo XIX, con Georgia O’Keeffe, considerada una de las pioneras de la abstracción, y a John Frederick Kensett, uno de los nombres del llamado luminismo americano, con Willem Kooning, Mark Rothko y, por supuesto, Jackson Pollock.

El final de esta narración es el triunfo del capitalismo. Las cosas se dotan de un valor simbólico y económico. Primero, con los bodegones innovadores de Joseph Cornell y Stuart Davis y, luego, con las escenas de William Michael Harnett y Edward Hopper hasta la explosión de la cultura de consumo representada en la obra de James Rosenquist y Roy Lichtenstein. El pop viene a ser la materialización de los síntomas del mercado. La denuncia de esa hipnosis. La orgía coloreada del dinero. La fuerza acrílica de una época insoportablemente mal pintada.