Artes

Por los tiempos de Copi

29 enero, 2017 00:00

Me parece mentira que hayan existido personas como Fassbinder o como Copi, autor de esta sentencia que le retrata: “Fíjense si soy vanguardista que fui el primero en pillar el sida”. Y de esa enfermedad murió efectivamente, en aquellos primeros tiempos de la pavorosa enfermedad, cuando se creía que afectaba sólo, o principalmente, a homosexuales, como un castigo o una venganza de Dios a quienes osaban desviarse de sus designios. Pero a Copi le dio tiempo a dejar huella y testimonio de espíritu independiente, a escribir novelas, teatro. Era polifacético. Yo le conocí como autor de unos cómics, La mujer sentada, de dibujo muy sintético, elemental pero expresivo, que se cuentan entre los más inteligentes de toda la historia, ya centenaria, de ese lenguaje moderno, de ese medio de comunicación de masas: unas tiras o comic strips que él publicaba en Le Nouvel Observateur y en todas las publicaciones de cómic intelectual, para adultos, de los 70.

Me ha impresionado volver a encontrarme con aquellas viñetas, ya no en las páginas de una revista sino colgados con toda su modestia amarilleante en las paredes de una exposición en el Palacio de la Virreina, y he comprobado que siguen aguantando bien, siguen interpelándonos, esas tiras a medio camino entre la crítica de costumbres y de valores y la meditación existencial. Donde siempre se percibe un substrato melancólico, como en sus novelas, editadas en su día y reeditadas hace pocos años por Anagrama en dos volúmenes ómnibus.

Después de ver los dibujos en la exposición anteanoche releí una de sus novelas, La internacional argentina, fábula nerviosa, divertida, disparatada, sobre el intento de reunir en una sociedad secreta a todos los talentos argentinos expulsados de su país por el peronismo o por las subsiguientes dictaduras, esos argentinos listísimos y creativos que estaban por todas partes, que iban a sumar su fuerza de trabajo y su fabuloso talento con un único objetivo: que Copi, aunque careciese de ambición política, se presentase a las elecciones, las ganase, y ya como presidente de la nación, convirtiese la Argentina en el paraíso terrenal que está condenada a ser.

Hay que darse la oportunidad de exponerse a la radiación de un espíritu tan libre como Copi, a quien lo convencional no lo consideraba ni siquiera como hipótesis

Patricio Pron (Rosario, 1975) es un escritor argentino que ha comisariado (qué palabra, tengo que acordarme de inventarme otra) la exposición, y además una serie de charlas en torno a Copi, y además el catálogo que reúne textos de Pauls, Aira y otros escritores de su país explicando qué supuso el descaro y la extravagancia de Copi, qué clase de modelo libertario y referencia formal vino a proponer en el escenario literario del país dominado por la sombra de la aplastante genialidad de Borges.

Ayer tarde volví a la Virreina a escuchar a Pron, que estaba con los escritores Marcos Ordóñez y Biel Mesquida; estos dos conocieron a Copi cuando vino a Barcelona a representar uno de sus esperpentos en el Salón Diana, en el año 1978, invitado por el Ayuntamiento de Barcelona, donde era concejal de Cultura Joan de Sagarra si no me equivoco.

Ordóñez y Mesquida (y también el editor Herralde, que no pudo estar presente sino por escrito, que leyó Pron) evocaron cálidamente aquella breve, vital, exaltada, época de Barcelona, en el periodo alrededor de la muerte de Franco y las primeras elecciones, en aquel vacío de poder que liberó una asombrosa cantidad de energía creativa. Barcelona abierta y delirante que ligaba muy bien con Copi.

No es ése un grandísimo motivo, salvo para los nostálgicos, para leer a Copi o para visitar la exposición (entrada gratuita) en la Virreina. El verdadero motivo sería darse la oportunidad de exponerse a la radiación de un espíritu tan libre que lo convencional no lo consideraba ni siquiera como hipótesis. Empezaba más allá de eso. Viva Copi.