Ramón Masats visto por Daniel Rosell / LG

Ramón Masats visto por Daniel Rosell / LG

Artes

La España mítica de Ramón Masats

El fotógrafo catalán, que retrató como nadie la España de los años 50 y 60, fallece en Madrid a los 92 años dejando un inmenso legado que cambió la historia de la disciplina en nuestro país

12 septiembre, 2020 00:10

En Contactos, la exposición-catálogo con la que el Ministerio de Cultura le agasajó por su Premio Nacional de Fotografía en 2004, Ramón Masats, imagínenlo despechugado, hincado de rodillas en el centro de la plaza, su habitual ceño fruncido por el oficio del escepticismo y la relatividad, la melena al aire y el mostachón blancos, recibe a los espectadores a porta gayola invocando a Lou Reed por todo lema de su trayectoria. Reza su prontuario: “Que yo sea el autor de estas canciones no significa forzosamente que sepa de qué van”.

El ojo más refinado del siglo XX español, según aclamación popular de la afición, el fotógrafo español más antiintelectual, el hombre de la penetrante mirada sin retórica, el maestro al que le preguntas cómo hizo tal o cual foto y, con un encogimiento del alma, te responde: “No sé”; el viejo rockero que por toda respuesta a la pregunta inevitable de por qué dejó ya hace años de fotografiar te contesta, con la mayor de las naturalidades: “Porque si voy por la calle mirando por una cámara tengo todas las posibilidades de tropezar con algo y pegarme un castañazo”; ese hombre, Ramón Masats (Caldas de Montbui, 89 años, retirado hace unos veinte del oficio pero al que el aficionado no ha olvidado), reverdece hoy con Visit Spain, una colección de 145 imágenes –alrededor del 70% inéditas- que tomó entre 1955 y 1965 en la España sombría que salía de la tristísima autarquía y enfilaba la modernidad cambiando el burro por un seiscientos.

 

RAMÓN MASATS MONTAJE CARTEL EXPOCartel de la exposición Visit Spain / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Cartel de la exposición

Sí, en un Seat 600. El que, paradójicamente, le gestionó el fotógrafo Ortíz Echagüe, sumo sacerdote del pictorialismo español y a la sazón jerarca de Seat, quien puso a Masats a la cabeza de la cola para conseguir el utilitario saltándose el año de espera que, por aquel entonces, en un país en el que se registraron un millón de vehículos entre 1950 y 1960, costaba hacerse con uno. Favor paradójico, pues fue contra la herencia anquilosada del (bellísimo, pero anticuado) pictorialismo de Echagüe que todavía en los 50 triunfaba en el rancio salonismo de las asociaciones fotográficas, contra el que Masats, Maspons, Pérez Siquier y resto de la Escuela de Madrid y de AFAL, lanzaron su pedrada de rebeldía visual poniendo a revisión la realidad y los tópicos nacionales.

Primero en moto, pero después en un Seat 600, Masats, que había dejado de despachar pescado en el puesto familiar de Barcelona y se había instalado en Madrid trabajando para La Gaceta Ilustrada –lo más parecido al Life que tuvimos por aquí–, Mundo Hispánico y las campañas publicitarias del Ministerio de Información y Turismo, recorrió España cumpliendo encargos de los que en el zurrón, como hojas sueltas, se le iban desprendiendo esas imágenes que todo profesional, en la urgencia del cumplimiento del encargo, descarta.

Seminario de Madrid (1960) © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Seminario de Madrid (1960) © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

“Desechos de tienta”, los llama Chema Conesa, que buceó en el archivo de Masats hasta salir de allí conVisit Spain en la mano. “Unos mil negativos en los que se ve claramente que lo apremiante se comía a lo duradero. Le pasa a todos los profesionales. Masats ha sido uno de esos fotógrafos que solo pensaban en el presente. Nunca en el futuro. Lo que sale ahora es su ojo más tranquilo. Aquellos fotógrafos eran muy radicales y competían por romper los cánones de la época. Eso dejó atrás fotos, entonces menos impactantes pero, vistas hoy, tremendamente poderosas. Ahora, cuando él las ha vuelto a ver se ha preguntado: “Por qué no elegiría yo esa foto?”.

RAMÓN MASATS MERCADO DE SAN ANTONIO BARCELONA 1955

Mercado de San Antonio, Barcelona (1955) / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Otras razones, además de la endémica indigencia de la industria editorial fotográfica de España, explican los más de 50 años que estas imágenes han pasado congeladas en la nevera. A la conocida tendencia personal de Masats a practicar el apartamiento y la misantropía se suma que, después de publicar el maravilloso Neutral corner con Ignacio Aldecoa (1962), Sanfermines (1963) –“la obra fotográfica más perfecta que se ha hecho en España en los últimos 25 años”, a juicio del finísimo Gonzalo Juanes– y, junto a Miguel Delibes, Viejas historias de Castilla la Vieja (1964), justo cuando parecía lanzado al estrellato y acababa de coronarse como la mayor promesa vista nunca en la fotografía española –“Jamás he vuelto a encontrar a alguien que comprenda tan rápidamente para qué sirve una cámara”, sentenció de él Xavier Miserachs; “Ha caído del cielo”, describió la marcianada de su aparición extraterrestre un crítico en el 57–, en ese instante, espontáneamente y como si todo le diera lo mismo, dio un portazo, abandonó el género y se mudó a la acera de enfrente: el cine. Cuando se le pregunta por qué lo hizo la respuesta más compleja, y con un nuevo encogimiento de hombros, no va más allá de un lacónico: “No sé. Me cansé”. 

 

RAMÓN MASATS JEREZ DE LA FRONTERA 1963Jerez de la Frontera (1963) /  © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Jerez de la Frontera (1963) /  © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Eso fue a mediados de los 60. A la fotografía no volvió hasta 1981. Doble mortal: cuando regresó, ya no lo hizo en el original blanco y negro con el que había conquistado a la audiencia de su tiempo. Como si fuera un joven estrenadizo, y al igual que un día, de la noche a la mañana, se había desprendió del blanco y negro Catalá-Roca unos años antes, Ramón Masats volvió a todo color. Y tan a lo grande, que en la fotografía se piensa que muy pocos fotógrafos han trabajado el color de una forma tan rabiosa, moderna, escultural y formalista.

Convertido en un mito de sí mismo, ignorado por los galeristas a los que él, quid pro quo, ignoraba mutuamente –“Masats es uno de los fotógrafos menos frecuentados por expertos y galeristas”, dice Publio López Mondéjar–, castigado en Barcelona, pulmón del poder fotográfico en España junto con Madrid, “a la inexorable marginación de la cultureta catalana” por haber salido de allí –según la gráfica descripción de Óscar Tusquets, que a primeros de los 60 ya le encargaba y diseñaba libros de Masats para Lumen, la editorial de su hermana Esther– y perteneciente, más o menos, a la tendencia neorrealista propia de la España de los 50 que fue desplazada por las nuevas corrientes críticas de los 70 y 80 representadas por la modernidad de revistas como Nueva Lente o, después, Photovision, Masats siguió cumpliendo encargos y trabajando pero, en la escena pública, al igual que todo el Grupo AFAL, pasó a la reserva activa, de la que, antes del Nacional en 2004, fue rehabilitado en 1999 con una gran retrospectiva que él, con su ironía habitual, bautizó “mi geroantológica”.

 

RAMÓN MASATS ARCOS DE LA FRONTERA 1962Arcos de la Frontera, Cádiz (1962) /  © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Arcos de la Frontera, Cádiz (1962) /  © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Hoy, que en los comentarios de los foros foteros de la Red su nombre se ha extendido con un apéndice divino hasta ser conocido como Masats Dios, con su archivo custodiado por dos hijos pero, en el fondo, y como el de tantos otros ojos ilustrísimos, no del todo a salvo, pues debiera ser patrimonio nacional puesto bajo custodia por ese Centro Nacional de la Fotografía que no tenemos –hubo una época en la que Masats ingresó algunos negativos emblemáticos en su banco: él se descojonaba cuando, después de contar la anécdota, se le apostillaba si los había puesto a plazo fijo– quizá sienta que debe recuperar el tiempo perdido y a Chema Conesa, editor que ya ha excavado otras veces en la cavernosas profundidades de ese archivo, le ha enviado recientemente un paquetón con 23.000 diapositivas. Ahora, a los 89 años, le ha dado por revisar su obra en color.

Visit Spain es la crónica de un despertar, la placa de rayos X que registra la transición de la España agraria y rural a la próspera y urbana del primer desarrollismo franquista. Un tiempo nuevo, escribe Sergio del Molino en el libro derivado de la exposición, necesitaba una mirada nueva. Y Masats, del que Molino dice que mira “sin optimismo desenfrenado ni un cinismo corrosivo”, era esa mirada. Efectivamente, la cámara de 6x6 –el formato idóneo para los trabajos del Ministerio– de la que sus negativos cuadrados han sido reencuadrados al formato de paso universal, y las otras cámaras ya de 35 milímetros concebidas expresamente para el arte de la instantánea, nunca fueron activadas por el aliento de un activismo político antifranquista que, fotográficamente al menos, Masats no ha invocado nunca. 

 

RAMÓN MASATS DETALLE EXPODetalle de la exposición Visit Spain / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Detalle de la exposición

Porque Masats, ni siquiera cuando al principio de hacer fotos iba al Somorrostro, en la Barceloneta, y veía la pobreza más cruda de la época, nunca la fotografió ensañándose con ella. “No incidía en eso porque era lo fácil”, ha explicado alguna vez. De modo que no, no hay en las imágenes de Visit Spain con la expresa denuncia política que demandaría la dirección del PCE de la época.

Algunos agentes de la fotografía española, como el comisario Jorge Ribalta, escribiendo sobre AFAL, donde militó Masats, han traducido como una actitud “posibilista” y de “ambivalencia” política –“¿Era esta fotografía un arte de oposición o era, de facto y pese a las apariencias, una vanguardia oficial?”, se pregunta Ribalta sobre AFAL–, lo que ahora Del Molino comprende como un gesto, una actitud del creador, mucho más sutil y personal en las circunstancias de ese tiempo: “Masats no busca confirmar un prejuicio previo sino que se deja sorprender por lo que tiene delante y esa curiosidad despreocupada y alegre le permite observar como observan los oráculos”. 

RAMÓN MASATS EXPOTUR MADRID 1965

Expotur, Madrid (1965) / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Efectivamente, la falta de contundencia política ostensible y explícita de la mayoría de estas imágenes no significa la complacencia de Masats con el espíritu del régimen franquista. En absoluto. Todo lo contrario. Chema Conesa vuelve a conectar esa mirada desprejuiciada con el carácter privado de Masats, un espíritu libre que en muchas décadas de trabajo tuvo siempre fama de ser muy exigente, de rechazar más de un trabajo y de no aceptar nunca, bajo ningún concepto, un contrato fijo. Ni siquiera el que le ofrecieron en TVE cuando hizo documentales. “Masats es el gran agnóstico. El que no cree en nada y por eso desmonta cualquier rito, civil o religioso. Masats entra como un elefante en la cacharrería de la seriedad y la parafernalia del régimen”.Para que se entienda: el ácrata Ramón Masats sería el equivalente fotográfico de un anarcoburgués como Luis García Berlanga. Ambos, con miradas casi hermanas.

Capataces o señoritos jerezanos vigilando la productividad de sus jornaleras, físicamente dobladas por la faena, mientras a lomos de un caballo que relincha contemplan un paisaje equivalente al de los campos de algodón del profundo Sur esclavista de América, en una imagen que, sin alzar la voz, sintetiza claramente la diferencia de clases en la España primitiva y agraria de la época. La (con)fusión de los capirotes y los tricornios a caballo entremezclados en la España ultracatólica de principios de los 60. Orden y jerarquía rotas en el encuadre. Niños maletillas que, avanzando por la España triste del 59, caminan cabizbajos hacia el sueño de otra vida de esplendor y fama. 

 

RAMÓN MASATS VISITA DEL PRESIDENTE EISENHOWER MADRID 1957Visita del presidente Eisenhower, Madrid (1957)  / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Visita del presidente Eisenhower, Madrid (1957)  / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

La disecada cabeza de un toro por sanguinario y castizo reclamo turístico de una Expotur a mediados de los 60. La anciana de Tomelloso que, también en 1960, enjalbega gratuitamente una esquina subrayando la junta de las verticales con las horizontales con pintura negra sobre la cal blanca, en un gesto “de nula utilidad práctica y de absoluta relevancia estética”: es decir, que hace arte, señaló hace años Tusquets, de una imagen icónica de Masats –Pepe Guirao, siendo ministro de Cultura, la tenía presidiendo su despacho– que nos habla claramente del tipo de fotógrafo capaz de encontrar una imagen potentísima donde parecía no haber nada.

Del modernista. Del que simplifica una realidad compleja con cuatro trazos gráficos.  De aquél que transcendió el reporterismo memorialista y el realismo social de su tiempo para extraer de él el jugo de las formas y las geometrías estallando en sus célebres encuadres de fuerzas en diagonal. Del que, retratando la terrible negrura española, era también un maestro de la elipsis atento a los gestos marginales y diminutos de la poesía “de lo que casi no puede verse”, según Antonio Muñoz Molina.

RAMÓN MASATS CASA DE CAMPO 1959

Casa de Campo, Madrid (1959) / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Visit Spain se desborda en infinidad de detalles más elocuentes que un editorial. Instantes aparentemente anecdóticos, situados en el extrarradio de la escena principal, por los que el espíritu de aquella España se desliza con una elocuencia abrumadora. Alzándose sobre la superficie pintoresquista de unas imágenes que otros fotógrafos, sin el ojo penetrante de Ramón Masats, habrían reducido, de seguro, a lo cañí

En Visit Spain, sin enfatizar ningún mensaje, sin zaherir la dignidad de nadie y sin abandonar nunca la órbita de lo real, nos vamos de viaje con Masats metiendo las narices por calles sin asfaltar de las que podía emerger lo mismo un ataúd infantil posado esperando su cuerpo en el quicio de una puerta que el volumen fantasmal cruzando la calle de una viuda enlutada, hasta campos de fútbol improvisados en los solares de la nueva periferia desarrollista donde unos zagales juegan un partido bajo la vigilancia surrealista de una cabra, helados campos de Castilla poblados por jornaleros ateridos de frío cubiertos por mantas alistadas que crean una potente composición a cuadros. 

 

RAMÓN MASATS CURSILLOS DE CRISTIANDAD TOLEDO 1957Cursillos de cristiandad, Toledo (1957) / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Cursillos de cristiandad, Toledo (1957) / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Y mucho más: sórdidos gimnasios en los que un boxeador solitario se inclina sobre sí mismo hundido en la desolación de su sacrificio, cementerios donde un matrimonio celebra simultáneamente el rito de la vida y de la muerte con un bebé en brazos de un padre que, medio acuclillado en el suelo, se gira y levanta la cabeza hacia atrás para ver como su esposa exorna el nicho de un difunto, juzgados de guardia a los que entra una mujer secándose las lágrimas mientras a su izquierda vemos un archivador desbordado de legajos entre los que puede que figure el que decida su futuro o del su marido o su hijo.

Iglesias de las que a Masats solo le interesa el detalle de la diagonal que trazan los tacones que sobresalen de las Madres de la División Azul inclinadas sobre los reclinatorios en su oración, escuelas, hoteles de toreros, edificios en construcción con sus albañiles, iglesias, romerías, cursillos de cristiandad en los que los hombres, como castigados, extienden los brazos en cruz o aparecen sentados obediente y ordenadamente bajo la forma de un crucifijo mirando atentos la silueta borrosa del sacerdote que levanta un dedo acusador, mataderos, calabozos… 

RAMÓN MASATS CÁDIZ 1963

Cádiz (1963) / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Por todos esos escenarios va emergiendo un Masats inagotable que se metamorfosea a sí mismo pasando del reportero social –con imágenes muy claras de la penuria de aquella España, pero sin hacer sangre de la miseria en ninguna de ellas– al otro fotógrafo más conceptual y formalista capaz de arrastrar el realismo hasta, casi casi, la abstracción. Incluso al trampantojo y el engaño visual que luego, en los 80, pulirá mucho más en su fantástico trabajo en color.

Ceñidas a la religión del reportaje, que es el gran género de Ramón Masats, todas las imágenes de Visit Spain son documentos. Pero, al mismo tiempo, todas buscan formalmente la expresión. Por eso, más allá del testimonio de su tiempo, perduran. Y por eso Masats es un creador: sus obras desbordan sus intenciones conscientes. Y, por supuesto, van más allá de esa humildad de planteamiento que le llevaba a trabajar poniendo en el visor un “hondo sentimiento humano sin mixtificaciones de índole técnica o de encuadre”, según decía en 1958, justo cuando tomaba estas imágenes. La mezcla de esa humildad con su intuición le resultó un cóctel brillante.

 

RAMÓN MASATS TOMELLOSO 1960Tomelloso, Ciudad Real (1960)  / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Tomelloso, Ciudad Real (1960)  / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

España abierta en canal por un espía al volante de un 600. Masats se lo compró porque los Tusquets le habían hecho una oferta muy tentadora: recorrer el país con sus cámaras al modo que habían hecho otros grandes fotógrafos en trabajos de época dorada del documentalismo como los grandes libros de Paul Strand en Francia e Italia o como Los americanos de Robert Frank. Inicialmente, Masats aceptó el reto a cambio de un sueldo fijo, pues el encargo debía durar dos años y no podía mantenerse tanto tiempo. Pero a los pocos meses, sintiéndose, probablemente, demasiado atado, o desbordado, desistió y devolvió todo lo que había cobrado.

La España de Ramón Masats es, pues, un libro soñado que jamás fue editado. Pero este inesperado Visit Spain, lleno de diamantes ignorados, nos restituye la ilusión de aquél otro que nunca tendremos. Paradojas de la leyenda de un fotógrafo que solo se ha considerado a sí mismo “un robador de imágenes”, sin más, y que por no tener, no tiene ni una de ellas decorando las paredes de su casa, lo cual le causa la misma pena –es decir: ninguna– que recordar que ya en los 50 fue una vez a Magnum, en París, a enseñar sus imágenes. Le dijeron que muy bien, pero que necesitaban un reportaje completo para juzgar su ingreso. 

 

RAMÓN MASATS EN SU EXPOEl fotógrafo, en Tabacalera Madrid / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

El fotógrafo, en Tabacalera Madrid / © Ramón Masats / PROMOCIÓN DEL ARTE, VEGAP 2020

Masats volvió a Terrasa y le pidió a su padre, para el que trabajaba en el puesto de pescado, que le subvencionara los costes. El padre le dijo que no. Y ahí acabó la historia del que, muy probablemente, pudo ser el primer ingreso de un fotógrafo español en la época más dorada de la agencia más dorada. Si tal cosa hubiera ocurrido, estas fotos que han reaparecido ahora no tendrían nada de inéditas y Masats, para la cultura española, hoy sería Don Ramón.