Luis Racionero, urbanista y escritor / EFE

Luis Racionero, urbanista y escritor / EFE

Artes

El primer hippy ilustrado

Conocí a Racionero y hablamos del amigo común, Pepe Ribas, y del libro que podríamos haber escrito sobre el papá de 'Ajoblanco'

16 marzo, 2020 00:00

En Barcelona te puedes pasar la vida cruzándote con alguien al que nunca llegas a dirigir la palabra porque nadie te lo ha presentado de la debida forma. Es lo que estuvo a punto de pasarme a mí con Luis Racionero: teníamos un montón de amigos comunes, pero nunca habíamos conseguido mantener una conversación hasta que un buen día, al verlo deambular por una fiesta, decidí saltarme el estricto protocolo relacional barcelonés, presentarme a mí mismo y cruzar unas cuantas palabras.

Creo recordar que, básicamente, hablamos de uno de esos amigos comunes, Pepe Ribas, fundador de Ajoblanco y personaje que tenía en un pedestal al escritor. Dada su tendencia a la fabulación, Pepe es un hombre que se presta a comentarios irónicos, aunque cariñosos, que es lo que intercambiamos mayormente con Luis. No recuerdo quién de los dos le propuso al otro reunir a un grupo de amigos de Pepe para escribir un libro conjunto a base de ideas, anécdotas y elucubraciones del papá de Ajoblanco, pero sí que barajamos títulos como Vida de este Pepe o El mundo según Pepe, y que seríamos para el homenajeado lo que Boswell para el doctor Johnson. Huelga decir que ese libro nunca se escribió.

Ese fue mi único encuentro con Racionero. Enseguida volvimos a cruzarnos por los sitios sin reparar, aparentemente, en la presencia del otro ni recordar que habíamos estado hablando un buen rato y nos habíamos reído lo nuestro con Pepe (y no a costa de Pepe, que conste, pues ambos le teníamos un gran aprecio). Cosas que pasan en Barcelona. Luis volvió a ser para mí, pues, una presencia, un equivalente humano a los bancos de la Rambla de Cataluña en los que tanto me gusta sentarme en horario laboral para hacerme el desocupado y ver pasar a Rafael Argullol embutido en un abrigo azul marino cuyos faldones ondean al viento (cuando hace viento).

Teóricamente, el primer hippy de Barcelona fue el dibujante de comics Ernesto Carratalá, pero el primer hippy intelectual fue Luis. Como nos estuvo recordando toda su vida, pasó una larga temporada en Berkeley en plena eclosión jiponcia junto a su mujer de entonces, María José Ragué -que acabó siendo un personaje del libro más divertido de Luis, Cómo sobrevivir a un gran amor…Seis veces--, luego volvió a Barcelona y se puso a predicar la contracultura cuando aquí nadie sabía muy bien de qué iba eso.

'Homenot' Luis Racionero / FARRUQO

'Homenot' Luis Racionero / FARRUQO

En la madurez le dio por la política e hizo algo tan extraño como afiliarse a Esquerra Republicana de Catalunya, finta que superó con creces acercándose unos años después al Partido Popular. Uno de sus seis grandes amores fue la doctora Ochoa, que luego se convertiría en la esposa de lord Norman Foster y pasaría los veranos en la mansión del arquitecto británico en la muy kennedyana isla de Martha´s Vineyard, mucho más lujosa que la casita de Luis en el pueblo del Ampurdán Cinc Claus, donde Pepe aparecía para un fin de semana y podía quedarse prácticamente un año, como me comentó Racionero durante la única conversación que mantuve con él en toda mi vida.

Reconozco que escribo sobre él no como el amigo que no llegó a ser, sino como parte de mi paisaje social barcelonés. Su padre era militar, como el mío, pero, a diferencia de mi progenitor, he married up, que dirían los americanos, pues Luis heredó un parking en la plaza de la Catedral que contribuyó notablemente a mantener su alto nivel de vida. Solo nos parecíamos en un detalle muy castrense, que consiste en mostrar cierta displicencia hacia la gente que no nos cae bien, especialmente si nos pueden enterrar en dinero.

En realidad, nunca llegué a conocer a Luis Racionero, pero su muerte me pilló por sorpresa: ignoraba que arrastraba un cáncer desde hacía cierto tiempo. Me caía bien a distancia, pero no sé si a él le sucedía lo mismo. Es más, tengo la impresión de que me borró de su disco duro a los diez minutos de concluir nuestra única conversación. Mentiría si dijese que lo echo de menos, pero es indudable que ha desaparecido otro personaje familiar de mi paisaje urbano y que, a este paso, me voy a acabar quedando tan solo como Stalin en aquellas fotos de las que iban siendo eliminados uno tras otro los camaradas caídos en desgracia.

Ruego a quien lea esto que, si la diño antes que él, se fije bien en los bancos de Rambla Cataluña cuando deambule por ahí, pues si afina un poco la vista, seguro que aprecia la borrosa figura de mi ectoplasma en uno de ellos.