Mujeres viajeras

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Artes

Las mujeres y las ciudades

Las mujeres viajan de forma diferente a los hombres. Conocer sus problemas ayudaría a mejorar los espacios públicos de las grandes urbes del mundo

26 agosto, 2018 23:55

Las mujeres somos transeúntes y viajeras. En Oriente y Occidente. En mis libros de viaje he escrito sobre las dificultades que tenemos cuando transitamos por espacios públicos. Viajar tiene que ver con la aventura, pero también con el género. Debemos hablar de los problemas de la mujer cuando viaja, pero contar también sus momentos de encuentro, afirmación y reconocimiento. Es hora de que el viaje deje de ser un a-venturarse para convertirse en una forma de compartir el territorio. Hay que crear espacios universales en las ciudades.

La no ciudad es lo que los arquitectos y filósofos denominan hoy una ciudad desprovista de alma o, lo que es lo mismo, un cuerpo sin alma. Es decir, infraestructuras y edificios creados solo para vivir y trabajar, y un espacio público sin mezcla de poblaciones ni sentimiento de posesión en calles y plazas. Si se integraran las visiones y experiencias de las mujeres, la ciudad volvería a tener alma. 

Durante siglos, las mujeres no han tenido libertad de tránsito ni movilidad en el espacio público. Si viajaban, lo hacían acompañadas por hombres, a sus expensas y sin poder elegir el destino. El tránsito por el espacio se reducía al cuerpo, su cuerpo, que además se exponía (y se expone) a ser violentado. La calle y el espacio de la comunidad se convirtieron en hostiles. El espacio público y común de la calle era y es el lugar de los hombres y el espacio privado de la casa, el de las mujeres. 

La ciudad, recuerda Zaida Muxi, debe articularse en torno a los valores de igualdad y diversidad, y a los instrumentos de participación y sostenibilidad. Esta se ha construido a través de la mirada de un hombre y se ha codificado con proyectos masculinos. Por un hombre de mediana edad, con coche y determinadas aptitudes físicas. De esta manera, se privilegia la inversión en carreteras en vez de en las aceras, aunque la mujer se mueva preferentemente en zig-zag en vez de en línea recta, como el hombre. Del mismo modo ocurre con los horarios: se privilegian los de los hombres, frente a los de las mujeres. 

Compañeras de viaje (1862) / AUGUSTUS EGG

Compañeras de viaje (1862) / AUGUSTUS EGG

Compañeras de viaje (1862) / AUGUSTUS EGG.

Es en el ámbito de la sostenibilidad urbana donde se puede hacer uno de los trabajos más efectivos. Teniendo en cuenta los movimientos locales y los líderes que los atienden. Habrá más sostenibilidad cuanta mayor sea la participación de las mujeres. Y más sostenibilidad cuanto más se tenga en cuenta su inserción y conocimiento de los lugares. De ahí que sea pertinente usar el término común en vez de público y se hable de los commons o asociaciones de mujeres, cuyo trabajo debería tenerse en cuenta en los proyectos de sostenibilidad urbana. Lo privado o doméstico debería desplazarse hacía lo común y concretarse en los commons. Hora es de hacer comunes los lugares del corazón o, cómo escribió Simone de Beauvoir en El segundo sexo, que “la mujer inscriba los movimientos del corazón en la faz de la tierra”. Es decir, dote de alma a las no ciudades.  

Este debate debe integrase además en la ruptura producida en los últimos años entre lo público y lo privado. ¿Cuán público es hoy el espacio común? ¿Quiénes lo utilizan? ¿Cuántas cámaras lo vigilan? ¿Qué convivencias y conflictos refleja? Las mujeres no deben solo transitar libremente por las ciudades. Deben ser vistas transitando para que las cosas cambien. 

Haría falta aprender de las experiencias de las mujeres en determinados espacios públicos. Lugares cerrados en los que han desarrollado su trabajo, ocio y educación y a los que, precisamente por ser cerrados, han podido acceder. Pienso en las bibliotecas, por ejemplo, de Madrás, Kermán o Tallin, y también en los hospitales y centros de salud. Espacios públicos en los que proyectaron sus conocimientos de lo privado, y espacios públicos de cuyas experiencias pueda nutrirse lo común y universal. No se trataría entonces de crear commons para saber qué necesidades tienen e integrarlas después en la ciudad, si no de usar las ya sabidas y aplicadas en los ámbitos de la cultura, la sanidad y la educación. Pues lo que define hoy a la ciudad, sea Teherán, Shangai, Lagos o Barcelona, es siempre lo mismo: el acceso universal.