Parque y jardines del laberinto de Horta en Barcelona

Parque y jardines del laberinto de Horta en Barcelona

Artes

Jardines y sagas empresariales (2)

La geometría bajo la luz; los Desvalls, Roviralta o Rosa; la 'brigada del amanecer', la música de Toldrà, la letra de d’Ors y las esculturas de Maillol

13 octubre, 2019 00:00

El Parque del Laberinto de Horta acoge el jardín más antiguo que se conserva en Barcelona. Este laberinto de cipreses a media asta, templetes y fuentes mágicas ha espoleado la imaginación de todos, como ocurre en el juego de los espejos junto al Museo de los Autómatas, en el parque de atracciones del Tibidabo. La ciudad esperó en vano una argumentación de Jorge Luis Borges sobre el enigma de nuestro rizoma urbano. Pero el rico universo borgiano no pasó de la adivinanza en la conversación; lo hizo en un cuento titulado Diálogo sobre un diálogo en el que la geometría narrativa está presidida por una puerta de entrada sin salida. Borges le exigía al lector aventurado plantearse la trama como lo hizo el joven Dédalo en el enclave minoico.

Arrancamos en Horta, la segunda entrega de esta serie sobre los jardines y sus hacedores privados. Esta vez con el protagonismo Juan Antonio Desvalls y de Ardena, marqués de Llupià, nuestro Conde Orsini de cabecera, pero sin el atrevimiento del aristócrata del Lacio italiano que levantó Bomarzo. El laberinto, hoy público, es un exponente del XVIII con un toque manierista de su autor, el paisajista Domenico Bagutti, con la ejecución del maestro de obras Jaume Valls y la colaboración del gran jardinero francés Joseph Delvalet. Expresa un maridaje que no dejó de ser fecundo desde la segunda mitad del setecientos, cuando los Desvalls levantaron sus negocios arborificados en diferentes ramos de la industria. Sobre más de siete hectáreas, se desplegaron esculturas, pérgolas, surtidores, charcas y juegos de agua, rodeados de un extenso bosque mediterráneo. El Desvalls pionero fue discípulo y colaborador del matemático y filósofo Tomàs Cerdà y vicepresidente de la Real Academia de Ciencias y Artes de Barcelona. Su descendiente Desvalls y Sarriera,  encargó a Elías Rogent la ampliación del jardín por el lado del torrente Pallós.  La tercera generación, Desvalls i Amat, incluyó en el conjunto una colección de arte topiario.

Parque del laberinto de Horta en Barcelona

Parque del laberinto de Horta en Barcelona

Siguiendo la silueta litoral, nos detenemos en Alella, en la propiedad del empresario Jaime Nadal Rius, que ostentó en vida el Marquesado de Alella, y dejó en sus memorias autopublicadas (Recuerdos que el tiempo no borró; 1998) su larga trayectoria profesional. Desempeñó el cargo de consejero en la Banca Garriga Nogués, perteneció a Unión Salinera, ordenó la Denominación de Origen Alella y mantuvo una relación profesional estrecha con los negocios de Javier de la Rosa, partenaire español de KIO. El paisajismo del antiguo señorío de Alella, hoy convertido en viñedos, se fue subdividiendo en la medida en que desparecían las huellas de otros troncos del núcleo Nadal. Uno de ellos, los Nadal Ribó, integraron el grupo empresarial fundado en el ochocientos y rechazaron por motivos dinásticos el título de marqués de la Unión y del Llano. Pese a todo se mantuvieron al lado de los Habsburgo-Lorena y facilitaron la operación urbanística de mayor calado para la configuración de la Gran Barcelona: la integración de poblaciones como Gràcia, Sants, Les Corts, San Martí, Sarrià o Sant Gervasi al término municipal de la capital catalana.

Con el avance incontenible de la especulación, los verdes de Alella se disolvieron en un mar de plusvalías. Otros enclaves con mejor suerte, como el cottage de la casa Eduard Rosa Trias, en Calella de Palafrugell, la explanada de los Jardines Amargòs, pegada al Teatre Grec de Montjuïc o el Huerto de los Naranjos en el Palacio de Pedralbes son piezas delicadísimas que los expertos califican como ejemplos del jardín noucentista, por definición. El profesor Ribas Piera, en Jardins de Catalunya (Ed 62; Planeta), coloca la belleza de las piezas citadas junto a descripciones poéticas de enorme relieve intelectual: "La descripción de La Ben Plantada de Eugeni d’Ors, la música de Toldrà o las esculturas de Maillol, junto a piezas de los arquitectos neoflorentinos muy influyentes en la Barcelona de los años veinte de la pasada centuria, entre los que destacaron Duran i Reynals, Reventós, Fisas, Manuel Mayol o Ribas i Casas".

Ribas Piera deshace mitos y aclara conceptos, cuando destaca el perfil de Santa Clotilde, en Lloret, propiedad de los Roviralta, quintaesencia del noucentisme, obra del inabarcable Rubió i Tudurí. Este jardín, hoy espacio público, enlaza bosques de coníferas flanqueando escaleras y terrazas con la rotundidad volumétrica de los arquitectos del racionalismo que convivieron con el gran paisajista, los Sert, Illescas, Torras, Rodríguez Arias, Subirana o Churruca. Raúl Roviralta y Astoul, médico marqués pontificio por su labor sanitaria con los desfavorecidos y enorme higienista, mandó levantar el jardín desmayado sobre el mar, en Proa fou, por encima de la cala de Sa Boadella. Cuando se habla del portentoso jardín, en las calles estrechas de Lloret, explican que el día que murió Clotilde Rocamora y Rosés, la esposa de Raúl, el dolor del viudo fue tan grande que hizo pasear el cuerpo insepulto de su amada, ornado de flores por todos los rincones del jardín.

Años más tarde, cuando la pólvora y la metralla se almacenaron en los arsenales, Santa Clotilde pasó a ser “un poco de todos” los que Habíamos ganado la guerra, el título de una impecable crónica de la posguerra y el pan negro, escrita por la gran editora de Esther Tusquets. Lo fue especialmente de jóvenes con éxito que menudeaban el falangismo de los años de plomo, se abrían camino en el mundo empresarial y relajaban los usos del tiempo de silencio en noches de vino y rosas; en este grupo de futuras estrellas destacaron  los entonces jóvenes Samaranch, Pepe Daurella (Coca Cola), Paco Godia (Cros) o Mariano Calviño (Aguas de Barcelona), autoproclamados brigada del amanecer por lo poco que dura la noche, como relata uno de los protagonistas en el libro El deporte del poder (Jaume Boix y Arcadi Espada).