Jardines de 'La Ricarda', en El Prat de Llobregat / AYUNTAMIENTO DE EL PRAT

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Artes

Jardines y sagas empresariales (4)

La cancela y los 'birdies'; jardines y motores: Mateu Pla y Wifredo Ricard; los Bertrand, Millet i Maristany, Uriach-Marsal, Rivière o Andreu

27 octubre, 2019 00:00

El arquitecto Antonio Bonet levantó La Ricarda, ejemplo del mejor racionalismo arquitectónico y paisajista frente al mar. Un espacio hoy arrasado de árboles cimbreantes batidos por el levante, con jardines pegados al golf de El Prat de Llobregat, los birdies de la endogamia, el segundo salón de los Daurella, Andreu, Güell, Peris Mencheta o Sedó. Tal como fue construida, la casa y el jardín del núcleo Gomis-Bertrand intercalan cubiertos en clara continuidad con el exterior, semejando el perfil ondulado y el ambiente umbrío del pinar que rodea la finca. Bonet, que había sido el impulsor de Punta Ballena (Uruguay), aplicó en La Ricarda la desmaterialización de los límites físicos con espacios exteriores confinados por el propio límite natural de los prados del golf. La Ricarda fue el sueño no realizado y trasladado a sus descendientes por el empresario textil Eusebi Bertrand i Serra, quien en 1935 fue el primer industrial algodonero del mundo, según el prestigioso boletín de la Federation of Master Cotton Spinners Association de Manchester.

Su holding familiar controló fábricas de hilado y tejidos, además de explotaciones de azúcar de remolacha y varias líneas de ferrocarriles de carga. Eusebi Bertrand i Serra, puntal de la tercera generación de la saga, comenzó a trabajar junto a su padre y, tras la muerte de su abuelo, cambió su denominación por la de Manuel Bertrand e Hijo S.R.C. Compaginó su vida empresarial con incursiones en el mundo de la política. Así, en 1907 consiguió el acta como diputado a Cortes por el distrito de Puigcerdá, por la Lliga Regionalista. Cinco años más tarde, tras la muerte de su padre, se convirtió en dueño único del negocio. En 1913, Eusebi Bertrand llevó a cabo una política de expansión con la compra de la fábrica más antigua de estampado de tejidos de Barcelona, Felip Ricart, con lo que logró duplicar la capacidad de estampado de su grupo y amplió los grandes telares del Remei de Manresa. En pleno estallido de la violencia social, apoyó el golpe de Estado de Primo de Rivera, en 1923 aunque sin desempeñar ninguna responsabilidad política.

Al abandonar decepcionado la política, aquel Bertrand inabarcable participó activamente en la sociedad civil y el mundo del deporte del motor. Pilotó en el mítico rally Barcelona-París de 1923 y se convirtió en fundador del Automóvil Club de Cataluña, auspiciado por la antigua Peña Rhin y representante de marcas como Berliet, Bugatti o Minerva. Los coches y las carreras asumieron en un momento determinado el interés de sector más poderoso del mundo fabril y financiero. Fueron los años del velódromo Terramar de Sitges y del primer circuito urbano de Barcelona, colindante en la alta Diagonal con la Finca Güell de la que hoy quedan todavía los muretes de trencadís gaudiniano y los hierros forjados de sus principales entradas. La Peña de los Molins y Bertrand implantó las carreras de gran velocidad, antecedente de la Fórmula 1, con las victorias de Juan Manuel Fangio al mando de un Maserati en Barcelona; vivió el esfuerzo de pilotos privados, vinculados al mundo de la empresa, como Francisco Godia o José María Juncadella.

En 1927 constituyó la sociedad anónima Minorista Textil con la construcción de la fábrica Guix. En los años treinta, Eusebi Bertrand fue presidente y primer accionista de la Catalana de Gas y Electricidad S.A., además de ser vocal de la Sociedad General Azucarera de España y ocupar distintos cargos de importancia en los consejos de administración en otras empresas como Fabricación General Española de Colores S.A. (FAGESCO), Hilaturas Casabancas S.A y la primera gran aseguradora, el Banco Vitalicio S.A. Durante la Guerra española se instaló en la zona nacional de Mora, a orillas del Cantábrico. En 1939, regresó a Barcelona y recuperó la propiedad de sus empresas, con la ayuda de la Comisión de Fábricas presidida por Milà i Camps, conde. Estas se encontraban en buenas condiciones; sin embargo, fue acusado de fraude por estraperlo en la industria textil y llevó a cabo una enorme reconversión de sus empresas en sociedades anónimas. Para ello creó dos sociedades, Textiles Bertrand Serra S.A. y Comercial Bertrand Serra S.A., que amplió en 1943 con la adquisición de la empresa Colonia Textil S.A., que junto a la Minorista Textil conformaban el grupo. Había llegado para él el cornetín de retreta. En 1985, casi cuarenta años después de su muerte, su empresa holding dirigida por sus hijos y nietos entró en números rojos; poco después llegarían la suspensión de pagos y la declaración de quiebra con el cierre de todas sus fábricas.

El jardín privado junto al mar fue una constante en la etapa del art decó muy marcada por los motivos escultóricos florales. En dirección norte, en liza con la experiencia de Bonet y los Bertrand, hay que destacar los pulmones verdes de Lluís Domènech i Montaner, unidos al contexto histórico de Canet de Mar. Esta villa se convirtió, a partir del siglo XVII, en una de las que mejor supo sacar provecho del comercio de ultramar. Algunas compañías como las de los Clausell, Xiqués y Colomer --esta última el origen textil de Grupo Colomer actual que ha sido capaz de conservar la reputación de marca después de cerrar su fábricas en los momentos más graves de la reconversión textil--. El grupo de Canet destacó en la exportación de puntas, blondas, en una villa que contaba con una importante industria de astilleros, convertida en un referente catalán de los vapores y el comercio internacional. Las relaciones con América se intensificaron a partir de la segunda mitad del del siglo XIX, en los momentos propicios de la aventura comercial en Cuba y Puerto Rico.

La cordillera litoral dividió el mar de la montaña en dos grupos de jardines vinculados a mansiones. En la carretera que va de Vilassar de Mar a Argentona se suceden las mejores fincas con jardines privados de enorme relieve, hoy convertidos en parques, como el Viver dotado de un recodo inmenso bajo las coníferas y una reja señorial, émulo de los chateaus franceses de la ruta del Loira. Al otro lado de la cordillera que enlaza con el Montseny, en la Ametlla del Vallès, en los terrenos de la que fue la finca de Millet i Maristany, se construyó la casa de campo de los farmacéuticos Uriach-Marsal, un toque intenso de sensibilidad debido a paisajistas académicos, como Manuel Ribas Piera. En la ruta norte litoral, cottage de la Cataluña industrial, se encuentran jardines abiertos a instalaciones deportivas, como el golf, y entre ellos es obligado mencionar la experiencia de los Mateu en Perelada, cuyo origen se remonta al marquesado de los Damero, los últimos condes de Perelada i de Savallà, quienes, en su momento, encargaron su línea paisajística al arquitecto François Duvilliers. Los Mateu de la Hispano Suiza se articularon alrededor de la figura de Miquel Mateu i Pla, exalcalde Barcelona y forjador de su emporio metalúrgico en el que la estética naturalista se fundió con el diseño de motores y carrocerías de los coches más elegantes de Europa en la factoría de Sant Andreu (Barcelona), en los mejores años de Wifredo Ricard, el gran diseñador de los Pegaso deportivos.

Imagen general del Real Club de golf de la Cerdanya / ARCHIVO

Imagen general del Real Club de golf de la Cerdanya / ARCHIVO

Puigcerdà es la última estación de esta entrega. En la capital de la Cerdanya, los Rivière, alrededor de la siderurgia, levantaon su grupo familiar marcados por emblemas como la casa levantada por Fernando Rivière, donde la extensa plantación de coníferas se refleja en el espejo del agua de un estanque ofreciendo al conjunto una sensación inabarcable. El jardín de los Rivière en Puigcerdà es una buena síntesis de la victoria del paisajismo racionalista sobre el medio y un símbolo de la miniaturización de la naturaleza, con el Pirineo de fondo y la cercanía del Canigó, centro de la herejía cátara tan vinculada a gnosticismo catalán. Los descendientes del doctor Andreu señorearon en la elegante ciudad convertida en un enclave determinante del veraneo burgués. Ellos ordenaron urbanísticamente las orillas del lago junto a Villa Paulita o la Torre Font. Pero vendieron su alma al diablo de la diáspora, después de haber implantado su presencia inabarcable en el golf de Ca l'Aranyó, una mansión insondable del pionero farmacólogo convertida por sus hijos y nietos en la casa de todos.