La arquitecta Carme Pinós en su estudio de Barcelona / PABLO MIRANZO

La arquitecta Carme Pinós en su estudio de Barcelona / PABLO MIRANZO

Artes

Carme Pinós: “El futuro no puede ser un Madrid que no se acaba o una Barcelona más grande”

La arquitecta reflexiona sobre la pérdida de protagonismo de la Ciudad Condal en el ámbito del diseño urbano y defiende un modelo de ordenación territorial más humano

4 octubre, 2021 00:10

Carme Pinós es un nombre clave en la arquitectura española. El éxito le llegó muy joven, cuando abrió junto a Enric Miralles su primer estudio. Junto al arquitecto barcelonés firmaría algunas de sus obras más emblemáticas, como el cementerio de Igualada o Escuela-Hogar de Morella, con la que ganaría el Premio Nacional de Arquitectura en 1995. Cuatro años antes abrió –en solitario– su propio estudio y empezó a convertirse en un arquitecta de reconocimiento internacional gracias a edificios como el CaixaForum de Zaragoza, la Escuela Massana de Barcelona o la Torre Cube de Guadalajara, México, país donde ha trabajado en más de una ocasión. Este año el Museo ICO de Madrid le dedicaba una exposición retrospectiva titulada Escenarios para la vida. En su estudio en la Diagonal de Barcelona conversamos con Pinós sobre el presente y el futuro de la arquitectura. 

–Hace algo más de un año estábamos confinados en nuestros apartamentos ¿Cómo cree que va a afectar esta experiencia a la hora de pensar la arquitectura?

–El confinamiento nos hizo parar, reducir la velocidad y reencontrarnos con el barrio. De repente, comenzamos a saludar y a hablar con gente con la que, hasta ahora, únicamente nos cruzábamos. Con el confinamiento nos hemos dado cuenta de lo gratificante que significa sentirse parte de un barrio y cuestionar este modelo de ciudad que nos ha hecho a todos tan inhumanos. Por lo que se refiere a los retos, siempre digo que hacer arquitectura es hacer ciudad. Esto de separar el urbanismo de la arquitectura me parece un sinsentido. No solo son dos disciplinas totalmente relacionadas, sino que, para mí, el urbanismo es clave, puesto que es el estudio que nos permite reflexionar y construir el espacio que habitamos y en el que nos convertimos en ciudadanos, es decir, el espacio en el que creamos comunidad y nos relacionamos. No podemos olvidar que el ciudadano es un ser social y la ciudad tiene que hacer posible la sociabilidad. Por eso tenemos que mimar mucho la ciudad, tratar que nos haga ser más dignos. 

DSCF2407

–¿Hasta ahora no se ha hecho?

–Siempre lo digo: la buena arquitectura no resuelve el mal urbanismo. En cambio, el buen urbanismo aguanta perfectamente la mala arquitectura. ¿Qué entendemos por mala arquitectura? Si la entendemos como aquella que no nos da dignidad ni lo esencial –luz natural, ventilación óptima–, entonces no hay buen urbanismo que sirva. Si la entendemos como aquella que desentona, entonces el urbanismo puede compensarla.

–¿Trabajan conjuntamente urbanistas y arquitectos?

–La colaboración está muy mal, sobre todo porque el urbanismo ha caído en manos del mercado. Y, como las cosas van muy rápido, se ha pensado la ciudad como una serie de parcelas en las que construir rápidamente viviendas y calles a través de las cuales llegar a ellas. No se tiene una idea clara del modelo de ciudad que le corresponde a nuestra contemporaneidad. Ahora estoy releyendo con mucho interés La ciudad en la historia, donde Lewis Mumford observa cómo cada pensamiento político tiene una ciudad que lo representa.

¿Qué muestra esta última época que hemos vivido? Que el pensamiento político es inexistente y, consecuentemente, que en temas urbanísticos lo que impera son las exigencias del mercado. Ha sido, de hecho, el mercado el que ha llevado a diseñar y construir estos lugares tan inhóspitos. ¿Qué ha puesto de manifiesto el frenazo del coronavirus? La existencia de muchos barrios invivibles, la necesidad de tener espacios de reunión. Entre la presión del cambio climático y la conciencia adquirida de la importancia del vecino, creo –espero– que el urbanismo va a tirar hacia otros lados.

–Usted también diseña muebles. ¿Cuál es el equilibrio entre lo útil y lo estético.  

–Desde el diseño de muebles hasta la arquitectura todo nace de una demanda de utilidad. Podríamos decir que la arquitectura nació con el primer templo que se elevó. Alguien podría preguntarse hasta qué punto es útil un templo, pero sin duda lo es porque hace comunidad. Ahora bien, esta respuesta a una necesidad y esta idea de la arquitectura como bien social no debe dejar de lado el aspecto poético. Lo que diferencia un ser humano de un animal es su capacidad poética. Necesitamos una poética, entendida como dar un sentido trascendental de nuestra vida, poder pensar más allá de la utilidad inmediata. Los animales hacen siempre cosas útiles, pero nosotros necesitamos algo más. Y aquí es donde aparece lo poético, que lo invade todo, desde un gesto tan pequeño como regalar una flor. Los animales no se regalan flores, no lo necesitan. Nosotros sí. Y la arquitectura, en tanto que arte, debe responder a esta exigencia de poética. Debe combinar utilidad con poética. 

Carme Pinós estudio

–¿Esta carga poética es lo que hace que nos emocionemos ante la destrucción de edificios como el Gran Teatro del Liceo o la catedral de Notre-Dame?

–Son dos ejemplos que demuestran lo que comentaba antes: la capacidad de la arquitectura de crear comunidad. El Liceo o Notre-Dame representan arquitecturas capaces de convertirse en símbolos en torno a los cuales todos nos reconocemos y, precisamente, cuando se destruyen, se destruye algo dentro de nosotros. Notre-Dame es un elemento esencial para la cultura occidental. En el momento en que comenzó a desmoronarse  empezamos también nosotros a desmoronarnos. Estábamos perdiendo un elemento esencial de nuestra cultura, de nuestra historia y de nuestra identidad.

–Hablamos de iconos: usted ha conseguido que el CaixaForum de Zaragoza lo sea.

–Antiguamente la iglesia era el edificio que aglutinaba a la comunidad porque toda la sociedad era católica. Esta capacidad aglutinadora ya no la tiene. Si lloramos por Notre-Dame no fue porque fuera una iglesia católica sino porque es parte de nuestra cultura, había trascendido más allá de la fe. Actualmente los espacios aglutinadores son otros: museos, teatros. Y el CaixaForum pretende ser precisamente un centro cultural activo de interconexión y de aglutinamiento. Aparentemente, ha logrado serlo. Recientemente, me enviaron las fotos de la actuación de unas chicas que, colgadas con cables, bailaron sobre su fachada. Una actuación así prueba que Zaragoza lo siente como algo propio, se identifica con él y lo quiere. A lo que debe aspirar la arquitectura es que estos edificios singulares consigan que la comunidad se identifique con ellos. 

CaixaForum Zaragoza / SAMUEL ARRIOLA (ESTUDIO CARME PINÓS)

CaixaForum Zaragoza / SAMUEL ARRIOLA (ESTUDIO CARME PINÓS)

–En el CaixaForum observamos un elemento clave de su arquitectura: el diálogo entre el interior y el exterior.

–En un inicio me pidieron unas salas de exposición muy neutras capaces de responder a las exigencias de un arte contemporáneo que, hoy en día, quiere estar excesivamente fuera de escala y de contexto. Sin embargo, para mí el edificio necesitaba otra cosa. Lo que debíamos hacer era enseñar a quien estaba fuera lo que estaba sucediendo dentro y, para hacerlo, decidí instalar esos grandes ventanales que funcionan como una especie de galería a través de las cuales quien está dentro puede mirar el exterior y el que está fuera puede observar lo que sucede dentro. Lo que me interesaba era subrayar la interrelación entre ciudad y los edificios que la componen. 

–Estamos hablando de un edificio creado ex novo, pero, tras la crisis de 2008, ¿se ha optado más por la rehabilitación que por la creación?

–No sé si la causa fue la crisis económica de 2008, que tuvo sus principales consecuencias en la arquitectura de autor. Yo creo que este retorno a la rehabilitación forma parte de los vaivenes de la historia. Durante un tiempo estuvo en boga la ciudad espectáculo y, por ejemplo, después de que el Guggenheim pusiera a Bilbao en el mapa, todo el mundo quiso tener su Guggenheim. Los políticos se dieron cuenta de que la arquitectura podía convertirse en un espectáculo muy atractivo bajo muchos puntos de vista. Y esto llevó a un enorme despilfarro.

Es cierto que hablamos ya de otra época. Eran años de mucho dinero y hay que decir también que la arquitectura es capaz de mover muchísimo dinero y también hace posible que se desvíe, puesto que, como trabaja con cifras bailables –un arquitecto te dice que esto vale x y otro te dice que vale y– es fácil jugar con los números. En esos mismos años hubo mucha construcción de vivienda y especulación. Se fue todo de madre y, a modo de compensación, a posteriori lo que vino fue una lógica distinta: nada de construir obra nueva, solo rehabilitación. No se trata de esto. Ni una cosa ni la otra. Si se ha de rehabilitar un edificio hay que rehabilitarlo, pero si no tiene ningún valor no hay que tener ningún complejo: se tira y se construye algo adaptado a nuestra época. Tenemos que aspirar a hacer una arquitectura capaz de perdurar, pero no puede obviarse que hay mucha arquitectura realizada con malos materiales que más valdría desechar. Debemos pensar la ciudad.

Reurbanización de la plaza de la Garduña / MALAGAMBA (ESTUDIO CARME PINÓS)

Reurbanización de la plaza de la Garduña / MALAGAMBA (ESTUDIO CARME PINÓS)

–Volvemos a lo mismo: el modelo de ciudad.

–Sí, claro. No creo que el futuro de la humanidad se base en el crecimiento continuo. No creo que México DF tenga que ser el modelo al que tengan que mirar las demás ciudades. Ahora se habla mucho de la España vacía. Quizás deberíamos pensar qué hacer para que no se vacíe más: una de las claves está en fomentar ciudades medianas y no dejar que las grandes crezcan indefinidamente. Para mí, lo ideal son las ciudades con un millón o millón y medio de habitantes. Me gustaría que nuestro urbanismo se fijara en Holanda, un país con muchos núcleos urbanos, bien comunicados y rodeados de verde. En México, por el contrario, encontramos ciudades inmensas y, entre ellas, desiertos donde no hay nadie. Este no puede ser el futuro. Como tampoco puede ser el futuro una España vacía, un Madrid que no se acaba y una Barcelona en constante competición para ser más grande. 

–Por tanto, hay que fomentar más el tejido urbano y abandonar esa idea de las macrópolis que se impuso hace algunas décadas.

–Lo ideal son ciudades de tamaño controlable, separadas entre sí por campo agrícola o campo libre y con conexiones fáciles. En el ensayo de Lewis Momford se describe la organización urbana de la Edad Medía: entre las ciudades, ninguna excesivamente grande, no había más distancia que la que se podía recorrer en un día. Lo que propongo es similar: crear núcleos urbanos medios no muy lejos entre sí y unidos a través de medios de transporte público. Por tanto, hay que desechar esa idea de la ciudad capital y hacer que cada ciudad fuera capital de algo, de tal manera que no hubiera una relación tan jerárquica entre ciudades como la actual. Que no hubiera tanta concentración de infraestructuras y que todo fuera más horizontal. No es necesario que cada pequeño centro tenga su teatro, su polideportivo, su sala de conferencias, su museo de arte contemporáneo….

carme pinós

–Lo dice en un país donde casi cada ciudad tuvo su propio aeropuerto.

–No hace falta. Si un núcleo urbano tiene un polideportivo y otro tiene una gran biblioteca, los vecinos del primero irán al segundo y viceversa, estableciendo así una serie de conexiones. 

–La arquitectura espectáculo de la que hablaba parece haberse trasladado a Oriente. ¿Es ese el destino de los llamados arquitectos estrella?

–Seguramente. El arquitecto estrella es un invento del mercado. Los políticos y los medios hincharon este tipo de figuras que, además, sirvieron para justificar muchas cosas. Si una obra la firmaba Jean Nouvel o Santiago Calatrava no se podía cuestionar absolutamente nada, todo estaba justificado, incluso su gasto. Si, por el contrario, esa obra hubiera llevado la firma del arquitecto que vive en la puerta de al lado no se habrían concedido ni los permisos ni la inversión. 

–¿Ha cambiado esto?

–Sí, pero la situación sigue siendo problemática. Por un lado, todas las reglas que existen están para parar a los delincuentes, pero los delincuentes nunca dejan de serlo y siempre encuentran la forma de saltárselas. Por otro lado, nos tratan como si todos fuéramos delincuentes. La situación se ha vuelto muy complicada. Ahora no te pueden hacer un encargo superior a 15.000 euros en honorarios y te encuentras, como me ha sucedido a mí, con situaciones tan paradójicas como que tienes que presentarte a un concurso público para reformar tu propio edificio. Esto es lo que pasó con La Massana. ¿Tenía sentido hacer un concurso abierto para hacer chapucitas en el edificio que yo misma diseñé? Y se hacen así las cosas para tratar de parar a los delincuentes que, sin embargo, tienen contactos y siempre se salen con la suya. 

Imagen general del Cementerio de Igualada /  ISAO SUZUKI (ESTUDIO CARME PINÓS)

Imagen general del Cementerio de Igualada /  ISAO SUZUKI (ESTUDIO CARME PINÓS)

–Hubo un momento en que el humanismo definía a la arquitectura.

–La arquitectura es un reflejo de la sociedad. Se ha perdido la confianza y se ha confiado todo a las leyes. ¿Por qué existe todo este mecanismo de concursos? Porque no se confía y porque no se quieren asumir responsabilidades. Por esto hay leyes y ordenanzas para todo. El problema no es la arquitectura. Es la sociedad. Ahora mismo los pequeños despachos están a la baja y todo se mueve en las grandes empresas e ingenierías. ¿Por qué? Porque solo ellos pueden contratar seguros que lo cubren todo. Los empresarios prefieren recurrir a ingenierías que ofrecen una arquitectura estándar, pero también a seguros que, evidentemente, un pequeño despacho no puede ofrecer. Todo esto es resultado de una sociedad donde todo está reglamentado. No es que cuestione las leyes, sino que creo que no podemos dejar el humanismo en manos de la burocracia. ¿La arquitectura se ha deshumanizado? No, el mundo se ha deshumanizado. 

–Hablaba antes de la relación de lo poético con la creatividad. ¿Se siguen corriendo los riesgos inherentes al proceso creativo que se corrían cuando usted empezó?

–Para poder asumir riesgos, debe existir una confianza previa. Al mismo tiempo, quien arriesga debe asumir la responsabilidad del riesgo. Pero, como te decía antes, todo esto ha desaparecido. Por esto el auge de los grandes despachos que hacen una arquitectura estándar sin arriesgar nada. De esta manera todo se vuelve vulgar y homogéneo. A los estudiantes se los educa en este contexto y con la única finalidad de encontrar empleo. Y las palabras que a mí me gusta repetir y repetir –confianza, generosidad, poética, responsabilidad– parecen haber quedado antiguas, si bien son aquellas que nos definen como seres humanos. 

Carme Pinós

–Por lo que se refiere a Barcelona, cuando usted empezó a trabajar era una ciudad de referencia para la arquitectura y el diseño. ¿Qué ha pasado? 

–Es cuestión de voluntad y, seguramente, la de Barcelona y la de Cataluña tiene otros puntos de mira. Ahora Valencia es la capital mundial del diseño. ¿Por qué Valencia y no Barcelona? Porque nunca nos presentamos. Como digo, se trata de una cuestión de voluntad política. Que Barcelona fuera hace varias décadas capital del diseño se explica, entre otros motivos, por la llegada de grandes cabezas argentinas que encontraron aquí un ambiente bueno y otras figuras, como Coderch y muchos otros, con los que establecieron una relación intelectual. En esos años Barcelona era una ciudad muy abierta. Para que Barcelona sea hoy un lugar de referencia necesita apoyos. Si hoy no es lo que era en el ámbito del diseño es porque no existe una política que lo favorezca.