Exposición del vienés Günter Brus / MACBA

Exposición del vienés Günter Brus / MACBA

Artes

Los accionistas vieneses, breves y eternos

Pedro Alberto Cruz Sánchez cuenta en un libro de Akal la historia de las 'performances', un arte que no es elegante ni de buen gusto, porque implica el azar, desde las vanguardias hasta la actualidad

23 abril, 2022 22:15

Por culpa de un overbooking me quedé horas en un aeropuerto y cuando por fin llegué a Madrid ya no estaba a tiempo de asistir a la presentación de un libro interesante, interesantísimo de Pedro A. Cruz Sánchez, Arte y performance. Una historia desde las vanguardias hasta la actualidad, que acaba de publicarse, que he tenido ocasión de hojear, y que es un documentado y bien explicado recuento de todas esas acciones que a lo largo de los últimos años un puñado de héroes han llevado a cabo ante el público.

Digo “héroes” porque la performance, que está siempre en la frontera entre lo mágico y lo ridículo, es arriesgado y procura una exaltación de la vida, escenificándola, imbuyéndole una dimensión teatral a un acto, a un hecho; un hecho que puede ser salvaje o ser simplemente, dar unos pasos ritualizados por el taller como en célebre ocasión hizo Bruce Nauman.

O puede, la performance, ser la excusa para que el artista se atreva  a hacer cosas inauditas y acaso repugnantes, impensables antes, arrancándole y arrancándonos de la rutina de los gestos plausibles, como por ejemplo cuando Jordi Benito (1951-2008) mataba a una vaca, a martillazos en la testuz, en el vestíbulo de la fundación Miró de Barcelona, o se metía en las entrañas de otro bicho muerto como en un lecho calentito. (No creo que hoy pudiera hacer estas cosas. Quizá mejor que no pudiera.) O como cuando cometían valientes actos blasfemos en algún templo nauseabundo de incienso, las Pussy Riot.

Por cierto que en muchas de las performances más impactantes participa un elemento o una pulsión no ya blasfema sino propiamente sacrílega, y hasta en algún caso demoníaca.

Y por cierto también que se echa en falta, en este estupendo libro de la editorial Akal, un índice de nombres. Quede para la siguiente edición, que esperemos no tarde mucho.

Acontecimiento corporal

Nos gusta el arte de la performance porque por norma general no es elegante, no es bonito; porque implica al azar, con lo cual se toma el riesgo de caer en el ridículo; porque, en fin, no es de buen gusto. Y porque es el propio cuerpo del artista el pincel que usa para añadirle al mundo una gestualidad, una acción que éste no esperaba, desde luego. Y por ese aura que tiene de ritual religioso sin ser religioso. Uno asiste a una performance cualquiera, ni siquiera hace falta que sea muy buena, y raro será que lo olvide, que olvide aquel momento. Incluso las cosas de Marina Abramovic que no nos gustan nada y que nos parecen trilladas y manidas y hasta filisteas resultan inolvidables.  

Por eso mismo, porque sé que son difícilmente olvidables, por ese intenso poder de irradiación que el acontecimiento corporal tiene, yo procuro no asistir a muchas performances. No quiero ser demasiado accesible a lo ridículo ni a lo sagrado.

Performance del artista Jordi Benito / FONS BENITO-MUSEU DE GRANOLLERS

Performance del artista Jordi Benito / FONS BENITO-MUSEU DE GRANOLLERS

Ya que hemos mencionado a Jordi Benito, que era un hombre que se metía en los cadáveres de las vacas y se crucificaba a los pianos en rituales sadomasoquistas francamente chocantes, podemos celebrar que Arte y performance se detenga unas páginas para explicar las hazañas de los accionistas vieneses, que les llevaron a huir de la justicia y refugiarse en Berlín, en los que claramente se inspiraba el artista catalán. Hoy su obra está reunida en el museo de Graz; y en un bonito edificio de Nápoles se puede consultar abundante documentación gráfica de los rituales sangrientos de Nisch.  

Perturbación psíquica

El accionismo vienés es una de las corrientes más influyentes e inolvidables de toda la historia de la performance. Los salvajes accionistas eran sólo cuatro: Günter Brus, Otto Muehl, Hermann Nisch y Rudolf Schwarzkloger; y su actividad duró apenas cinco años, entre 1965 y 1970. Schwarzkloger se suicidó en 1969, y al año siguiente Muehl, llevado por principios éticos y antiburgueses, rompió drásticamente con su familia, convirtió su apartamento en Viena en refugio de personas sin hogar y lanzó un potente movimiento de comunas a lo largo y ancho de todo el país.

Entendemos que los accionistas vieneses eran la expresión de una exasperación y rebeldía ante cierta opresión de un convencionalismo burgués que fue conculcado con los movimientos de 1968. Además, esa ruptura de los tabúes corporales ya estaba in nuce en la actividad de los secesionistas vieneses de principios de siglo, como Gustav Klimt, Oskar Kokotscha o Egon Schiele. Tampoco cabe descartar algún tipo de perturbación psíquica manifiesta en la Acción número 33 de Brus, que subido a una mesa ante el público se desnudó, se cortó con una navaja en el pecho y las piernas, orinó en un vaso, se bebió su orina, se untó el cuerpo con sus propias heces, y finalmente se masturbó mientas cantaba el himno nacional austriaco. Héroe.