Esta es la historia de dos rinocerontes que serán siempre recordados por ser el primero y el último (o casi) en sus particulares trayectorias vitales.
Empecemos por la noticia que ha encogido el corazón de muchos en los últimos días. Sudán, el único rinoceronte blanco del norte macho, sufre una “profunda” infección en una pierna que puede acabar con su vida y, por tanto, con la subespecie.
Dos hembras
Sudán tiene 45 años y desde 2009 vive en la reserva Ol Pejeta Conservancy, en Kenia, rodeado de seguridad las 24 horas del día. Convive con dos hembras, Najin y Fatu, pero no han podido reproducirse por su avanzada edad. La infección lo complica todo más.
La protección es tal que sus propios cuidadores cortaron su cuerno para ahuyentar de este modo a los cazadores furtivos. Estos artículos se pagan a precios superiores al oro en Asia por sus supuestas propiedades curativas y afrodisíacas.
Anunciado en Tinder
Hay poco margen para la esperanza, pero es lo último que se pierde. En un intento desesperado, los cuidadores del rinoceronte lo anunciaron en Tinder, la aplicación para encontrar pareja, en 2017 con el objetivo de lograr financiación para una reproducción asistida.
Poblaciones de rinocerontes (2015)
En total, son nueve millones de dólares los necesarios para el proceso. Los científicos apuestan por usar rinocerontes blancas del sur como madres gestantes y, así, poder salvar la subespecie de estos mamíferos blancos del norte.
El objetivo es crear una manada de diez rinocerontes blancos del norte en cinco años…
La Torre de Belém, en Lisboa
Ahora hay que retroceder cinco siglos para conocer la historia del primer rinoceronte que llegó vivo a Europa desde el siglo III a. C.
Ocurrió en 1514 que un sultán de India regaló al gobernador de la India Portuguesa, Alfonso de Alburquerque, un elefante y un rinoceronte. Éste mandó los dos ejemplares al rey de Portugal, Manuel I. Llegaron al puerto de Lisboa en 1515.
El rinoceronte 'Ganda', inmortalizado en la Torre de Belém, Lisboa / CG
El rey apenas hizo caso al elefante: ya tenía cinco. Sin embargo, quedó prendado con la rareza del rinoceronte. Hasta el Papa León X quería conocerlo. Pero, en el viaje hacia el Vaticano, el barco se hundió y el animal falleció. Con todo, Manuel I quiso dejar constancia de ese rinoceronte, Ganda, y le dedicó una escultura en la famosa Torre de Belém.