Imagen de Santiago Abascal y un grupo de dirigentes de ultraderecha en Madrid

Imagen de Santiago Abascal y un grupo de dirigentes de ultraderecha en Madrid Europa Press

Examen a los protagonistas

Santiago Abascal

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Aquelarre trumpista en Madrid

El líder de Vox, Santiago Abascal (Bilbao, 1976) se trajo este fin de semana a Madrid a lo mejor de cada casa de la extrema derecha europea para montar un cónclave de autobombo de esos que se resumen en la fórmula “Somos los mejores y vamos a ganar”.

Desde América llegaron mensajes de Javier Milei (sucinto: se limitó a su grito de guerra habitual, “¡Viva la libertad, carajo!) y del ídolo de todos los presentes, Donald Trump, al que todos adoran sin fisuras como adelantado de una nueva época en la que en España empiece a amanecer y en el resto de Europa, pues algo parecido.

Para que no faltara nada en el congreso, hasta se coló la inevitable activista de Femen que ya parece que esté contratada por los organizadores del acto de turno que pretende hacer como que revienta.

A la llamada de Abascal, hay que reconocerlo, no faltó nadie. Ahí estaban Marine Le Pen, Matteo Salvini, Geert Wilders, Viktor Orban y demás lumbreras de la extrema derecha, dispuestos a disfrutar de su actual situación, que no es la de hace unos años, cuando todo el mundo con dos dedos de frente se los quitaba de encima.

La verdad es que, desde la victoria del hombre anaranjado, se les ve crecidos. Lo que venden es más viejo que el rigodón, pero, curiosamente, se presentan ante la opinión pública como si acabaran de descubrir la pólvora.

Ya lo dijo Orban, ese humanista húngaro: “Antes éramos el pasado y ahora somos el futuro”, recordándonos a aquel simpático muchacho ario de Cabaret que cantaba Tomorrow belongs to me.

Soy de la opinión de que la presidencia de Trump solo puede traernos desgracias, pero a la tropa que reunió Abascal en Madrid es como si les hubiese bajado a ver a Dios. Para ellos, el Donald es una especie de padre putativo que bendice sus delirios, especialmente porque nunca podrán superar a los suyos (aún me estoy recuperando de lo de convertir la franja de Gaza en un resort turístico, en la Riviera del Oriente Medio).

Dudo que a Salvini le de por reconquistar Abisinia, o que Le Pen intente anexionarse el Quebec o recuperar Argelia, o que Abascal trate de reconstruir el Marruecos español o de convertir a los países sudamericanos en nuevos virreinatos, pero la insania siempre ha sido un elemento habitual en la extrema derecha, y solo falta que ande suelto por ahí un energúmeno como Trump para que se multipliquen las ideas de bombero.

La extrema derecha vive un gran momento en Europa y España no es una excepción. Para mí, parte de la culpa del fenómeno la tiene una izquierda cada día más tonta e inútil como la que representan el PSOE de Sánchez y esas excrecencias del sistema que son Podemos y Sumar.

Con la socialdemocracia fallecida por desatención y la aparición de ridículos aprendices de bolchevique, la extrema derecha se frota las manos. Como hemos podido comprobar este fin de semana en la capital del reino.