Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social / EP

Yolanda Díaz, vicepresidenta segunda del Gobierno y ministra de Trabajo y Economía Social / EP

Examen a los protagonistas

Yolanda Díaz

6 marzo, 2022 00:00

Pensando en su futuro

Frente al supuesto pacifismo de ciertas figuras de Unidas Podemos como Ione Belarra o Irene Montero, la vicepresidenta Yolanda Díaz (Fene, La Coruña, 1971) ha optado por secundar la iniciativa de su superior inmediato, Pedro Sánchez, de enviar armas a Ucrania. Ha sido una manera, nada sutil, pero yo diría que eficaz, de distanciarse de sus compañeras de viaje y prepararse para el futuro, que se prevé un viaje en solitario (si es que no acaba solicitando su ingreso en el PSOE para cuando a Sánchez deje de funcionarle la baraka, esa inmensa potra que hasta ahora se adjudicaba equivocadamente a José Luís Rodríguez Zapatero). Díaz es consciente de que Belarra y (sobre todo) Montero tienen cierta tendencia a cagarla cada vez que abren la boca, y que éste no es un buen momento para mostrar el más mínimo asomo de connivencia con el infame Vladimir Putin. A lo sumo, hay que quedarse en el presunto trato degradante que Ucrania ha aplicado a la población rusófona de las provincias separatistas, como han hecho Iglesias y Echenique. Optar por un pacifismo de pacotilla cuando todo el mundo se ha dado cuenta de que el sátrapa de Moscú es un matón con el que no hay manera de hablar ni de razonar es de una estupidez desoladora. Y Yolanda, que es una persona inteligente (aunque se declare comunista, extremo sobre el que albergo ciertas dudas), ha visto que lo que más le convenía en este caso era apartarse de esos clones de Albert Einstein que constituyen el grueso de Unidas Podemos. A fin de cuentas, ella aspira a presidir algún día el gobierno de España, y pocas posibilidades tendrá de lograrlo si no se aparta de las malas compañías.

¿Hay sitio para un partido a la izquierda del PSOE? Yo diría que sí, pero ese partido no es Unidas Podemos ni lo que queda del PC: entre los pacifistas hipócritas de un lado y el ministro que llama a la huelga de los juguetes por otro, la más elemental prudencia aconseja marcar distancias si se quiere llegar a alguna parte. Yolanda Díaz es una persona ambiciosa (no lo digo como un desdoro, por si se me rebotan las feministas) y no puede elegir como compañeros de viaje a una pandilla de indocumentados como los que comandaba hasta hace poco Pablo Iglesias Turrión. Así pues, no le quedará más remedio que fundar su propio partido o encontrar justo acomodo en el PSOE y darle un empujoncito hacia la izquierda, maniobra arriesgada en un país en el que impera el centrismo, pero no imposible, como ha demostrado Santiago Abascal liderando un partido situado a la derecha del PP y al que las cosas cada día le van mejor.

La teoría de que la guerra es inasumible y que lo que mola es el diálogo y la negociación es tan bonita como impracticable cuando tienes delante a un energúmeno que, en caso de duda, opta siempre por la violencia, ya sea eliminando a sus rivales políticos, asesinando o encarcelando a los disidentes y actuando siempre como un abusón de patio de colegio. La OTAN, como todos sabemos, no es una ONG, pero incluirla entre los culpables de lo que está ocurriendo en Ucrania es practicar una equidistancia supuestamente progresista que no viene a cuento, que no se acaba de tragar nadie y que, además, sitúa en una posición política complicada a quien tira por ahí.

Yolanda Díaz quiere ser presidenta del gobierno español. No sé si lo logrará, pero acaba de dar un paso en la dirección adecuada: disentir de Belarra, Montero, Iglesias y Echenique es lo más inteligente que podía hacer. Y lo ha hecho. Intuyo que luego vendrán más pasos en la dirección deseada para intentar alcanzar sus objetivos. Y que, políticamente hablando, Díaz sobrevivirá a toda esa pandilla de oportunistas que se subieron a la chepa del 15M para hacerse la ilusión de que existían.