Montse Venturós, alcaldesa de Berga

Montse Venturós, alcaldesa de Berga

Examen a los protagonistas

Montse Venturós

11 julio, 2021 00:00

Los 'indepes' también se deprimen

El título de esta columna remite al de una película de Gus Van Sant, Even cowgirls get the blues (Hasta las vaqueras se deprimen), que no valía gran cosa, pero la banda sonora a cargo de K.D. Lang era estupenda. Los indepes, como los vaqueros, salvando las distancias, son un colectivo al que se supone poco dado a la metafísica, que es la causa de los genuinos quebrantos anímicos, por más que la gente tenga tendencia a confundir la tristeza por un hecho en concreto con la depresión, aunque no tengan mucho que ver. La alcaldesa de Berga, Montse Venturós, es de la CUP y ha dimitido porque ha caído víctima de la depresión y no se ve con ánimos de seguir al frente del consistorio local. No sé cómo habrá sentado eso en su partido, y no es descartable que haya quien lo considere una muestra de debilidad, pero yo creo que, en el caso de la señora Venturós, deprimirse es algo que la humaniza y la distingue de sus compañeros de lucha. De hecho, podría cundir el ejemplo en la figura del concejal Titot, al que le bastaría escuchar sus propios discos al frente del grupo Brams para caer en una melancolía muy profunda. Yo creía que los fanáticos no se deprimían, que una de las pocas ventajas de ser un pelmazo monotemático consistía en esquivar los efluvios letales de la melancolía, y en general es así. Lo de la señora Venturós es una excepción que la honra y que no es motivo de vergüenza alguna: estar deprimido es lo más normal del mundo tal como está el patio en Cataluña, España, Europa y todo el planeta. Lo raro es encadenar días de felicidad y alegría y creer, como el maestro Pangloss de Voltaire, que vivimos en el mejor de los mundos posibles.

Sin necesidad de llegar al fanatismo que impera en la CUP, todos nuestros partidos políticos deberían empezar a deprimirse en masa, dada la ineptitud, la ineficacia o la mala fe de sus representantes. Y tampoco hay que recurrir a esa excusa que ha esgrimido la alcaldesa de Berga, según la cual la depresión es una enfermedad. Vamos a ver, lo es y no lo es. Los que la conocemos de cerca no sabemos muy bien si es una enfermedad real o una de chichinabo, como esa supuesta adicción al sexo que muchos afirman sufrir para ocultar la evidencia de que solo piensan en tocar culos (pensemos en Harvey Weinstein o, hace años, en Michael Douglas). Lo que sí tenemos claro es que es una afección molesta que te deja hecho una piltrafa carente de ilusiones a la que le cuesta atravesar los días porque todos le parecen la misma birria. La gente, insisto, suele confundirla con la tristeza: estoy deprimido porque me ha dejado mi mujer, porque se ha muerto mi padre, porque mi equipo no ha ganado la liga, porque mi perro tiene el moquillo…No, usted no está deprimido, usted está triste por algo en concreto y ya se le pasará. La depresión es metafísica o no es.

Como no la conozco de nada, no sé si Montse Venturós está realmente deprimida porque la independencia de Cataluña no llega ni a tiros o porque siente que nadie la quiere o porque Titot se empeña en cantarle sus nuevas canciones antes que a nadie. Si lo suyo es de verdad una depresión, le doy la bienvenida al maravilloso mundo de los melancólicos, le aconsejo que se arme de paciencia (y de pastillas) y le aseguro que, en su caso, es una buena señal: no se puede ser un fanático y un melancólico a la vez. Y no descarto que esa depresión pueda acabar siendo una bendición disfrazada que la convierta en un ser humano mejor y la aleje del fanatismo idiota que distingue a los de su secta. Ánimo, Montse, aunque Simon & Garfunkel no sean de tu época, olvídate de Titot y canta conmigo, Hello, darkness, my old friend…