El ventrílocuo diabólico
La cosa parece surgida de la mente demoníaca de Paolo Vasile, mandamás de Tele 5: justo cuando ya no quedaba mucho que rascar de Rociíto, la hija de La Más Grande, van y trincan a José Luis Moreno por estafas varias, lavado de dinero, tráfico de divisas, relaciones con el narcotráfico y no sé cuántas cosas más. Lo de Mainat y su señora no dio para mucho y lo de Rocío Carrasco se ha exprimido hasta la náusea: hacía falta alguien nuevo al que despellejar y toma, Moreno, que ahora te vas a enterar de lo que vale un peine y a tu lado el doctor Fumanchú parecerá un monaguillo. Teniendo en cuenta, además, que en España rige ese precepto según el cual, a moro muerto, gran lanzada (sentimos un terror casi religioso hacia los poderosos, pero cuando caen, nos portamos con ellos como auténticos buitres carroñeros), el linchamiento mediático del siniestro ventrílocuo, que no le caía bien a nadie, puede darle al señor Vasile y su corte de los milagros comandada por Jorge Javier Vázquez material radioactivo para todo el verano.
Sobre José Luis Moreno corrían todo tipo de leyendas tenebrosas. Mi favorita: la de que grababa en vídeo orgías homosexuales en su mansión en las que participaban genuinos pilares de la sociedad por si tenía que chantajearlos algún día. Tenía fama de moroso, y la tronchante Yolanda Ramos (una de las mujeres más divertidas que uno haya conocido en su vida) le recordó en cierta ocasión y en directo que aún le debía 20.000 pesetas del año de la pera. Si estaba estupendo en Torrente 2: Misión en Marbella era porque, por una vez, podía dejar de aparentar ser un simpático e inofensivo ventrílocuo y hacer de sí mismo (o sea, una versión cutre de los villanos de las películas de James Bond).
José Luis Moreno, pese a su mala fama, parecía intocable. Y lo seguiría siendo si no se hubiese metido en un fregado que, evidentemente, le superaba y le ha hecho quedar como un tipo que se ha pasado de listo. De todos modos, a mí su detención me recuerda, salvando las distancias, a la de Al Capone, enchironado en su momento por evasión de impuestos a falta de probar delitos mayores. La principal diferencia entre los crímenes contra la humanidad de Capone y Moreno estriba en que los de éste están grabados en vídeo y permanecen en la memoria de muchos, como yo mismo, cuya infancia se vio amargada por la presencia constante en la TVE en blanco y negro de los años 60 del sujeto y sus repugnantes muñecos. En esa época, lo confieso, yo era fan de Mari Carmen y, sobre todo, de doña Rogelia, títere glorioso que llegó hasta a entrevistar a Santiago Carrillo (en ese momento intuí que al comunismo le quedaba poco tiempo de vida en España: cuando te entrevista un monigote, ya puedes despedirte de tus sueños). Los muñecos de Moreno no solo no me hacían maldita la gracia, sino que incluso me daban un poco de miedo; sobretodo, el asqueroso cuervo Rockefeller, que meneaba obscenamente sus caderas como si amagara con sodomizar al ventrílocuo que, como siempre nos recordaba, había alternado con la reina Isabel de Inglaterra.
Los delitos de los que ahora se acusa al señor Moreno son graves, no lo negaré, pero los que cometió al amparo de la legalidad vigente y que a tantos niños de mi generación traumatizaron severamente, mucho me temo que van a quedar impunes.