Jorge Verstrynge, profesor universitario / TWITTER

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Examen a los protagonistas

Jorge Verstrynge

9 agosto, 2020 00:00

¿Coherencia? ¿Y eso qué es?

Jorge Verstrynge (Tánger, 1948) lleva una vida en general discreta que solo interrumpe de vez en cuando para soltar alguna burrada de tono político que la prensa española recoge en sus páginas o en sus webs. La última gansada de este profesor universitario que ha transitado de la extrema derecha a la extrema izquierda y que nunca ha entendido el significado de la palabra coherencia ha consistido en decir que siente especial admiración por los líderes políticos de amplia resonancia, más allá de su ideología, y que, consecuentemente, alberga sentimientos muy positivos hacia Stalin. No sé en qué consistirá su próxima salida de pata de banco, pero no me cabe la menor duda de que también será de traca.

Aparentemente retirado de la vida política --aunque hoy se encuadra en la extrema izquierda, mañana Dios dirá--, Verstrynge fue un joven de extrema derecha, prácticamente un miembro de esas bandas de la porra que iban por las facultades apaleando a rojos. Luego se moderó un poquito y se hizo del PP, donde se convirtió rápidamente en una especie de delfín de aquel gran demócrata gallego que fue don Manuel Fraga Iribarne. Sus simpatías se trasladaron posteriormente del PP al PSOE, para acabar desplazándose más a la izquierda y situándole en la órbita de Podemos. Vamos, que nuestro hombre empezó de fascista y ha acabado de bolchevique sin despeinarse, lo cual demuestra que uno puede echar su vida a los cerdos durante las diferentes etapas de su vida.

Hay más ejemplos. Fíjense en Pío Moa: de joven, en el Grapo; de mayor, convencido franquista; prueba viviente de que se puede hacer el imbécil de joven y de viejo si uno se lo propone seriamente. Y no estamos ante un fenómeno estrictamente español: en Alemania hay un exmiembro de la banda Baader-Meinhof que acabó militando en un partido neonazi. Personalmente, no es algo que aplauda o acabe de comprender, pero alguna satisfacción debe proporcionar a quienes lo practicabn. Se trata, básicamente, de esquivar la lucidez, que es algo que nunca ha hecho feliz a nadie, aunque ayude a morirte un poco menos tonto de lo que eras al llegar a este planeta. El problema de la lucidez es que inhabilita el entusiasmo, y a lo mejor los que practican la incoherencia que distingue al señor Verstrynge son adictos a la catarsis permanente y solo la alcanzan defendiendo causas estúpidas y/o dañinas. Lo único mínimamente divertido de Jorge Verstrynge es su amor por los nombres pomposos, como demuestran los que endilgó a su prole: Lilith, Eric, René y Sigfrido. Nombres en la línea de los de los hijos de Boris Johnson, que ahora no recuerdo, pero les aseguro que también se las traen. ¡Hasta el próximo exabrupto, querido Jorge!