El expresidente estadounidense Donald J. Trump pronuncia un discurso durante la cumbre America First Agenda del America First Policy Institute en Washington, DC, en Estados Unidos - EFE/EPA/SHAWN THEW 

El expresidente estadounidense Donald J. Trump pronuncia un discurso durante la cumbre America First Agenda del America First Policy Institute en Washington, DC, en Estados Unidos - EFE/EPA/SHAWN THEW 

Examen a los protagonistas

Donald Trump

14 agosto, 2022 00:00

Hacia la guerra civil

Comí hace unos días con una amiga norteamericana que había pasado el mes de julio en Atlanta, Georgia, visitando a la familia, y me comentó que había notado en el aire algo en lo que nunca había reparado antes: un cierto ambiente de pre guerra civil fomentado por los seguidores de Donald Trump. Según ella, nunca antes había visto a la sociedad americana tan dividida y enfrentada, y estaba convencida de que Trump era uno de los principales responsables de la situación. Curiosamente, yo acababa de leer la última novela de Douglas Kennedy, Afraid of the light, una historia de antiabortistas desquiciados y locos de Dios de la que se desprende una sensación similar a la que había experimentado mi amiga en Atlanta. Y a mí tampoco me cabe la menor duda de que Trump y sus hooligans tienen la culpa de lo que está pasando. En España, el guerracivilismo lo comparten Vox y Podemos, pero tengo la impresión de que en Estados Unidos lo practican exclusivamente los que siguen creyendo que Trump fue desalojado ilegalmente de la Casa Blanca.

Tras el registro de la mansión de Mar-a-Lago por el FBI, la televisión nos ofreció declaraciones de algunos trumpistas que daban cierto miedo. Especialmente, una señora cubana que decía que el registro era un atropello antidemocrático propio de Cuba y Venezuela, pero no de los Estados Unidos. A nadie le importaba que su ídolo se hubiera llevado de matute a casa material clasificado y hasta top secret que no estaba autorizado a controlar porque podía filtrarlo cuando le pareciera conveniente. Van pasando los meses y los fans del Donald siguen convencidos de que es lo que América necesita. Pese a las evidencias de su corrupción empresarial (es un hacha evadiendo impuestos e incrementando artificialmente el valor de sus propiedades) y de su marrullería y mala fe políticas (la revocación del aborto la cocinaron jueces puestos a dedo por él), los leales a Trump ven en ese matón de color naranja un dechado de virtudes. ¿Qué no hizo nada para impedir el asalto al Capitolio y hasta llegó a azuzar a los seguidores del hombre búfalo? Pues sus motivos tendría, ya que Trump, como todos sabemos, lo hace todo por el interés de la patria. No sé ustedes, pero a mí Trump me parece un sujeto tan peligroso como Vladimir Putin y confío en que las pruebas recogidas en su mansión sirvan para alejarlo de la escena política y, con un poco de suerte, para obligarle a pasar una temporada a la sombra.

Una segunda guerra civil en Estados Unidos en pleno siglo XXI suena a distopía delirante. Pero esa misma impresión tuvimos cuando la toma del Capitolio, un espectáculo que jamás pensamos llegar a ver. Ya sé que aquí ya tenemos lo nuestro con Vox y Podemos, pero el poder de ambas formaciones es limitado y da la impresión de que cada vez lo va a ser más. Trump, por el contrario, tiene de su parte a medio país. Y, como decía el irónico texto de una ilustración para colgar en la pared que compré hace años en Nueva York (y que también es aplicable, por cierto, al prusés), Never underestimate the power of stupid people in large groups (Nunca subestimes la fuerza de los idiotas en grandes grupos).