La exportavoz del PP en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo / EP

La exportavoz del PP en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo / EP

Examen a los protagonistas

Cayetana Álvarez de Toledo

23 agosto, 2020 00:00

¿Portavoz de sí misma?

Coincido con García Albiol cuando dice que Cayetana Álvarez de Toledo ejercía de portavoz de sí misma, pero discrepo en su consideración negativa de la cuestión: si eres una persona inteligente, como es el caso, más te vale representarte a ti mismo que al PP de Pablo Casado, alumno aventajado de José María Aznar al que ahora parece haberle dado por la moderación y considerar la actitud de Cayetana en el congreso demasiado arrogante para su gusto y sus necesidades. Si es que ese es el motivo de su cese y tras este no se esconde cierta preocupación por la posible competencia que la cesada pudiera suponerle en un futuro inmediato; a fin de cuentas, Cayetana es de los pocos políticos españoles que cuenta prácticamente con un club de fans que, encima, es bastante transversal: a mí me cae bien, aunque no he votado jamás al PP ni pienso hacerlo próximamente. Reconozco que la señora marquesa tiene un punto de arrogancia y que a veces se le va la mano en la agresividad de su discurso, pero este siempre contiene conceptos más interesantes que los de su jefe de filas, un sujeto que no anda precisamente sobrado de ingenio ni de ideas más o menos brillantes.

 

 

El cese de Cayetana Álvarez de Toledo / TWITTER

Cayetana gana mucho en la distancia corta. Lo pude comprobar hace unos pocos años en el transcurso de una cena a la que me invitó Miriam Tey y en la que pude observar que la entonces periodista tenía la cabeza muy bien amueblada, era una persona culta y leída y podía aspirar a una carrera política en algún partido situado un poco menos a la derecha que el PP. Me pareció que pertenecía a un modelo de conservador del que en España deberíamos tener más representantes aparte de Valentí Puig (lamentablemente, cuestan de encontrar, y así le luce el pelo a la derecha nacional). La arrogancia, caso de practicarla en la vida cotidiana, se la había dejado en casa esa noche y se mostraba como una persona cordial, dispuesta a escuchar y en absoluto perdonavidas.

Cuando se presentó a las elecciones catalanas, una cierta arrogancia aristocrática le fue muy útil para sacar de quicio a los lazis con los que se enfrentaba en los debates televisivos y que la consideraban poco menos que el Anticristo: aparecer en TV3 con un jersey amarillo pollito me pareció todo un hallazgo que, además, servía para reivindicar un color estupendo que no tiene la culpa de haber sido escogido por los independentistas como estandarte.

Puede que en el congreso se haya excedido alguna vez en el tono de sus ataques, como cuando la emprendió con el progenitor de Pablo Iglesias por haber militado en el FRAP (como si Pabloide necesitara ayuda para que se le ponga de vuelta y media), pero no se puede negar que sus intervenciones han tenido siempre un tono vibrante muy de agradecer, sobre todo si las comparamos con las soporíferas alocuciones del señor Casado. Los que no la pueden ver ni en pintura la imaginan ya en Vox, demostrando que ni la conocen ni la entienden: por lo menos, la Cayetana con la que yo cené no quería saber nada de la extrema derecha. Caso de que quiera seguir en la política --yo de ella volvería al periodismo y el pensamiento--, no lo va a tener fácil para colocarse, ya que, afortunadamente, carece de ese espíritu gremial que ayuda a medrar en política y tiene madera de líder, dos características que, tal como está el patio, la sitúan --como le sucede también a Manuel Valls-- en una posición poco propicia a su fichaje por cualquier partido.