Carla Simón, directora de 'Alcarràs', en el estreno de la película / EP

Carla Simón, directora de 'Alcarràs', en el estreno de la película / EP

Examen a los protagonistas

Carla Simón

18 septiembre, 2022 00:00

A por el Oscar          

Es indudable que la Academia del Cine Español quiere a Carla Simón (Barcelona, 1986): en 2017 seleccionó su primer largometraje, Estiu 1993, para representar a nuestro país en la carrera por el Oscar, y ahora, en 2022, se ha vuelto a fijar en ella y en su película Alcarràs para volver a intentarlo. No conozco personalmente a la señora Simón, pero tenemos algunos amigos en común que me aseguran que es una gran chica y no tengo ningún motivo para dudarlo. Dicho lo cual, añadiré que no he visto Alcarràs y que es muy probable que no la vea nunca. Como espectador, tengo ciertos problemas con el intimismo excesivo y soy de los que creen que hay muchos términos medios entre el cine de Simón y las películas de súper héroes, y suelo encontrarme más a gusto en dichos términos medios. Con Estiu 1993 no puedo decir que saliera del cine entusiasmado, pero sí algo conmovido, dada la naturaleza autobiográfica de la propuesta: hay que tener el corazón muy reseco para ser incapaz de ponerse en la piel de una niña cuyos padres murieron a causa de su adicción a la heroína. Puede que Alcarràs sea una gran película. Se llevó el premio gordo en el festival de Berlín, se ha vendido a un montón de países y ha hecho una taquilla muy digna en España. Pero con todo eso no tengo bastante para animarme a verla, como le pasa también a bastante gente que conozco. No quiero sonar despectivo, pero las andanzas cotidianas de los habitantes de un pueblo de la Cataluña profunda no logran interpelarme. Puede que lo hicieran por la vía del humor, pero creo que Alcarràs es una película muy seria y tan sincera como Estiu 1993. Todo esto no quita para que le desee a Simón la mejor de las suertes, supere la primera criba y acabe volviéndose a casa con el Oscar bajo el brazo. Simplemente, hay historias que no consiguen arrastrarle a uno hasta las salas de cine y Alcarràs es una de ellas, una entre muchas, por cierto, ya que, no sé si por la edad o por qué, cada vez me cuesta más encontrar en la cartelera algo que me atraiga (actualmente, ando a la espera de que estrenen la nueva de David Cronenberg, Crimes of the future, y el lujoso documental sobre David Bowie Moonage daydream).

Alcarrás tiene un problema añadido que no es achacable a su directora, que parece haber puesto su corazón en el proyecto. Me refiero a la campaña del lazismo para ensalzar la película porque sí, porque está rodada en catalán y porque cualquier excusa es buena para los intereses del convento. Evidentemente, si Alcarràs no llega a triunfar en Berlín ni a ganar dinero en la taquilla, los mismos políticos que ahora adoran a la señora Simón pasarían de ella como de la peste, algo que todavía puede ocurrir si a la directora se le ocurre rodar algo en castellano o en inglés, momento en que le clavarían la etiqueta de vendida y botiflera sin pensárselo dos veces. Esos políticos son los mismos que creen que los españoles les odian, pero cuando es elegida una película en catalán para representar a España en Hollywood no solo no dan ni las gracias, sino que se lanzan a denunciar supuestos intentos de españolizar algo que es catalán y nada más que catalán.

Ojalá le vayan bien las cosas a Carla Simón en lo de los Oscar, aunque yo no haya visto Alcarràs (¿a quién le importa?) y los políticos culturalmente deficientes que la jalean no merezcan más que el desprecio. Ella hace el cine que le gusta y que siente y ha tenido la suerte de conectar con público y crítica: me alegro por ella.