Las promesas de Carles Puigdemont llevan implícitas el reconocimiento de un fracaso. Insiste el cabeza de lista simbólico de Junts per Catalunya en la necesidad de implementar la república catalana. Es decir, en acabar lo que quedó pendiente en 2017. No explica cómo piensa hacerlo.
Sí se sabe que, en un alarde de reconciliación, el fugado propone lealtad a ERC para recuperar la unidad independentista. Lo hace después de tres años de bronca y ataques contra los republicanos. Credibilidad, ninguna.