Bueno, pues se acabó el Mundial. Después de poner la estrella en todo lo alto de ese árbol de Navidad repleto de luces, trufado de adornos y rebosante de regalos que ha sido la carrera futbolística de Leo Messi, toca volver al carbón, la minería y el tentetieso que es este Barça de transición. Ojalá Leo se la dé con queso y dátiles al PSG y nos eche la pedrea de verlo de vuelta en el Camp Nou para levantar (al menos) la copa de la Liga en junio de 2024, pero de momento lo único que toca es volver a una reconstrucción de nunca acabar que recuerda ya al levantamiento de la mítica catedral de Gaudí por colosal e inaccesible.

Que un país riquísimo nos iba a jorobar la temporada por el capricho de que el mundo entero conociera su pobreza moral e intelectual era cosa sabida. Hasta qué punto la 2022-23 será un borrón en la historia azulgrana lo empezaremos a comprobar ahora, pero estar ya fuera de la Champions no ayuda al optimismo, claro. Este extraño Mundial en miércoles adultera cualquier análisis basado en la experiencia anterior, aunque hay cierto consenso en que al Barcelona le faltan algunas piezas, sobre todo un lateral derecho de primer nivel para que Koundé no tenga que reconvertirse definitivamente. Y, en caso de que las angosturas del mercado de invierno aboquen al Barça a ese mal menor, quizá un central que sustituya a Piqué y sume efectivos capaces tanto al eje de la defensa como al centro del campo, quizá propiciando que Xavi convierta en realidad la hipótesis de contar con Éric o Christensen como alternativas a Busquets. 

Tampoco vendría mal que Memphis, quien siempre se movió bien para generar espacios, aceptara una salida y dejara hueco a un delantero rematador por si Lewandowski le vuelve a decir a un árbitro que lo tienen hasta las narices. Cosa probable porque son bastante malos todos, como el ínclito Mateu Lahoz demostró estropeándose la posibilidad de visitar dos países en una sola actuación. Y rubricando, de paso, que ponerlo a pitar el Irán-EE.UU. solo se le ocurre a un pirómano, especie que al parecer no escasea en la FIFA. En cualquier caso, con estos bueyes hay que arar, y son pecata minuta comparados con las estrecheces de la tesorería azulgrana. Siempre nos quedará el Mateu bueno, claro, Mateu Alemany. Pero si el equipo se vuelve a caer de la lucha por los títulos llegará un momento en que pedirle sin parar que broten conejos de su chistera será exigirle demasiado, si es que dicho momento no ha llegado ya.

Hoy, el tentador aunque a menudo engañoso escaparate del Mundial, con sus Enzos, Dalots, Bernardos, Bellinghams o Musialas, no hay más remedio que mirarlo como veía visiones felices en la llama de sus fósforos la pequeña cerillera del cuento de Andersen antes de morir congelada: con un desmayado anhelo. Todo lo más, quizá a algún buen futbolista marroquí (ay, "¡el ocho!") se le podría convencer de cobrar lo que puede pagar ahora mismo un Fútbol Club Barcelona con una plantilla pintona pero también lastrada por disfunciones pasadas y presentes. Yo tengo la esperanza de que se venda a Kessié, que en la coyuntura actual sería casi, casi como si tocara El Gordo. Pero seguramente en tal caso es mejor destinar lo que se saque por el marfileño en esa Lotería del mercato a "tapar agujeros", como cualquier agraciado eufórico suele decir en las entrevistas a pie de administración, con gran seny pese a tener la botella de champán abierta en la mano y tantas ganas de fichar a Julián Álvarez como el que más, of course.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana