Un Barcelona con tanta determinación como fluidez se encaramó ayer a las semifinales de la Copa del Rey sobre el hercúleo corpachón de la Real Sociedad, pétreo cual columna desde los cuartos traseros de Zubimendi hasta los hombros de Sorloth y no por ello exento de notable finura futbolística. La expulsión del pendenciero Brais, auspiciada por el VAR in absentia del infame Gil Manzano, cambió de arriba a abajo un partido que el Barça casi siempre dominó pero del que su rival nunca se dejó desahuciar en su arrojado intento de coup d'etat. ¿Recuerda usted, astuto lector, a aquel ridículo hombre-bisonte? Pues si hubiera llevado la camiseta blanquiazul, Donald Trump seguiría hoy montando aquelarres filonazis tras las puertas cerradas de la Casa Blanca, no le quepa duda.

Las mayores virtudes del Barça, las cuales lo propulsaron a una primera parte vibrante y digna de la leyenda azulgrana incluso sin el premio del gol, y a la postre a una trabajada victoria, estuvieron de nuevo en sus versos sueltos, ese puñado de futbolistas a los cuales Xavi al fin parece haberse avenido a soltar en el campo sin correa en los partidos de poder a poder. Tras una victoria de mínimos contra el Getafe, el egarense insistió, como ya hiciera en la final de Supercopa triomfant contra el Madrid, en desestructurar al equipo para devolverle parte del colmillo perdido, y volvió a salirle bien. La variante tiene éxito porque ningún jugador rehúye sus responsabilidades por más lejos que le pillen. Y pasa, además de por sostenerse sobre una defensa que es la piedra ideal encima de la cual edificar una iglesia y a los pies de un portero que ha vuelto a creer en sus propios milagros, por otros tres apuntalamientos catedralicios más sutiles y complejos que la simple propuesta de alinear a cuatro centrocampistas.

Para empezar, depende de dejar que Frenkie sea quien es, en lugar de quien a Xavi le gustaría que fuera. Lo cual no solo multiplica su presencia en el campo creando una superioridad con balón casi perpetua, como cuando reinventó el Ajax de Cruyff y Van Gaal, sino que además facilita la vida a un Busquets necesitado de acortar sus recorridos para rozar sus máximos de eficiencia. Para seguir, necesita que el baile agarrao de Gavi y Pedri con el balcón del área contraria tenga cuantos más bises mejor. Al revés que a Sergio, a estos dos la juventud y las condiciones atléticas les permiten abarcar el verde hasta hacerse indetectables, dominando con mano de hierro los espacios y transformando el medio campo azulgrana en un tótum revolutum que los rivales solo pueden comprender entornando los ojos y rezando lo que sepan.

Y así, mientras toda la marinería rival trata de adivinar en qué mamparo va a reventar la siguiente vía de agua, aparece el estrambote de Dembélé. Como todos los genios con problemas de autoestima, el extremo francés gana en confianza cuanto más prescindible se vuelve. Cuando el Barça muestra la capacidad de generar llegadas al área con diversas fórmulas, Ousmane baila al lateral de su flanco por gusto, no solo por la falta de alternativas, y además aprovecha la desenvoltura del colectivo para generar circulaciones que a menudo se adentran en las entrañas del área del oponente como una colonoscopia, o una inspección de Hacienda, o ambas a la vez. De marcar contra el Linares a someter a la mejor Real en mucho tiempo va un trecho que nunca se supo a ciencia cierta si Dembélé era capaz de recorrer. Ahora, al menos, tiene el beneficio de la duda y unos cuantos títulos al alcance de las botas si es capaz de seguir sobresaliendo en este casi sobresaliente nivel general.

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